La incompetència política.



Nuestras instituciones políticas han sido pensadas para hacer frente a la escasez de información y hemos atendido muy poco a la posibilidad de que lo que estuviera dificultando el juicio político fuera, por el contrario, el exceso de información. Lo que hoy tenemos es más bien una proliferación de datos e informaciones, spam político, publicidad omnipresente, solicitaciones de atención, opiniones múltiples y contradictorias, comunicación en todas las direcciones. El ciudadano corriente vive hoy la política como un exceso de ruido que no le orienta, pero sirve para irritarle; tenemos una especie de calentamiento global de la ciudadanía que dificulta hacerse una opinión de lo que pasa e imprimir a la sociedad la dirección deseable.

Hay un problema básico de economía de la atención, dadas las condiciones actuales de la observación política: escasez de tiempo, aceleración de los procesos, sobrecarga informativa, extrañeza de los asuntos, saber precario. La profusión de detalles irrelevantes, el cambio continuo de los temas, su rápida desvalorización, dificultan la organización reflexiva de las nuevas informaciones en una imagen omniabarcante y coherente de lo político. Hacemos frente a este desconcierto con dos grandes recursos, ambos insuficientes, y que podríamos sintetizar en una lógica populista y en el recurso tecnocrático a los expertos.

La falta de competencia política no es un fallo individual, razón por la que no debemos esperar demasiado de la capacitación personal de los votantes, ni la buena política se resuelve con la ejemplaridad de quienes nos representan. Las soluciones han de ser institucionales y procedimentales; lo que hay que mejorar es la capacidad del sistema político para actuar inteligentemente, nuestro aprendizaje colectivo. No se trata tanto de fortalecer las capacidades individuales como aquellos aspectos de la organización social que incrementan sus capacidades cooperativas. La solución al problema que nos ocupa no sería menos democracia (simplificación populista o delegación en los expertos), sino más democracia, en el sentido de una mejor interacción y un ejercicio compartido de las facultades políticas.
La complejidad de las sociedades modernas no nos condena necesariamente a una pérdida de sustancia de la democracia en la medida en que puede ser entendida como una invitación a realizar experiencias de aprendizaje cooperativo. En este sentido, no es tanto que la democracia requiera competencia política como que la competencia política requiere democracia; la adquisición de esas propiedades, cognitivas y cívicas no es plenamente realizable más que en el contexto de una experiencia de vida democrática común.
Daniel Innerarity, Una política que se entienda, El País 02/06/2018

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