Gradació moral: en l'espai i en el temps.




La ciencia explica cómo mantenemos un mayor vínculo emocional, y ligada a él experimentamos una obligación moral mayor de asistencia y protección, cuanto más espacio compartimos con los demás, bajo muy distintos puntos de vista: Desde el punto de vista genético, es obvio que nuestra familia es el núcleo primero que solemos anteponer y que más nos exige moralmente (charity begins at home). Pero también desde el punto de vista cultural, extendemos este espacio a la tribu/nación hacia la que nos sentimos especialmente comprometidos. El parentesco que experimentamos con cualquier ser humano nos hace también solidarios y nos vincula moralmente con ellos, aunque ya en menor grado, especialmente si este espacio se extiende con la distancia física, la etnia, la cultura,… E incluso aquellos seres vivos que más se nos parecen, como los chimpancés, suscitan en nosotros cierta compasión, aunque como sucede con el propio Singer en su defensa de los derechos animales, seamos capaces de advertir distintos niveles de obligación moral hacia ellos. Este debate sobre los derechos de los animales en general procede precisamente del parentesco que experimentamos con los animales sensibles como nosotros.

Pero la gradación moral de este espacio también se da en el tiempo, afectando a debates como los del cambio climático, pues pueden surgir conflictos entre la vida de nuestros contemporáneos y la de nuestros descendientes futuros: si no existe alternativa ecológicamente sostenible ¿dejaríamos de ayudar a nuestros coetáneos si ello puede afectar al futuro de nuestros descendientes? En este sentido, y llevando hasta el extremo este tipo de distancia, me resultó emblemático el debate que se suscita en la magnífica película Interestelar, donde la expedición que sale de una Tierra ecológicamente colapsada lleva una doble misión: encontrar una salida habitable para los terráqueos y transportar embriones humanos para colonizar un nuevo lugar. Cuando surge el conflicto, ¿qué obligación moral prevalece, la de salvar las vidas de nuestros familiares, amigos y coetáneos conocidos en la Tierra o la de preservar la abstracta especie humana futura formada por desconocidos?

En un mundo globalizado e hiperconectado como el nuestro, probablemente estemos estrechando los márgenes y aplanando el desigual gradiente de la obligación moral instintiva. De forma que propuestas como la de Singer, subrepticiamente, estarían tratando de contribuir a ensanchar la ética del prójimo (que ha buscado evolutivamente primar la cohesión social de los grupos mediante la cadena de actos altruistas entre inmediatos), hacia una ética extensa, preocupada por los problemas globales de la pobreza, la desigualdad, la ecología, la migración, la violencia,… y que promueve a nivel político una democracia global efectiva. Esta ética extensa, en un mundo desarrollado liberado de sus servidumbres históricas, sería capaz también de abrirse a otras esferas no humanas, como la animal. Hasta tal punto vivimos este proceso de extensión, que incluso la teología ha actualizado el concepto de pecado original como hamartiosfera, esa estructura de pecado que nos vincula ya desde nuestro nacimiento con las injusticias y males del mundo, particularmente establecidas entre los más acomodados y los más desfavorecidos. Como es evidente, la reducción de distancias en este espacio no puede ya asimilarse simplemente a la universalidad kantiana entre sujetos racionales.

Javier Jurado, Gradiente ético (II): Precisión conceptual y gradación moral, La galería de los perplejos 23/03/2018

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