La filosofia Antiga: més enllà de l'egoisme (Piere Hadot)
Existe permanentemente un peligro de egoísmo en los esfuerzos que uno hace
por perfeccionarse a sí mismo, sobre todo desde la perspectiva antigua, donde
se intenta alcanzar la ataraxia, es decir, la paz del alma; a menudo se
desligan de la actividad política y además hay una apariencia de egoísmo en
algunas declaraciones que de momento me chocaron un poco en el Manual de Epicteto, donde escuchamos a Epicteto
decir: piensa que tu hijo es mortal y no serás perturbado por su muerte. Por
otro lado me di cuenta de que, en el caso de Epicteto, no era una especie de egocentrismo espiritual, sino que,
por el contrario, era una actitud bastante análoga a la del cristiano que se
somete a la voluntad de Dios. Finalmente, esto podía explicarse cuando sabemos
que, por otra parte, había insistido mucho en las afecciones familiares. Hay
que reconocer que es un problema complicado, incluso para los cristianos. Preocuparse
de uno mismo puede parecer egocéntrico. Pero, cuando leemos textos como los de Séneca, de Epicteto, de Marco Aurelio,
hablo de los estoicos, o cuando estudiamos también cómo funcionaba la vida en
la escuela epicúrea, nos damos cuenta de que la práctica espiritual (que, como
acabo de decir, busca establecer la paz en el alma) no es egoísta por varias
razones. En primer lugar, los ejercicios espirituales están destinados a
deshacerse del egoísmo, egoísmo provocado, primero y ante todo, por la atracción
de los placeres o por la preocupación por el cuerpo. Los filósofos siempre han
hecho, tanto Platón como los
estoicos (dejemos a los epicúreos de lado por el momento), un esfuerzo por
desprenderse del yo parcial y pasional, para elevarse al nivel del yo superior.
Por ejemplo, el diálogo entendido como ejercicio espiritual: consiste
justamente en reconocer los derechos del otro en la discusión y, sobre todo, en
reconocer una norma superior al nivel de la cual el yo ha de elevarse para
poder simplemente dialogar –una norma superior que es la razón-. En el fondo,
es simple: a partir del momento en que intentamos someternos a la razón,
estamos casi necesariamente obligados a renunciar al egoísmo. He aquí, pues, un
primer argumento.
Otro argumento tiene que ver con el caso de Sócrates. El ateniense se presenta como aquel que ha recibido la
misión de ocuparse de los demás, de hacerles tomar la decisión de preocuparse por
sí mismos. Aquí volvemos al primer argumento: la preocupación por uno mismo no
es en modo alguno una preocupación por el propio bienestar, en el sentido
moderno del término, sino que la preocupación por uno mismo consiste en tomar
conciencia de lo que se es realmente, es decir, en definitiva, de nuestra
identidad con la razón e, incluso, entre los estoicos, con la razón considerada
como Dios. Así pues, los filósofos siempre se preocuparon por los demás. En el
caso de Platón, se ve muy claro en
su Carta VII y, por otro lado, en sus
interpretaciones políticas; también entre los primeros estoicos, y es todavía
más explícito en Séneca, en Epicteto y en Marco Aurelio. He hablado de las tres disciplinas de Epicteto que volvemos a encontrar en Marco Aurelio: la disciplina del deseo,
la disciplina de la acción y la disciplina del juicio. Ahora bien, la
disciplina de la acción comporta un elemento que es muy importante: la preocupación
por el bien común. Para marco Aurelio ello adquiere un valor muy fuerte, ya
que, en tanto que emperador, se exhorta a sí mismo a preocuparse por el bien
común. Por otra parte –y aquí volvemos al epicureísmo-, podemos decir que las
filosofías en la Antigüedad buscan extenderse, tienen un aspecto misionero,
podríamos decir, aunque sea a pequeña escala; y los epicúreos, que de hecho
parecen replegarse en sí mismos, tienen un gran sentido de la amistad, que para
ellos, es un placer: desean la amistad porque es un placer puro. Y tienen el
deseo, sobre todo, de expandir su doctrina. Un ejemplo magnífico y
extraordinario es el de Diógenes de
Enoanda. Había hecho grabar, sobre los muros de su ciudad, unas
inscripciones inmensas que eran textos epicúreos, destinados a convertir a sus
conciudadanos a la doctrina epicúrea. En Turquía se han encontrado algunas de
estas inscripciones.
Hace falta invertir la fórmula, al menos en lo que concierne a los
estoicos, “no podemos ocuparnos de los otros si no nos ocupamos primero de
nosotros mismos” por lo que dice Séneca
(Carta 48, 3): “Vive para el prójimo
si quieres vivir para ti”. Ya que, añade Séneca, no se puede ser feliz si uno
no tiene en cuenta más que a sí mismo. Es cierto que se podría pensar que, para
ocuparse de los otros, primero hay que transformarse a uno mismo. Pero esta
transformación de sí mismo consiste precisamente en estar atentos a los demás.
(…)
Quizá me diréis: olvidar el interés personal es precisamente preocuparse
por uno mismo, es decir, cuidarse del yo superior, más allá de todo egoísmo.
Esto es verdad, tanto más cuanto que, como dice claramente Marco Aurelio (VII, 13), la razón que funda el amor al prójimo, al
menos para los estoicos, es la conciencia de ser miembros del mismo cuerpo, de
tal modo que cada miembro, al ponerse al servicio del cuerpo, se pone al
servicio de sí mismo. Encontramos alegría haciendo el bien a los otros porque,
haciendo el bien a los otros, nos hacemos bien a nosotros mismos. Pero hay
todavía aquí un peligro que Marco
Aurelio vio muy bien (V, 6,3): si somos conscientes y felices del hacer el
bien, corremos el riesgo de vernos hacer el bien y de no tener una intención
perfectamente pura haciendo el bien. Para él, hay que ser de aquellos que hacen
el bien en cierto sentido inconscientemente. Esto recuerda las palabras del Evangelio: Cuando des limosna, que tu
mano izquierda ignore lo que hace tu mano derecha”. La bondad supone un
desinterés total, tiene que ser en cierto sentido espontánea e irreflexiva, sin
el menor cálculo, sin la menor complacencia en sí mismo. Es necesario que la
bondad sea un instinto: tenemos que hacer el bien como la abeja hace su miel y
no busca nada más. Que yo sepa, ningún filósofo antiguo ha alcanzado como Marco Antonio esta cúspide de la pureza
de intención. (163-167)
El discurso filosófico como ejercicio espiritual
Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, Alpha Decay, Barna
2009
Comentaris