El mite del votant racional.
Los sesgos cognitivos son algo así como atajos mentales. Afectan en especial a lo que Daniel Kahneman llama “sistema 1”, nuestra parte más emocional en la toma de decisiones, pero también se encuentran en situaciones que requieren una forma de pensar más lenta y reflexiva. Hasta los científicos más pulcros se engañan rutinaria y sistemáticamente.
La elección del voto es una de esas decisiones difíciles que en principio requieren pensar lentamente (es decir, empleando el “sistema 2″). En España tenemos incluso una pintoresca “jornada de reflexión” que así lo da a entender, si bien difícilmente se ejercita, y son escasos los recursos que tienen los votantes para evaluar la racionalidad de sus decisiones más allá del fervor partidista.
En la revista Verne pasan revista hasta a 15 sesgos cognitivos que influyen en el voto: sesgo de confirmación, efecto Halo, efecto de encuadre, correlación ilusoria, efecto señuelo, efecto Barnum, pérdida irrecuperable, sesgo de atribución, de autoridad, subirse al carro, falso consenso, observación selectiva, aversión a las pérdidas, puntos ciegos e intereses personales.
Y hay críticas que afectan todavía más a la raíz. Según el economista Bryan Caplan la idea de que el votante es “racional” es un mito (The myth of the rational voter. Why democracies choose bad policies. Princeton University Press. 2007).
La irracionalidad de los votantes no deja de ser un hallazgo desagradable, si bien muchos científicos políticos aún confían en lo que llaman “milagro de la agregación”: puede que los votantes individuales sean “ignorantes racionales” y que la mayoría decida aleatoriamente –o basándose en información escasa, o sesgada– pero en último término es la minoría ilustrada la que decanta la balanza.
Caplan no cree en tal milagro. Los votantes yerran sistemáticamente, las brechas entre la opinión experta y popular son muy difíciles de salvar, y añade nuevo sesgos de su cosecha para poner en duda la racionalidad del proceso: sesgo “antimercado” (“la tendencia a subestimar los beneficios económios del proceso de mercado”), “antiextranjeros” (“la tendencia a subestimar la aportación de los extranjeros a la economía”), “sesgo de la producción de trabajo” (“Make-work bias”: “la tendencia a sobreestimar la conservación de los trabajos”), y “sesgo pesimista” (“la tendencia a sobreestimar la gravedad de los problemas económicos y subestimar los logros pasados de la economía”).
Todavía queda un inconveniente más profundo, esta vez estudiado por los psicólogos evolucionistas. Parece que conservamos algo de nuestras “mentes de la edad de piedra”, y que la gente está naturalmente mucho mejor preparada para tomar decisiones políticas sobre problemas de pequeña escala. Esta es la conclusión de una serie de experimentos dirigidos por Glenn Geher y su equipo (2015) que apuntan a un “desajuste evolutivo” entre las circunstancias ancestrales y actuales. Al fin y al cabo los temas políticos de escala mayor, como relaciones internacionales o complicados problemas financieros, no formaban parte del ambiente adaptativo de los seres humanos. Y de hecho, muchos de estos problemas que nos quitan el sueño hoy ni siquiera formaban parte de la democracia griega, por lo que el desajuste evolutivo se solapa con un desajuste histórico más reciente y mejor estudiado.
TC, ¿Seguro que votaste racionalmente?, cultura 3.0 22/12/2015
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