Interpretació, objectivitat i història de la filosofia (Pierre Hadot).
Los sabios que tienen el raro coraje de reconocer que se han equivocado en
tal caso particular o que intentan no dejarse influir por sus propios
prejuicios hacen un ejercicio espiritual de desprendimiento de sí mismos.
Digamos que la objetividad es una virtud, de hecho, muy difícil de practicar.
Hay que deshacerse de la parcialidad del yo individual y apasionado para
elevarse a la universalidad del yo racional. (109)
Siempre hay que esforzarse, cuando ello es posible, por situar el texto en
su perspectiva histórica. Es extremadamente importante no cometer anacronismos,
con las prisas por dar al texto un sentido actual. Querría a este respecto
evocar brevemente una de mis preocupaciones constantes en la interpretación de
los textos, precisamente para evitar el anacronismos: el esfuerzo por volver a
situar, en la medida de lo posible, las obras en las condiciones concretas en
que fueron escritas; condiciones espirituales, por una parte, es decir,
tradición filosófica, retórica o poética; condiciones materiales, por otra, es
decir, medio escolar o social, exigencias debidas al soporte material de la
escritura, circunstancias históricas. Toda obra ha de volver a ser situada en
la praxis de la que emana.
Pero, como decía Aristóteles a
propósito del placer, al esfuerzo por la objetividad se añade un suplemento, un
aumento, que es la posibilidad de encontrar en él nuestro alimento espiritual.
Esta vez, en cierto sentido, estamos implicados en la interpretación. Si
intentamos comprender objetivamente un texto, creo que ello puede llevarnos a
continuación, casi espontáneamente, a descubrir su sentido humano, es decir, a
situarlo, incluso si ello no es en modo alguno edificante, en el problema
general de la humanidad, del hombre. Así pues, en el fondo, podemos hacer como
hacían los estoicos a propósito de sus representaciones: primero empezar por el
juicio adecuado y objetivo –he aquí lo que se ha dicho- y, a continuación,
emitir eventualmente el juicio de valor: esto tiene tal o cual significado para
mi vida. Esta vez, podemos hablar de un retorno a la subjetividad, una
subjetividad que por otro lado se esfuerza por elevarse a una perspectiva
universal. (110-111)
De hecho, el sentido querido por el autor antiguo nunca es actual. Es
antiguo y ya está. Pero puede adquirir para nosotros un significado actual, en
la medida en que se nos puede mostrar, por ejemplo, como la fuente de algunas
ideas actuales o, sobre todo, porque puede inspirarnos una actitud actual, tal
o cual acto interior, tal o cual ejercicio espiritual. (…) Para actualizar un
mensaje de la Antigüedad, hay que desprenderlo de todo lo que marca su época,
hay que “desmitologizarlo”, como decía Bultmann a propósito del Evangelio. Hay
que intentar ir por el camino interior, con la actitud concreta que implica.
Hay, por ejemplo (…) en el estoicismo una actitud que consiste en concentrarse
en el presente, sin dejarse aplastar por el pasado o inquietarse por el
porvenir, que es algo que sigue siendo válido. (111-112)
Afirmar que hay actitudes universales supone algo así como la idea de una
naturaleza humana. Digamos, al menos, que estas actitudes son
transhistóricas y transculturales. Hay,
en definitiva, muy pocas actitudes
posibles con respecto a la existencia y, sin haber padecido influencias de
orden histórico, las diferentes civilizaciones son inducidas a tener, a este
respecto, actitudes análogas. Para los chinos, es evidente. En ¿Qué es la filosofía antigua?, puse
aquel ejemplo extraordinario de Pirrón,
que intentaba llegar a la perfecta indiferencia viviendo una vida completamente
igual a la de los otros hombres, que se ocupaba del cerdo de su hermana y que
iba a vender aves de corral al mercado, y a continuación la del filósofo china Lie Tseu, que hacía exactamente lo
mismo, ocupándose del cerdo y de las tareas de la casa para ayudar a su mujer.
Esta actitud de indiferencia –por ejemplo: permanecer siempre igual, sean
cuales sean las circunstancias; negarse a juzgar el valor de las cosas; negarse
a decir: esto está bien, esto está mal; aceptarlo todo en la vida; hacerlo todo
como los otros hombres, pero sin atarse a nada, siendo indiferente a todo- es
la actitud escéptica. No quiero decir escéptica en el sentido en que se
entendía esta palabra en el siglo XVII, es decir, significando un rechazo
intelectual de la certeza, sino que tanto por un lado como por el otro, en
Grecia y en China, se trata del rechazo a establecer diferencias de juicio de valor
entre las cosas. Ésta es una actitud que parece universal, que un hombre puede
descubrir por sí mismo, no tiene necesidad de leer esto o lo otro, puede llegar
a ello él solo. (…) Otro ejemplo: la actitud estoica, que consiste en no
oponerse al destino, y también situarse en una perspectiva universal, se vuelve
a encontrar en China (…) Esta idea de una universalidad de las actitudes
espirituales puede situarse también en la perspectiva del esfuerzo por desasir,
de su tenaza mítica y tradicional, lo esencial de una actitud, de una elección
de vida. (112-114)
La exigencia de objetividad nunca ha de desaparecer. Dicho de otro modo, y
volvemos al punto de partida de esta conversación, no se puede tratar un texto
antiguo como un texto contemporáneo, corremos el riesgo de deformar
completamente su sentido. A menudo los filósofos analíticos cometen el error de
tratar a los filósofos sin ninguna perspectiva histórica. Casi se creería que
se extrañan del hecho de que, curiosamente, Aristóteles haya ignorado los Principia
Mathematica de Russel y Whitehead. Me parece que el primera
cualidad de un historiador de la filosofía, y sin duda de un filósofo, es la de
tener sentido histórico. (119)
Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, Alpha Decay, Barna
2009
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