Fal.làcies lògiques en l'àmbit del debat econòmic.

1. Ad Hominem

Empezamos con una de las más comunes falacias lógicas que podemos encontrar en los rifirrafes económicos actuales, y una de las estrellas del universo tuitero. Hablamos de un argumento “ad hominem” cuando se ataca a la persona en lugar de rebatir el argumento, en una secuencia harto conocida:

A afirma la proposición “X”.
B presenta algo que cree cuestionable (o que quiere cuestionar) acerca de A.
Por tanto, “X” es falsa.

El insulto o menoscabo del interlocutor como pretexto lógico para refutar la validez de una afirmación es una herramienta potente porque apela al sentimiento primordial sobre la razón. ¿Cuántos argumentos económicos se rebaten usando como arma arrojadiza el empleo, estatus social, sexo, educación, riqueza, comportamiento pasado o moral del oponente? Les animo a asomarse a Twitter. No tardarán ni un minuto en encontrarlos.

A veces no se ataca al oponente, sino a las fuentes que éste utiliza, por las mismas razones. Hablamos entonces de “envenenar los pozos”, otra conocida variante del “ad hominem”.

Sin embargo, no siempre el recurso “ad hominem” constituye una falacia lógica. La credibilidad de un argumento puede depender de que quien lo exponga se presente como un “experto”. Y ya sabemos la cantidad de cantamañanas que pueblan los foros mediáticos. Como dice el gran don Antonio Burgos, abundan los licenciados en “tertulianés”.

2. El subterfugio Ad Logicam

El recurso “ad logicam” (denominado straw man, espantapájaros, en inglés), consiste en presentar una versión exagerada o caricaturizada del argumento del interlocutor para desacreditarlo. Se aprovecha además de la ignorancia o desinformación de la audiencia sobre el tema en concreto, hecho que en el ámbito económico es casi habitual. No es de extrañar, por tanto, que esta añagaza lógica también abunde en el panorama discursivo patrio.

Su estructura es la siguiente:
A afirma la proposición “X”.
B presenta una proposición “Y” deformada y falsamente similar a la anterior, como argumento contra A.

Un ejemplo del uso de tal subterfugio lo encontramos en este post de Paul Krugman (un habitual del “ad logicam”), titulado “Soup Kitchens Caused the Great Depression, AFF Edition” (AFF = “Austrian Founding Fathers”). Krugman pone en boca de los economistas austriacos, en concreto Mises, que la causa de la Gran Depresión americana fue la existencia de “cocinas de sopa para los pobres”, imagen distorsionada para sugerir que dichos autores denunciaban la existencia de un trato demasiado favorable a los desempleados de la época. Les recomiendo leer el artículo de Krugman y a continuación el magnífico post de respuesta donde Jeremy R. Hammond desmonta brillantemente esta falacia lógica.

También típico “ad logicam” es el argumento de la cadena de noticias Fox News (otros maestros de la exageración) afirmando que poner un 100% de impuestos a los ricos permitiría el funcionamiento del gobierno federal durante dos meses y medio o tres meses, en referencia torticera a una propuesta del presidente Obama (discutible, pero en otros términos) para incrementar la presión fiscal. Como ven, todo vale en la viña económica del Señor.

3. La Falacia Reductiva

En este caso, en lugar de caricaturizar o deformar, recurrimos a la máxima simplificación y la convertimos en hecho indiscutible. Muy habitual en los eslóganes político-económicos, especialmente para impactar al oyente afín.

Un ejemplo de falacia reductiva es el típico “los impuestos son un robo”. También lo es la frase que suele repetir a menudo el mediático Pablo Iglesias: “la deuda externa está diseñada para ser impagable”. Un maestro.

4. La Generalización



Opuesta a la anterior, trata de argumentar con conclusiones extraídas de un número reducido o poco representativo de hechos o datos. Abunda en la prensa económica generalista para extraer deducciones de pretendidos estudios, sondeos, encuestas o acontecimientos puntuales.

5. El Argumento de Autoridad (Argumentum Ab Auctoritate)

Otro recurso muy común en el debate de ideas, con numerosos ejemplos en la historia, es dar por cierta una afirmación sobre un determinado tema por el mero hecho de que quien lo hace es un experto reconocido. La estructura del razonamiento es simple:

A afirma la proposición “X” sobre una determinada materia “M”
A es un experto en la materia “M”.
Por consiguiente, la proposición “X” es correcta.

Se refuerza el argumento de autoridad en el discurso eligiendo interesadamente una cita del experto adecuada al contexto y rellenándola de detalles adicionales. La apariencia de precisión y seguridad en la exposición completan la fortaleza del proceso. En la mayoría de los casos, no se consideran necesarios otros razonamientos (y menos de cosecha propia).

Una derivada harto extendida del argumento de autoridad es el de la “autoridad anómina”, esto es, recurrir a afirmaciones tales como “los expertos están de acuerdo en que…”, “se sabe que…”, “fuentes oficiales afirman…” y todas sus variaciones posibles. ¿Les suena? A mí también (un cariñoso saludo a Carles):

6. Subirse al carro (“bandwagon”)

Nada más común que asumir que un argumento es auténtico porque tiene un amplio apoyo popular. El esquema se repite una y otra vez:

Mucha gente cree que A es una proposición verdadera.
Por consiguiente, A es verdadera.

Un ejemplo muy actual de esta falla lógica: “todos los políticos son corruptos”, donde la percepción ciudadana supera a cualquier estadística objetiva. En el ámbito económico, si se animan revisar nuestra lexicografía económica tuitera, encontrarán algunos ejemplos más.

7. Y un largo etcétera…
 
Podríamos seguir describiendo más falacias argumentales utilizadas en el debate económico cotidiano, pero superaríamos la extensión admisible de esta entrada. La siguiente relación incluye sólo algunas de las más comunes. Seguro que cualquier lector atento puede reconocerlas. Les animamos a ampliar la lista con sus comentarios:

Las malas analogías, tan abundantes en el discurso económico.
La pendiente resbaladiza, esto es, cuando para rechazar una proposición o desaconsejar una conducta se apela a consecuencias remotas, hipotéticas y desagradables, sin fundamentarlas.
La demasiada habitual confusión entre correlación y causa.
El recurso al non sequitur, esgrimiendo conclusiones que no se deducen (“no se siguen”) de las premisas.
La falsa dicotomía, al proponer dos opciones como únicas, cuando existen otras alternativas viables.
La manipulación emocional, que trata de apelar a los sentimientos del oponente, alejándolo del argumentario objetivo.


Contra las falacias lógicas, sólo cabe estar alerta y, sobre todo, preparado. El conocimiento y la sensatez son nuestros mejores recursos ante los argumentos torticeros, tanto para detectarlos en nuestro interlocutor como para evitarlos en nuestro propio discurso. En este sentido, y partiendo de lo que ya conocemos, Miguel García propone en su blog diez útiles mandamientos para un correcto y lógico debate de ideas:


1. No atacarás a la persona, sino al argumento.
2. No malinterpretarás o exagerarás el argumento de una persona para debilitar su postura.
3. No tomarás una pequeña parte para representar el todo.
4. No intentarás demostrar una proposición suponiendo que una de sus premisas es cierta.
5. No asegurarás que algo es la causa simplemente porque ocurrió antes.
6. No reducirás la discusión solo a dos posibilidades.
7. No afirmarás que por la ignorancia de una persona, una afirmación ha de ser verdadera o falsa.
8. No dejarás caer la carga de la prueba sobre aquel que está cuestionando una afirmación.
9. No asumirás que “esto” sigue a “aquello”, cuando no existe conexión lógica alguna.
10. No asumirás que una afirmación, por ser popular, debe ser cierta.

Mucha suerte en el empeño.

Sebastián Puig, Las falácias lógicas del debate económico en las redes sociales, sintetia.com, 07/11/2014

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