Parrhesía i democràcia (Michel Foucault).
Querría retomar el problema de la parrhesía
donde lo dejé el año pasado y tratar de esquematizar un poco una transformación
que me parece importante en esa historia, es decir, el paso de una práctica, un
derecho, una obligación, un deber de veridicción definidos en relación con la
ciudad, las instituciones de la ciudad, el estatus del ciudadano a otro tipo de
veridicción, otro tipo de parrhesía
que, se definirá con respecto, no a la polis,
sino a la manera de hacer, de ser y conducirse los individuos (el ethos), y también con respecto a su
constitución como sujetos morales. (49)
La palabra parrhesía se atestigua
por primera vez en textos de Eurípides. Y en ellos, el término aparecía para
designar el derecho a hablar, el derecho a tomar públicamente la palabra, a
proponer en cierto modo la propia palabra, para expresar una opinión en un
orden de cosas que interesaba a la ciudad. Y a través de varios textos de
Eurípides pudimos ver, en primer lugar, que esa parrhesía, ese derecho a pronunciar la palabra, era un derecho del
que no se disfrutaba si uno no era un ciudadano de nacimiento. (…) En segundo
lugar, también pudimos ver que ese derecho no se poseía cuando uno estaba
exiliado en una ciudad extranjera. (…) En tercer y último lugar, vimos que esa parrhesía, aun cuando uno fuera
ciudadano, aun cuando estuviera en su propia ciudad, aun cuando la poseyera por
derecho de nacimiento, podía perderse si, de una manera u otra, una mancha, un
deshonor, una vergüenza cualquiera llegaba a marcar a la familia. (49-50)
La parrhesía aparecía como un
derecho y un privilegio que formaban parte de la existencia de un ciudadano
bien nacido, honorable, y le daban acceso a la vida política, una vida
entendida como posibilidad de opinar y contribuir, de tal modo, a la toma de
decisiones colectivas. La parrhesía
era un derecho que había que conservar a cualquier precio, un derecho que debía
ejercerse en toda la medida de los posible, una de las formas de manifestación
de la existencia libre de un ciudadano libre, si tomamos esta palabra ‘libre’
en su sentido pleno y positivo, es decir: una libertad que nos da derecho a
ejercer nuestros privilegios en medio de los otros, con respecto a los otros y
sobre los otros. (50-51)
Ahora bien –el año pasado nos detuvimos en esta dirección-, en textos
ulteriores, la parrhesía apareció
bajo una luz un poco diferente. En los textos de fines del siglo V a. C y sobre
todo el siglo IV (textos filosóficos y políticos en su mayor parte), la parrhesía se presentaba mucho menos como
un derecho que había que ejercer en la plenitud de la libertad que como una
práctica peligrosa, de efectos ambiguos, y que no debía ejercerse sin
precauciones ni límites. Y, de Platón
a Demóstenes pasando por Isócrates, pudimos ver el desarrollo de
esta desconfianza con respecto a la pharresía
tal como aparece en la literatura y política del siglo IV mediante dos grandes
fenómenos.
Primero: crítica de la parrhesía
democrática. Y aquí me gustaría tratar de mostrarles cómo se efectúa esa
crítica, cómo y por qué el pensamiento filosófico y político griego de Platón a Aristóteles llegó a ella a poner en tela de juicio la posibilidad
de las instituciones democráticas de dar lugar al decir veraz. (…)
Atenas, ciudad democrática, orgullosa de sus instituciones, pretendía ser
la ciudad en la cual el derecho a hablar, a tomar la palabra, a decir la
verdad, y la posibilidad de aceptar el coraje de ese decir veraz se realizaban
en los hechos mejor que en ningún otro lado. Lo que se pone en entredicho es
esa pretensión, de la democracia en general y de la democracia ateniense en
particular. Los valores parecen invertirse y la democracia se presenta, al
contrario, como el lugar donde la parrhesía
va a llegar a ser cada vez más imposible o, en todo caso, peligrosa. Esta
crítica contra la pretensión de las instituciones democráticas a ser el lugar
de la parrhesía asume dos aspectos.
En primer término, en la democracia, la parrhesía
es peligrosa para la ciudad. Lo es porque es la libertad, atribuida a todos de
manera indiscriminada, de tomar la palabra. (…) La democracia es el lugar donde
la parrhesía se ejercerá como la
libertad de cada uno y de todos de decir cualquier cosa, es decir, lo que les
plazca. Y de tal modo, recordarán que Platón,
en la República (libro VIII, 557b),
menciona esa ciudad llena de libertad y hablar franco (eleuthería y parrhesía),
la ciudad abigarrada y variopinta, la ciudad sin unidad en la cual cada uno da
su opinión, sigue sus propias decisiones y se gobierna como quiere. En ella hay
tantas politeiai (constituciones,
gobiernos) como individuos. (…)Así, en esta libertad parresiástica, entendida
como autorización dada a todos sin distinción para hablar (buenos y malos
oradores, hombres interesados u hombres dedicados a la ciudad), todo, discursos
veraces y discursos falsos, opiniones útiles y opiniones nefastas o nocivas, se
yuxtapone, se entremezcla en el juego de la democracia. Se advierte entonces
que, en ésta, la parrhesía es un
peligro para la ciudad. (…)
El segundo aspecto que preocupa (…) es el hecho de que, en la democracia,
la parrhesía es peligrosa, no sólo
para la ciudad misma, sino para el individuo que trata de ejercerla. Y
entonces, la parrhesía se considera
bajo otro aspecto. (…) Entre todos los oradores que se enfrentan, en la
baraúnda de la que habla Platón (la
imagen de la nave en el libro VI de la República),
(…) intentan seducir al pueblo y apoderarse del timón, ¿cuáles serán
escuchados, cuáles serán aprobados, seguidos y amados? Los que agradan, los que
dicen lo que el pueblo quiere, los que lo adulan. Y los otros, al contrario,
los que dicen o procuran decir lo que es cierto y está bien, y no lo que
agrada, no serán escuchados. Peor, suscitarán reacciones negativas, irritarán,
inflamarán la ira. Y su discurso veraz los expondrá a la venganza o el castigo.
Sócrates, como recordarán, se
refiere a ese peligro sufrido por el individuo que dice la verdad en el espacio
democrático en un pasaje muy preciso de la Apología
(31 d-e). (…)
Aquí se designa con claridad el peligro de la parrhesía como decir veraz en la práctica democrática, un peligro
no para la ciudad en general, sino para el individuo que tiene nobles motivos y
que, por esos nobles motivos, quiere oponerse a la voluntad de los demás.(…)
Como ven, pues, la noción de parrhesía se disocia. Por un lado, aparece como
la libertad peligrosa, otorgada a todo el mundo sin distinción alguna, de decir
cualquier cosa. Y por otro está la buena parrhesía,
la parrhesía valerosa (la del hombre
que dice generosamente la verdad, y aun la verdad que disgusta), que es
peligrosa para el individuo que la usa y para la cual no hay lugar en la
democracia. O esta última da cabida a la parrhesía,
y la libertad resultante no puede más que ser peligrosa para la ciudad, o la parrhesía es una actitud valerosa
consistente en proponerse decir la verdad, y entonces no tiene lugar en la democracia.
Esa es, por tanto, la parrhesía
en la democracia ateniense: todo el mundo –incluso los criados, incluso los
esclavos. Puede hablar libremente. Pero la parrhesía
(el hablar franco) en su sentido positivo, como coraje de decir la verdad,
ha sido expulsada de la tribuna. Habida cuenta de que hay parrhesía como licencia para todo el mundo, no puede haberla como
coraje de decir la verdad. (…)
Ahora puede plantearse la pregunta: ¿qué razón se aduce para que, en el
juego democrático, el discurso veraz no se imponga al discurso falso? ¿Cómo
puede ser, en resumidas cuentas, que un orador valeroso, un orador que dice la
verdad, no sea capaz de granjearse el reconocimiento? (…) ¿Por qué y cómo, por
qué motivo, la división entre el discurso veraz y el discurso falso no puede
hacerse en democracia? Creo que nos encontramos aquí ante un problema
fundamental y que es preciso tratar de comprender. (51-57)
Clase del 8 de febrero de 1984. Primera hora.
Michel Foucault, El coraje de la verdad, Fondo
de Cultura Económica, Buenos Aires 2010
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