La necessitat social de la vergonya.
No obstante, junto a esa vergüenza que es
destructiva sin paliativos, existe otra de la que puede decirse que constituye
un imperativo moral, pues pone de manifiesto la adhesión de quien la siente los
valores más altos. Cuenta Camus, en El primer hombre, que cuando
un compañero de escuela le echa en cara que su madre sea una domestique,
se siente avergonzado, si bien inmediatamente siente “vergüenza por haber
sentido vergüenza”. (117-118)
No solo es un atributo de la vergüenza. Todos los
sentimientos son ambivalentes, pueden ser positivos y negativos, apropiados e
inapropiados. Por eso importa su papel en la formación moral de la persona.
(118)
… precisamente porque el ideal es no tener que
avergonzarse de nada, poder caminar con la cabeza alta, la vergüenza es una
hipótesis no desechable. Sentir vergüenza ha de acompañar a las malas acciones.
La vergüenza es una pasión, no una virtud o un modo de ser, clarifica
Aristóteles. Aun así, puede ser bueno sentir vergüenza. (Ética a
Nicómaco, 1128b 10-35) (120)
Hoy, inmersos como estamos en un mundo en el que
afortunadamente no queda rastro del sentido del honor que establecía cánones
intocables, echamos de menos una cierta moralidad pública o una moralidad
común, no basada en emociones viscerales como el desagrado del que habla Nussbaum,
sino en el precepto que, según John Stuart Mill (Sobre la libertad),
es el único límite a la libertad: el de no hacer daño a los otros y respetar la
libertad de cada individuo. (…) La civilidad o la razonabilidad de las que
habla Rawls son actitudes características de la ciudadanía, cuya falta
debería avergonzar a quienes son incapaces de adquirirlas. Como debería
avergonzar el incumplimiento reiterado de las normas de honradez que se
presuponen en especial a aquellas personas que tienen más responsabilidades
públicas. Que en las democracias liberales proliferen la corrupción y que
ninguno de los corruptos se avergüence de serlo ni dé muestras de reconocer sus
desvíos pone de relieve que algo falla en tales democracias. Falla el que no se
consiga forjar el carácter ciudadano, un fallo que algo debe de tener con la
desaparición de ciertas emociones sociales como la vergüenza o la culpa.
(120-121)
Victoria
Camps, El gobierno de las emociones, Herder, Barcelona 2011
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