El caràcter dialògic de la filosofia Antiga (Pierre Hadot).
by Máximo |
Los textos de filosofía antigua son extremadamente distintos de los textos
de la filosofía moderna. La primera de las diferencias es que los textos de la
filosofía antigua siempre se relacionan con la expresión oral. Por ejemplo, los
diálogos de Platón estaban
destinados a ser presentados en lecturas públicas. Incluso aquellos textos (que
eran muy austeros) de los comentadores de Aristóteles
se presentaban a los alumnos, en primer lugar, oralmente. A menudo han llegado
hasta nosotros gracias a las notas que los alumnos habían tomado durante el
curso. También podemos suponer que los textos de los presocráticos eran antes
leídos en público. (…) Precisamente lo que también caracteriza a la gran
mayoría de los escritos filosóficos de la Antigüedad es que se corresponden con
un juego de preguntas y de respuestas, porque la enseñanza de la filosofía,
durante casi tres siglos, es decir, desde Sócrates hasta el siglo primero antes
de Jesucristo, se presentaba, casi siempre, según el esquema
pregunta-respuesta. (…) Esta cultura de la “pregunta” siguió subsistiendo en la
escolástica de la Edad Media.
De este modo la enseñanza se practicaba, en gran parte, en forma de
diálogo. (…) Así pues de un extremo al otro de la historia de la filosofía
antigua casi siempre nos encontramos con la misma situación: los escritos
filosóficos responden a preguntas. Por ejemplo, en su Vida de Plotino, Porfirio
dice que Plotino había compuesto sus
escritos en respuesta a las preguntas que se planteaban en el curso. Estamos,
así, en presencia de un fenómeno extremadamente interesante: el pensamiento que
se expone en el escrito no se desarrolla para exponer un sistema total de la
realidad. Aquel sistema total de la realidad existe probablemente en el
espíritu de Platón, o de Aristóteles, o de Epicuro o de Crisipo,
pero se supone solamente en la respuesta a las preguntas o en el género de
preguntas que se plantean. El escrito mismo no consiste en exponer de una
manera sistemática. (…) Estamos siempre en presencia de un escrito más o menos
circunstancial, y no ante una exposición de carácter absolutamente universal,
válida para todos los tiempos y todos los países; aquel está, por el contrario,
muy particularizado. Todo lo que acabo de decir se opone al método estructural,
preconizado especialmente por Victor
Goldschmidt, que tiende a minimizar la parte de expresión oral en la
filosofía antigua. (90-92)
En la Antigüedad el diálogo era una de las formas fundamentales de la
enseñanza. Digamos, simplificando, que podía adoptar formas bastante diversas.
Podía adoptar las de un ejercicio de argumentación con reglas codificadas.
Estaba a la vez destinado a formar el espíritu y a preparar al discípulo para
las justas oratorias de la ciudad o el tribunal. También podía presentarse bajo
la forma de un libro de entretenimiento que, a veces, se reducía a una única
pregunta de un discípulo, pregunta a la que el maestro respondía con una larga
exposición magistral, pero dirigiéndose siempre a un auditorio bien definido.
(…) Es muy interesante constatar que los latinos, cuando hablaban de un escrito
filosófico, lo llamaban “diálogo”, por ejemplo cuando designaban las obras de Cicerón o de Séneca en las que siempre se encuentran preguntas planteadas por un
interlocutor real o ficticio.
En la Antigüedad, la filosofía es, pues, esencialmente diálogo, se trata
más de una relación viva entre personas que de una relación abstracta con
ideas. (92-93)
Las consolaciones y las correspondencias son géneros literarios en los que
el filósofo comenta a sus discípulos o a sus amigos, en circunstancias
precisas, un acontecimiento enojoso, en el caso de las consolaciones, y las
diferentes circunstancias de la vida, en el caso de las correspondencias, como
las cartas de Epicuro y de Séneca. Son, en definitiva, otras
formas de diálogo. Estas formas literarias –diálogo, consolación,
correspondencia. Continuaron existiendo en la Edad Media, en el Renacimiento e incluso
en el siglo XVII, pero precisamente en forma literaria, sin necesidad de que la
enseñanza de la filosofía tuviera una forma dialógica. De este modo tenemos
diálogos de Berkeley, de Hume y de otros filósofos. Las cartas
de Descartes a la princesa Elisabeth
del Palatinado a veces adoptan la apariencia de cartas de dirección espiritual,
dignas de la Antigüedad. Creo que los tratados sistemáticos, escritos con la
intención de proponer un sistema en sí mismo, han de ser fechados en los siglos
XVII y XVIII (Descartes, Leibniz, Wolff). Los géneros literarios antiguos desaparecen entonces
progresivamente. (94)
Me preguntas si hubo pérdida desde este punto de vista. En primer lugar hay
una pérdida parcial, aunque muy real, de la concepción de la filosofía como
forma de vida, como elección de vida y también como terapia. Se ha perdido el
aspecto personal y también comunitario de la filosofía. Además, la filosofía se
ha hundido cada vez más en una vía puramente formal, en la búsqueda, a todo
precio, de la novedad en sí misma: se trata para el filósofo de ser lo más
original posible, si no creando un sistema nuevo, sí, al menos, produciendo un
discurso que, para ser original, se quiere muy complicado. La construcción más
o menos hábil de un edificio conceptual se convertirá en un fin en sí mismo. De
este modo, la filosofía se ha ido alejando cada vez más de la vida concreta de
los hombres.
(…) Desgraciadamente, pienso que es extremadamente difícil en nuestros días
resucitar el carácter dialógico de la filosofía antigua. Me parece que esta
forma dialógica de la enseñanza no se puede realizar más que en las comunidades
al estilo de las escuelas antiguas, organizadas para vivir la filosofía en
común (symphilosophein, como se decía
entonces). Quizá esto sería posible en comunidades que fueran de tipo
monástico. Pero creo que, en la vida cotidiana y en la vida universitaria,
sería muy artificial. (94-95)
Siempre me chocó que los historiadores dijeran: “Aristóteles es
incoherente”, “san Agustín compone mal”. Y esto me condujo a la idea de que las
obras filosóficas de la Antigüedad no se componían para exponer un sistema,
sino para producir un efecto de formación: el filósofo quería hacer trabajar
los espíritus de sus lectores o auditores para ponerlos en una disposición determinada.
(99)
En cierto sentido podríamos decir que hubo siempre dos concepciones
opuestas de la filosofía, una que ponía el acento en el polo del discurso, y
otra que lo ponía en el polo de la elección de vida. Ya en la Antigüedad,
sofistas y filósofos se enfrentaban. Los primeros intentaban brillar por las
sutilezas de la dialéctica o la magia de las palabras, los segundos pedían a
sus discípulos un compromiso concreto con una determinada forma de vida. (100)
El discurso filosófico
Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, Alpha Decay, Barna
2009
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