Plató a Sicília (Michel Foucault).
Si la democracia se descalifica como lugar posible, privilegiado de la parrhesía, en contraste, otro tipo de
estructura política o, mejor, otro tipo de relación entre el discurso veraz y
el gobierno, surge cada vez con mayor insistencia como ese lugar privilegiado
para el decir veraz. Y esta otra relación es la existente entre el príncipe y
su consejero. Ya no es la Asamblea, es la Corte, la corte del príncipe, el
grupo de aquellos a quienes éste está dispuesto a escuchar. Es en ese marco, en
esa forma, donde la parrhesía puede y
debe encontrar su lugar. (73)
¿Por qué la relación con el príncipe habría de ser ese lugar, cuando el
poder principesco carece por definición de límites y a menudo de leyes, y, por
consiguiente, es capaz de todas las violencias? La razón –simétrica y inversa
de la que habíamos encontrado para la democracia- es que el alma del jefe en
cuanto tal, y en la medida misma en que se trata de un alma individual (la psykhé de un individuo), es idónea para
una diferenciación ética, a la vez introducida, valorizada, formalizada y en
condiciones de producir efectos gracias a la formación y elaboración morales,
una elaboración que, por una parte, va a hacer a ese jefe capaz de escuchar la
verdad y, por otra y como consecuencia, le enseñará a limitar su poder. El
decir veraz puede tener su lugar en la relación con el jefe, el príncipe, el
rey, el monarca, sencillamente porque –para decir las cosas de una manera
brutal y sin sutileza alguna- éstos tiene un alma, a la que persuadir y educar
y, a través del discurso veraz, inculcar el ethos
que la hará capaz de escuchar la verdad y conducirse de conformidad con ella.
Recordarán que es así como Platón
concebía o al menos justificaba a posteriori los viajes que había hecho a
Sicilia, y más precisamente su iniciativa ante Dionisio el Joven. En la famosa Carta VII, Platón presenta su justificación en tres tiempos. En primer lugar,
dice, fue a Sicilia a ocuparse de la pedagogía de Dionisio el Joven porque
había hecho una primera experiencia favorable con cierto individuo, Dión (tío
de Dionisio), que había mostrado, por su capacidad de aprender y traducir la
filosofía en buena conducta, que la pedagogía platónica podría surtir efecto en
un alma, y en el alma de alguien destinado a gobernar. (…)
Primera razón, entonces: el éxito en ese caso particular. Segunda razón
para ir a Sicilia, que viene a articularse con la primera y a continuarla:
resulta que después de la muerte de Dionisio el Viejo, Dionisio el Joven hereda
el poder. La “juventud de Dionisio y su afición muy intensa por la filosofía y
la paideia (Carta VII, 327 a-b), su entorno siempre pronto a adoptar la
doctrina (logos) y la vida (bíos) recomendadas por Platón: todo esto constituía un segundo
elemento favorable. En tercer y último lugar, estaba el hecho mismo de que
Dionisio, aconsejado por su tío Dión y con todas sus buenas disposiciones pera
la filosofía y la paideia, había
recibido precisamente de su padre un poder personal, un poder absoluto. Y
gracias a ese poder personal, iba a ser posible, una vez que se accediera a su
alma, tener acceso a la ciudad, al Estado, a la politeia que él regía.
Sin duda podrá decirse, y la Carta
VII lo testimonia, que esa gran esperanza se frustró y que toda la empresa
resultó un fracaso. Pero es preciso comprender que el fracaso que Platón experimenta en Sicilia, y cuyos
episodios detalla, no es interpretado por él como una suerte de fracaso
estructural. En tanto que la democracia es estructuralmente incapaz de hacer
lugar a la parrhesía, si el decir
veraz de Platón, su veridicción
filosófica, no prendió en Dionisio el Joven, fue en el fondo por razones que él
detalla justamente de manera muy histórica y coyuntural: la mala índole de
Dionisio, su mal entorno, todas las intrigas con las cueles se topó el filósofo
y a las que debió oponerse en la corte de aquél y, por último, más adelante, el
asesinato de Dión. En este caso (…), se invocan razones históricas, singulares,
coyunturales para explicar el fracaso de la parrhesía
platónica en Sicilia. El principio en sí mismo no se cuestiona. El objetivo
sigue siendo impartir una formación filosófica a los que mandan. Fracaso
coyuntural de la pharresía platónica
en el caso de Dionisio. Fracaso estructural, imposibilidad estructural de la parrhesía en una constitución
democrática.
La idea de que la pharresía con
el príncipe siempre es arriesgada, siempre puede fracasar, siempre puede
tropezar con circunstancias desfavorables, pero no es imposible en sí misma y
en todo momento merece la pena intentarse. (77-79)
Lo que hace posible, lo que hace deseable y hasta necesario el decir veraz
con el príncipe es el hecho de que su manera de gobernar la ciudad dependerá de
su ethos (su manera de constituirse
individuo como sujeto moral), así como el hecho de que ese ethos de forma y se determina por el efecto del discurso veraz que
se le dirige. El ethos, pues, va a
ser el principio y la matriz de su manera de gobernar, ese ethos, entonces, es el elemento que permite ala veridicción, a la parrhesía, articular sus efectos en el
campo de la política, el campo del gobierno de los hombres, la manera como
éstos son gobernados. Si la parrhesía
puede, cuando se trata de un tirano, de un monarca, de un soberano personal,
tener su efecto político y sus beneficios en el arte de gobernar a los hombres,
lo hace por intermedio del elemento en que consiste el ethos individual del príncipe. En el caso de la democracia, al
contrario, el hecho que hacía que la parrhesía
no fuera admitida, no fuera escuchada y, aun cuando se encontraba a alguien que
tenía el coraje de valerse de ella, se lo eliminara en vez de honrarlo, era
precisamente que la estructura de la democracia no permitía reconocer y hacer
lugar a la diferenciación ética. (80-81)
Clase del 8 de febrero de 1984. Segunda hora.
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