Vergonya i llibertat.
Una explicación de por qué es difícil
que el sentimiento de vergüenza florezca en las sociedades liberales es, sin
duda, el énfasis puesto por el mundo moderno y posmoderno en el valor de la
libertad o de la autonomía individual, restando valor a la interdependencia y a
las responsabilidades mutuas que deberían vincular a las personas libres. En
principio, la libertad se erige en derecho (las libertades civiles) frente al
control excesivo del Estado. Pero cuando esa libertad se extiende a todos los ámbitos
de la vida civil y familiar, entendiendo que todas las relaciones son, en último
término, relaciones de poder, los resultados que se obtienen no pueden ser
satisfactorios. El énfasis excesivo en la autonomía individual acaba socavando
los mecanismos de socialización y el desarrollo de las emociones morales que
precisamente provienen de la necesidad de poner límites a la autonomía Sentir
vergüenza por haber actuado contra el interés público es reconocer ciertas
limitaciones de la propia libertad, significa aceptar que no se puede hacer
cualquier cosa.
Tanto la vergüenza como la culpa
(emociones sociales o morales) suponen la existencia de unos estándares con los
que el individuo se identifica. Son criterios más o menos explícitos, en
general poco precisos -como el del respeto mutuo o la reciprocidad-, pero
imprescindibles para que no prevalezcan únicamente los comportamientos
antisociales. (123)
Victoria Camps, El gobierno de las emociones, Herder, Barcelona 2011
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