Tecnologia i canvis cognitius.
A manera de síntoma de una enfermedad a la que nadie le ha puesto nombre todavía, en la Red se multiplican los vídeos de niños de corta edad perfectamente hábiles para utilizar una tableta pero frustrados y furiosos porque sus deslizamientos y pellizcos no provocan ningún efecto en revistas o libros de papel. En uno de ellos, por ejemplo, su protagonista, una niña de un año, parece tratar de comprobar si su dedo funciona.
Aún no sabemos qué cambios cognitivos están produciendo en nosotros las nuevas tecnologías, pero sabemos (somos dolorosamente conscientes, de hecho) que nuestra dependencia de ellas es absoluta y que esos cambios se originarán incluso aunque no lo sepamos: de hecho, ya están sucediendo. Un tiempo atrás, Facebook se vio obligado a ampliar el número de alternativas disponibles para describir la situación sentimental del usuario, pero una promoción de ellos ya se había habituado a considerar “normales” solo cuatro (soltería, matrimonio, divorcio y viudez), insuficientes para dar cuenta de una parte tan importante y compleja de nuestra vida, en un ejemplo de cómo una tecnología mal diseñada introduce cambios sociales y cognitivos casi sin proponérselo.
Al menos alguno de los 248 minutos por día que (según estadísticas) pasamos online debería estar destinado a pensar en esto, en qué cambios introduce en nuestras formas de organización social cada nueva tecnología y de qué manera altera nuestra percepción de lo que es normal y lo que no lo es. Un estudio reciente ha demostrado que los mayores de 55 años sueñan en blanco y negro, mientras que los menores suelen hacerlo en color; según el filósofo estadounidense Eric Schwitzgebel, esto es influencia del cine: como toda tecnología, esta habría penetrado hasta tal punto en nuestra consciencia que no podríamos librarnos de ella ni siquiera en la privacidad de nuestra habitación, con los ojos cerrados.
Patricio Pron, Ni siquiera con los ojos cerrados, El País semanal 08/12/2015
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