En l'origen del temps (Schopenhauer).
… hablando en lenguaje kantiano, tiempo, espacio y
causalidad no pertenecen a la cosa en sí sino únicamente a su fenómeno, del que
son forma; lo cual significa en mi lenguaje que el mundo objetivo, el mundo
como representación, no es el único sino solo uno de los aspectos, algo así
como el aspecto externo del mundo, que posee además otro aspecto totalmente
distinto constituido por su esencia íntima, su núcleo, la cosa en sí: esta la
consideraremos en el libro siguiente, denominándola voluntad en conformidad con
la más inmediata de sus objetivaciones. Pero el mundo como representación,
único que aquí consideramos, no comenzó hasta que se abrió el primer ojo; y sin
ese medio del conocimiento no puede existir, así que tampoco existió antes.
Pero sin aquel ojo, es decir, al margen del conocimiento, tampoco había ningún
antes, ningún tiempo.
Mas no por ello tiene el tiempo un comienzo, sino que todo
comienzo existe en él: y, dado que es la forma más general de la
cognoscibilidad en la que se insertan todos los fenómenos por medio del nexo de
la causalidad, con el primer conocimiento se presenta también él (el tiempo)
con toda su infinitud en ambos sentidos; y el fenómeno que llena ese primer
presente ha de ser conocido a la vez en una vinculación causal y dependiendo de
una serie de fenómenos que se extiende infinitamente en el pasado, pasado que,
sin embargo, está tan condicionado por el primer presente como este por él; de
modo que, al igual que el primer presente, también el pasado del que procede
depende del sujeto cognoscente y no es nada sin él, aunque lleva consigo la
necesidad de que ese primer presente no aparezca como el primero, es decir, sin
tener por madre ningún pasado y como comienzo del tiempo; sino que ha de
presentarse como consecuencia del pasado conforme a la razón de ser en el
tiempo, y también el fenómeno que lo llena ha de aparecer como efecto de los
estados anteriores que llenan aquel pasado, conforme a la ley de la causalidad.
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