Coneixement com a política de la veritat en Nietzsche (Michel Foucault).
Creo que en Nietzsche se
encuentra un tipo de discurso en el que se hace el análisis histórico de la
formación misma del sujeto, el análisis histórico del nacimiento de un cierto
tipo de saber, sin admitir jamás la preexistencia de un sujeto de conocimiento.
Sugiero pues que sigamos en la obra de Nietzsche
los lineamientos que pueden servirnos de modelo para los análisis que nos hemos
propuesto.
Tomaré como punto de partida un texto de Nietzsche fechado en 1873 y publicado póstumamente. El texto dice:
«En algún punto perdido del universo, cuyo resplandor se extiende a
innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales
inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquél el instante más mentiroso y
arrogante de la historia universal.» (Sobre
verdad y mentira en sentido extramoral)
En este texto, extremadamente rico y difícil, dejaré de lado varias cosas,
sobre todo la célebre y compleja expresión: «Fue el instante más mentiroso». En
primer lugar, consideraré —y de buen grado— la insolencia y la desenvoltura de Nietzsche al decir que el conocimiento
fue inventado en un astro y en un determinado momento. Hablo de insolencia en
este texto de Nietzsche porque no
debemos olvidar que en 1873 estamos, sí no en pleno kantismo, al menos en plena
eclosión del neokantismo. Y la idea de que el tiempo y el espacio no son formas
del conocimiento, la idea de que pueden preexistir al conocimiento y son, por
el contrario, algo así como rocas primordiales sobre las cuales viene a fijarse
el conocimiento, es una idea absolutamente inadmisible.
Quisiera atenerme entonces a esto, concentrándome primeramente en el
término invención. Nietzsche afirma
que, en un determinado punto del tiempo y en un determinado lugar del universo,
unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. La palabra que emplea,
invención —el término alemán es Erfindung
reaparece con frecuencia en sus escritos, y siempre con intención y sentido
polémicos. Cuando habla de «invención» tiene in mente una palabra que opone a
invención, la palabra «origen». Cuando dice «invención» es para no decir
«origen», cuando dice Erfindung, es
para no decir Ursprung. (…)
Para Nietzsche la invención —Erfindung— es, por una parte, una
ruptura y por otra algo que posee un comienzo pequeño, bajo, mezquino,
inconfesable. Este es el punto crucial de la Erfindung. Fue debido a oscuras relaciones de poder que se inventó
la poesía. Igualmente, fue debido a oscuras relaciones de poder que se inventó
la religión. Villanía, por tanto, de todos estos comienzos cuando se los opone
a la solemnidad del origen tal como es visto por los filósofos. El historiador
no debe temer a las mezquindades pues fue de mezquindad en mezquindad, de
pequeñez en pequeñez, que finalmente se formaron las grandes cosas.
A la solemnidad de origen es necesario oponer, siguiendo un buen método histórico,
la pequeñez meticulosa e inconfesable de esas fabricaciones e invenciones.
El conocimiento fue, por lo tanto, inventado. Decir que fue inventado es
decir que no tuvo origen, o lo que es lo mismo y de manera más precisa aunque
parezca paradójico, que el conocimiento no está en absoluto inscrito en la
naturaleza humana. El conocimiento no constituye el instinto más antiguo del
hombre, o a la inversa, no hay en el comportamiento humano, en los apetitos, en
el instinto humano, algo que se parezca a un germen del conocimiento. Dice Nietzsche que el conocimiento está de
hecho relacionado con los instintos, pero no puede estar presente en ellos ni
ser siquiera un instinto entre otros; el conocimiento es simplemente el
resultado del juego, el enfrentamiento, la confluencia, la lucha y el
compromiso entre los instintos. Es precisamente debido a que los instintos
chocan entre sí, se baten y llegan finalmente al término de sus batallas, que
hay un compromiso y algo se produce. Este algo es el conocimiento.
Por lo tanto, para Nietzsche, el
conocimiento es de la misma naturaleza que los instintos, no es otra cosa que
su refinamiento. El conocimiento tiene por fundamento, base o punto de partida
a los instintos pero sólo en tanto éstos se encuentran enfrentados unos a los
otros, confrontados. El conocimiento es pues un resultado de esta
confrontación, un efecto de superficie. Es como un resplandor, una luz que se
irradia aun cuando sea el producto de mecanismos o realidades de naturaleza
totalmente diversa. El conocimiento es el efecto de los instintos, es como un
lance de suerte o el resultado de un largo compromiso. Dice Nietzsche que es como «una centella que
brota del choque entre dos espadas», pero que no es del mismo hierro del que
están hechas las espadas.
Efecto de superficie que no está delineado de antemano en la naturaleza
humana, el conocimiento actúa frente a los instintos, encima o en medio de
ellos; los comprime, traduce un cierto estado de tensión o apaciguamiento entre
los instintos. Sin embargo, el conocimiento no se puede deducir analíticamente,
según una especie de derivación natural. No es posible deducirlo necesariamente
de los instintos. En el fondo no forma parte de la naturaleza humana, es la
lucha, el combate, el resultado del combate y consecuentemente el producto del
azar. El conocimiento no es instintivo, es contrainstintivo; e igualmente, no
es natural, es contra-natural.
Este es, pues, el primer sentido que podemos dar a la idea de que el
conocimiento es una invención y no tiene origen. No obstante, puede darse otro
sentido a esta afirmación: aun cuando el conocimiento no está ligado a la
naturaleza humana ni deriva de ella, está emparentado por un derecho de origen
con un mundo a conocer. Según Nietzsche
no hay en realidad ninguna semejanza ni afinidad previa entre el conocimiento y
esas cosas que sería necesario conocer. Si empleamos unos términos más
rigurosos desde el punto de vista kantiano, habríamos de decir que las
condiciones de la experiencia y las condiciones del objeto de experiencia son
totalmente heterogéneas.
Esta es la gran ruptura con lo que había sido una noción tradicional de la
filosofía occidental. Por cuanto el mismo Kant
fue el primero en manifestar explícitamente que las condiciones de experiencia
y del objeto de experiencia eran idénticas. Nietzsche piensa, por el contrario, que hay tanta diferencia entre
el conocimiento y el mundo a conocer como existe entre el conocimiento y la
naturaleza humana. Tenemos entonces una naturaleza humana, un mundo, y entre
ambos algo que se llama conocimiento, no habiendo entre ellos ninguna afinidad,
semejanza o incluso lazo de naturaleza.
A menudo dice Nietzsche que el
conocimiento no tiene relaciones de afinidad con el mundo a conocer. Citaré tan
sólo un texto de La Gaya Ciencia
(parágrafo 109): «Por su carácter el mundo se parece a un caos eterno; ello no
se debe a la ausencia de necesidad, sino a la ausencia de orden, de
encadenamiento, de formas, de belleza y de sabiduría». El mundo no busca en
absoluto imitar al hombre, ignora toda ley. Abstengámonos de decir que existen
leyes en la naturaleza. El conocimiento ha de luchar contra un mundo sin orden,
sin encadenamiento, sin formas, sin belleza, sin sabiduría, sin armonía, sin
ley. El conocimiento se relaciona con un mundo como éste y no hay nada en él
que lo habilite a conocer ese mundo, ni es natural a la naturaleza ser
conocida.
Y así como entre el instinto y el conocimiento encontramos no una
continuidad sino una relación de lucha, dominación, subordinación,
compensación, etcétera, de la misma manera vemos que entre el conocimiento y
las cosas que éste tiene para conocer no puede haber ninguna relación de
continuidad natural. Sólo puede haber una relación de violencia, dominación,
poder y fuerza, una relación de violación. El conocimiento sólo puede ser una
violación de las cosas a conocer y no percepción, reconocimiento,
identificación de o con ellas.
En mi opinión, hay en este análisis de Nietzsche
una doble ruptura muy importante con la tradición de la filosofía occidental,
ruptura que configura una lección que hemos de conservar. La primera se da
entre el conocimiento y las cosas. En efecto, ¿qué aseguraba en la filosofía
occidental que las cosas a conocer y el propio conocimiento estaban en relación
de continuidad? ¿Qué era lo que aseguraba al conocimiento el poder de conocer
bien las cosas del mundo y de no ser indefinidamente error, ilusión,
arbitrariedad? ¿Quién sino Dios garantizaba esto en la filosofía occidental?
Ciertamente, desde Descartes,
para no ir más allá, y aun en Kant,
Dios es ese principio que asegura la existencia de una armonía entre el
conocimiento y las cosas a conocer. Para demostrar que el conocimiento era un
conocimiento fundado verdaderamente en las cosas del mundo, Descartes se vio obligado a afirmar la
existencia de Dios.
Si no existe más relación entre el conocimiento y las cosas a conocer, si
la relación entre éste y las cosas conocidas es arbitraria, relación de poder y
violencia, la existencia de Dios en el centro del sistema de conocimiento ya no
es más indispensable. En ese mismo pasaje de La Gaya Ciencia en que evoca la ausencia de orden, encadenamiento,
formas y belleza del mundo, Nietzsche
pregunta precisamente: «¿Cuándo cesaremos de ser oscurecidos por todas esas
sombras de Dios? ¿Cuándo conseguiremos desdivinizar completamente a la
naturaleza?»
La ruptura de la teoría del conocimiento con la teología comienza,
estrictamente hablando, con el análisis de Nietzsche.
En segundo lugar diría que, si es verdad que entre el conocimiento y los
instintos —todo lo que hace, todo lo que trama el animal humano— hay solamente
ruptura, relaciones de dominación y subordinación, relaciones de poder, quien
desaparece entonces no es Dios sino el sujeto en su unidad y soberanía.
Si remontamos la tradición
filosófica hasta Descartes, para no
ir más lejos aún, vemos que la unidad del sujeto humano era asegurada por la
continuidad entre el deseo y el conocer, el instinto y el saber, el cuerpo y la
verdad. Todo esto aseguraba la existencia del sujeto. Si es cierto que por un
lado están los mecanismos del instinto, los juegos del deseo, los
enfrentamientos entre la mecánica del cuerpo y la voluntad, y por otro lado, en
un nivel de naturaleza totalmente diferente, el conocimiento, entonces la
unidad del sujeto humano ya no es necesaria. Podemos admitir sujetos, o bien
que el sujeto no existe. Es precisamente en esto en que me parece que el texto
de Nietzsche que he citado rompe con
la tradición filosófica más antigua y arraigada de Occidente.
Ahora bien, cuando Nietzsche
dice que el conocimiento es el resultado de los instintos pero no es él mismo
un instinto ni deriva directamente de los instintos, ¿qué quiere decir
exactamente, y cómo concibe este curioso mecanismo por el cual los instintos,
sin tener relación alguna de naturaleza con el conocimiento, pueden, por su
simple juego, producir, fabricar, inventar un conocimiento que nada tiene que
ver con ellos? Esta es la segunda serie de problemas que desearía abordar.
Hay en La Gaya Ciencia un texto
(parágrafo 333) al que podemos considerar como uno de los análisis de Nietzsche
más estrictos acerca de esa fabricación o invención. En ese largo texto
titulado «Qué significa conocer», Nietzsche
retorna un texto de Spinoza en el
que éste opone intelligere,
comprender, a ridere, lugere, detestari.
Spinoza decía que si querernos
comprender las cosas, efectivamente, en su propia naturaleza y su esencia y,
por lo tanto, en su verdad, es necesario que nos abstengamos de reír de ellas,
de deplorarlas o de detestarlas. Sólo cuando estas pasiones se apaciguan
podemos finalmente comprender. Nietzsche
dice que no sólo esto no es verdad sino que sucede exactamente lo contrario. Intelligere, comprender, no es más que
un cierto juego, o mejor, el resultado de cierto juego, composición o
compensación entre ridere, reír, lugere, deplorar, y detestari, detestar.
Nietzsche dice que sólo comprendemos porque hay como fondo
del comprender el juego y la lucha de esos tres instintos, esos tres mecanismos
o pasiones que son reír, deplorar y detestar (odio). En relación con esto es
preciso considerar algunas cosas.
En principio hemos de considerar que esas tres pasiones o impulsos —reír,
detestar y deplorar— tienen en común el ser una manera no de aproximarse al
objeto, de identificarse con él, sino de conservar el objeto a distancia, de
diferenciarse o de romper con él, de protegerse de él por la risa,
desvalorizarlo por la deploración, alejarlo y finalmente destruirlo por el
odio. Por lo tanto, todos estos impulsos que están en la raíz del conocimiento
y lo producen tienen en común el distanciamiento del objeto, una voluntad de
alejarse de él y al mismo tiempo de alejarlo, en fin, de destruirlo. Por detrás
del conocimiento hay una voluntad sin duda oscura, no de traer el objeto para
sí, de asemejarse a él, sino por el contrario de alejarse de él y destruirlo:
maldad radical del conocimiento.
Llegamos así a una segunda idea importante. Estos impulsos —reír, deplorar,
detestar— son todos del orden de las demás relaciones. Por detrás del
conocimiento, en su raíz, Nietzsche
no coloca una especie de afección, impulso o pasión que nos haría gustar del
objeto a conocer sino, por el contrario, impulsos que nos colocan en posición
de odio, desprecio o temor delante de cosas que son amenazadoras y
presuntuosas.
Según Nietzsche, la razón por la
que estos tres impulsos —reír, deplorar y odiar— llegan a producir el
conocimiento no es que se apacigüen, como en Spinoza, o se reconcilien o lleguen a una unidad, sino que luchan
entre sí, se confrontan, se combaten, intentan, como dice Nietzsche, perjudicarse unos a otros. Es porque están en estado de
guerra, en una estabilización momentánea de ese estado de guerra, que llegan a
una especie de estado de corte en que finalmente el conocimiento aparecerá como
«la centella que brota del choque entre dos espadas».
Por lo tanto, no hay en el conocimiento una adecuación al objeto, una
relación de asimilación sino que hay, por el contrario, una relación de
distancia y dominación; en el conocimiento no hay nada que se parezca a la
felicidad o al amor, hay más bien odio. Y hostilidad: no hay unificación sino
sistema precario de poder. En este texto de Nietzsche se cuestionan los grandes temas tradicionales de la
filosofía occidental.
La filosofía occidental —y esta vez no es preciso que nos refiramos a Descartes, podemos remontarnos a Platón— siempre caracterizó al
conocimiento por el logocentrismo, la semejanza, la adecuación, la beatitud, la
unidad, grandes temas que se ponen ahora en cuestión. Se entiende por qué se
refiere Nietzsche a Spinoza: de todos los filósofos
occidentales Spinoza fue quien llevó
más lejos esta concepción del conocimiento como adecuación, beatitud y unidad. Nietzsche coloca en el núcleo, en la
raíz del conocimiento, algo así como el odio, la lucha, la relación de poder.
Se comprende entonces por qué afirma Nietzsche
que el filósofo es aquél que más fácilmente se engaña sobre la naturaleza del
conocimiento al pensarlo siempre en forma de adecuación, amor, unidad,
pacificación. Sin embargo, si quisiésemos saber qué cosa es el conocimiento no
hemos de aproximarnos a él desde la forma de vida, de existencia de ascetismo
característica del filósofo. Para saber qué es, para conocerlo realmente, para
aprehenderlo en su raíz, en su fabricación, debemos aproximarnos a él no como
filósofos sino como políticos, debemos comprender cuáles son las relaciones de
lucha y de poder. Solamente en esas relaciones de lucha y poder, en la manera
como las cosas entre sí se oponen, en la manera como se odian entre sí los
hombres, luchan, procuran dominarse unos a otros, quieren ejercer relaciones de
poder unos sobre otros, comprendemos en qué consiste el conocimiento.
Es claro pues, que un análisis como éste nos introduzca de manera eficaz en
una historia política del conocimiento, de los hechos y el sujeto del
conocimiento.
Pero me gustaría responder antes a una posible objeción: «Todo esto que
usted dice es muy bonito pero no está en Nietzsche; fue su delirio, su obsesión
de encontrar en todas partes relaciones de poder, de introducir esa dimensión
de lo político hasta en la historia del conocimiento o de la verdad, que le
hizo creer que Nietzsche decía esto».
Yo respondería dos cosas. Diría en primer lugar que tomé este texto de Nietzsche en función de mis intereses,
no para mostrar que ésta era la concepción nietzscheana del conocimiento —hay
innumerables textos bastante contradictorios entre sí que tratan este tema—
sino apenas para mostrar que existen en Nietzsche
ciertos elementos que ponen a nuestra disposición un modelo para un análisis
histórico de lo que yo denominaría la política de la verdad. Es un modelo que
encontramos efectivamente en Nietzsche
y pienso, incluso, que es uno de los más importantes para la comprensión de
algunos elementos aparentemente contradictorios de su concepción del
conocimiento.
En efecto, si admitimos esto que Nietzsche
entiende como descubrimiento del conocimiento, si todas estas relaciones están
por detrás del conocimiento el cual, en cierta forma, sería un resultado de
ellas, podemos comprender entonces determinados textos de Nietzsche.
Por de pronto, todos aquellos textos en los que Nietzsche afirma que no hay conocimiento en sí. Al leerlos, más de
una vez ocurre que creemos estar leyendo a Kant
y nos vemos obligados a cotejar los textos y verificar todas las
diferencias. La crítica kantiana cuestionaba la posibilidad de un conocimiento
de lo en sí, un conocimiento sobre una verdad o una realidad en sí. Nietzsche dice en la Genealogía de la Moral: «Abstengámonos,
señores filósofos, de los tentáculos de nociones contradictorias tales como
razón pura, espíritu absoluto, conocimiento en sí.» Más aún, en La Voluntad de Poder Nietzsche afirma que no hay ser en sí,
y tampoco conocimiento en sí. Cuando afirma esto, designa algo totalmente
diferente de lo que Kant entendía
por conocimiento en sí. Nietzsche
quiere decir que no hay naturaleza, ni esencia ni condiciones universales para
el conocimiento, sino que éste es cada vez el resultado histórico y puntual de
condiciones que no son del orden del conocimiento. El conocimiento es un efecto
o un acontecimiento que puede ser colocado bajo el signo del conocer, no es una
facultad y tampoco una estructura universal. Aun cuando utiliza ciertos
elementos que pueden pasar por universales este conocimiento será apenas del
orden del resultado, del acontecimiento, del efecto.
Se comprenden así una serie de textos en que Nietzsche afirma que el conocimiento tiene un carácter perspectivo.
Cuando Nietzsche dice que el
conocimiento es siempre una perspectiva no quiere decir, en lo que sería una
mezcla de kantismo y empirismo, que se encuentra limitado en el hombre por
ciertas condiciones, límites derivados de la naturaleza humana, el cuerpo o la
propia estructura del conocimiento. Cuando Nietzsche
habla del carácter perspectivo del conocimiento quiere señalar el hecho de que
sólo hay conocimiento bajo la forma de ciertos actos que son diferentes entre
sí y múltiples en su esencia, actos por los cuales el ser humano se apodera
violentamente de ciertas cosas, reacciona a ciertas situaciones, les impone
relaciones de fuerza. O sea, el conocimiento es siempre una cierta relación estratégica
en la que el hombre está situado. Es precisamente esa relación estratégica la
que definirá el efecto del conocimiento y, por esta razón, sería totalmente
contradictorio imaginar un conocimiento que no fuese en su naturaleza
obligatoriamente parcial, oblicuo, perspectivo. El carácter perspectivo del
conocimiento no deriva de la naturaleza humana sino siempre del carácter
polémico y estratégico del conocimiento. Se puede hablar del carácter
perspectivo del conocimiento porque hay batalla y porque el conocimiento es el
efecto de esa batalla.
A esto se debe que encontremos en Nietzsche
la idea, que vuelve constantemente, de que el conocimiento es al mismo tiempo
lo más generalizante y lo más particularizante. El conocimiento esquematiza,
ignora las diferencias, asimila las cosas entre sí, y cumple su papel sin
ningún fundamento en verdad. Por ello el conocimiento es siempre un
desconocimiento. Por otra parte es siempre algo que apunta, maliciosa,
insidiosa y agresivamente, a individuos, cosas, situaciones. Sólo hay
conocimiento en la medida en que se establece entre el hombre y aquello que
conoce algo así como una lucha singular, un tête-à-tête,
un duelo. Hay siempre en el conocimiento alguna cosa que es del orden del duelo
y que hace que ésta sea siempre singular. En esto consiste su carácter
contradictorio tal como es definido en unos textos de Nietzsche que, aparentemente, se contradicen: generalizante y
singular.
He aquí cómo a través de los textos de Nietzsche
podemos establecer no una teoría general del conocimiento sino un modelo que
permite abordar el objeto de estas conferencias: como es el problema de la
formación de ciertos determinados dominios de saber a partir de relaciones de
fuerza y relaciones políticas en la sociedad.
(…) En cierta concepción del marxismo muy difundida en los medios
universitarios, o bien, en una cierta concepción del marxismo que se impone en
la Universidad, se expone siempre como fundamento de análisis la idea de que
las relaciones de fuerza, las condiciones económicas, las relaciones sociales,
les son dadas previamente a los individuos, aunque al mismo tiempo se imponen a
un sujeto de conocimiento que permanece idéntico, salvo en relación con las
ideologías tomadas como errores.
Llegamos así a esta noción muy importante, y al mismo tiempo muy
embarazosa, de ideología. En los análisis marxistas tradicionales la ideología
es presentada como una especie de elemento negativo a través del cual se
traduce el hecho de que la relación del sujeto con la verdad, o simplemente la
relación de conocimiento, es perturbada, oscurecida, velada por las condiciones
de existencia, por relaciones sociales o formas políticas impuestas, desde el
exterior, al sujeto del conocimiento. La ideología es la marca, el estigma de
estas relaciones políticas o económicas de existencia aplicado a un sujeto de
conocimiento que, por derecho, debería estar abierto a la verdad.
Mi propósito es demostrar cómo, de hecho, las condiciones políticas y
económicas de existencia no son un velo o un obstáculo para el sujeto de
conocimiento sino aquello a través de lo cual se forman los sujetos de
conocimiento y, en consecuencia, las relaciones de verdad. Sólo puede haber
ciertos tipos de sujetos de conocimiento, órdenes de verdad, dominios de saber,
a partir de condiciones políticas, que son como el suelo en que se forman el
sujeto, los dominios de saber y las relaciones con la verdad. Una historia de
la verdad será posible para nosotros sólo si nos desembarazamos de estos
grandes temas del sujeto de conocimiento, al mismo tiempo originario y
absoluto, utilizando eventualmente el modelo nietzscheano. (pàgs. 19-32)
Michel Foucault, La verdad
y las formas jurídicas, gedisa, México 1984
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