Narcís, el símbol de la societat postmoderna.
A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran
figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del
momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos
de la condición moderna. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de
investigadores, en especial americanos, el símbolo de nuestro tiempo: «El
narcisismo se ha convertido en uno de los temas centrales de la cultura
americana» (Crh. Lash, The Culture of Narcissism C.N.). (pàg. 49)
Más allá de la moda y de su espuma y de las caricaturas que pueden hacerse
aquí o allá del neo-narcisismo, su aparición en la escena intelectual presenta
el enorme interés de obligarnos a registrar en toda su radicalidad la mutación
antropológica que se realiza ante nuestros ojos y que todos sentimos de alguna
manera, aunque sea confusamente. Aparece un nuevo estadio del individualismo:
el narcisismo designa el surgimiento de un perfil inédito del individuo en sus
relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo, en el
momento en que el «capitalismo» autoritario cede el paso a un capitalismo
hedonista y permisivo, acaba la edad de oro del individualismo, competitivo a
nivel económico, sentimental a nivel doméstico, revolucionario a nivel político
y artístico, y se extiende un individualismo puro, desprovisto de los últimos
valores sociales y morales que coexistían aún con el reino glorioso del homo
economicus, de la familia, de la revolución y del arte; emancipada
de cualquier marco trascendental, la propia esfera privada cambia de sentido,
expuesta como está únicamente a los deseos cambiantes de los individuos. Si la
modernidad se identifica con el espíritu de empresa, con la esperanza
futurista, está claro que por su indiferencia histórica el narcisismo inaugura
la posmodernidad, última fase del homo aequalis. (pàg. 50)
Después de la agitación política y cultural de los años sesenta, que podría
verse aún como una inversión masiva en los asuntos públicos sobreviene un abandono
generalizado que de una manera ostensible se extiende por lo social, cuyo
corolario es el reflujo de los intereses en preocupaciones puramente
personales, independientemente de la crisis económica. La despolitización y la
desindicalización adquieren proporciones jamás alcanzadas, la esperanza
revolucionaria y la protesta estudiantil han desaparecido, se agota la
contra-cultura, raras son las causas capaces de galvanizar a largo término las
energías. La res publica está
desvitalizada, las grandes cuestiones «filosóficas», económicas, políticas o
militares despiertan poco a poco la misma curiosidad desenfadada que cualquier
suceso, todas las «alturas» se van hundiendo, arrastradas por la vasta
operación de neutralización y banalización sociales. Únicamente la esfera
privada parece salir victoriosa de ese maremoto apático; cuidar la salud,
preservar la situación material, desprenderse de los «complejos», esperar las
vacaciones, vivir sin ideal, sin objetivo trascendente resulta posible. Las
películas de Woody Alien y su éxito son el propio símbolo de esa hiperinversión
en el espacio privado; tal como declara él mismo, «political solutions don't work» (citado por Chr. Lasch, p. 30), en muchos aspectos esa fórmula traduce el nuevo
espíritu de los tiempos, ese neonarcisismo que nace de la deserción de lo
político. Fin del homo politicus y
nacimiento del homo psicologicus, al acecho de su ser y de su
bienestar. (pàg. 51)
Vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y del
futuro, es esa «pérdida de sentido de la continuidad histórica» (C.N., p. 30),
esa erosión del sentimiento de pertenencia a una «sucesión de generaciones
enraizadas en el pasado y que se prolonga en el futuro» es la que, según Chr. Lasch, caracteriza y engendra la
sociedad narcisista. Hoy vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por
nuestras tradiciones y nuestra posteridad: el sentido histórico ha sido
olvidado de la misma manera que los valores y las instituciones sociales. La
derrota del Vietnam, el asunto Watergate, el terrorismo internacional, pero
también la crisis económica, la escasez de las materias primas, la angustia
nuclear, los desastres ecológicos (C.N. pp. 17 y 28) han provocado una crisis
de confianza hacia los líderes políticos, un clima de pesimismo y de catástrofe
inminente que explican el desarrollo de las estrategias narcisistas de
«supervivencia», prometiendo la salud física y psicológica. Cuando el futuro se
presenta amenazador e incierto, queda la retirada sobre el presente, al que no
cesamos de proteger, arreglar y reciclar en una juventud infinita. A la vez que
pone el futuro entre paréntesis, el sistema procede a la «devaluación del pasado», por su
avidez de abandonar las tradiciones y territorialidades arcaicas e instituir
una soledad sin anclajes ni opacidades; con esa indiferencia hacia el tiempo
histórico emerge el «narcisismo colectivo», síntoma social de la crisis
generalizada de las sociedades burguesas, incapaces de afrontar el futuro si no
es en la desesperación. (pàgs. 51-52)
De hecho, el narcisismo contemporáneo se extiende en una sorprendente
ausencia de nihilismo trágico; aparece masivamente en una apatía frívola, a
pesar de las realidades catastróficas ampliamente exhibidas y comentadas por
los mass media. ¿Quién, a excepción
de los ecologistas, tiene conciencia de vivir una época apocalíptica? La
«tanatocracia» se desarrolla, las catástrofes ecologistas se multiplican sin
por ello engendrar un sentimiento trágico de «fin del mundo». Nos acostumbramos
sin desgarramiento a lo «peor» que consumimos en los mass media; nos instalamos en la crisis que, por lo que parece, no
modifica los deseos de bienestar y de distracción. La amenaza económica y
ecológica no ha conseguido penetrar en profundidad la conciencia indiferente de
la actualidad; debemos admitirlo, el narcisismo no es en absoluto el último
repliegue de un Yo desencantado por la «decadencia» occidental y que se
abandona al placer egoísta. Ni versión nueva del «divertirse» ni alienación —la
información jamás estuvo tan desarrollada—, el narcisismo ha abolido lo trágico
y aparece como una forma inédita de apatía hecha de sensibilización epidérmica
al mundo a la vez que de profunda indiferencia hacia él: paradoja que se
explica parcialmente por la plétora de informaciones que nos abruman y la
rapidez con la que los acontecimientos mass-mediatizados se suceden, impidiendo
cualquier emoción duradera. (pàg. 52)
Jamás podrá explicarse, por otra parte, el narcisismo a partir de una
acumulación de acontecimientos y dramas coyunturales: si realmente el
narcisismo, como nos invita a pensar Chr.
Lasch, es una conciencia radicalmente inédita, una estructura constitutiva
de la personalidad posmoderna, debe aprehenderse como la resultante de un
proceso global que rige el funcionamiento social. Nuevo perfil coherente del
individuo, el narcisismo no puede ser el resultado de una constelación dispar
de acontecimientos puntuales, por más que se acompañara de una mágica
«concienciación». De hecho, el narcisismo surge de la deserción generalizada de
los valores y finalidades sociales, provocada por el proceso de
personalización. Abandono de los grandes sistemas de sentido e hiperinversíón
en el Yo corren a la par: en sistemas de «rostro humano» que funcionan por el
placer, el bienestar, la desestandarización, todo concurre a la promoción de un
individualismo puro, dicho de otro modo psi,
liberado de los encuadres de masa y enfocado a la valoración generalizada del
sujeto. Es la revolcón de las necesidades y su ética hedonista lo que, al
atomizar gravemente a los individuos, al vaciar poco a poco las finalidades
sociales de su significado profundo, ha permitido que el discurso psi se injerte en lo social,
convirtiéndose en un nuevo ethos de
masa; es el «materialismo» exacerbado de las sociedades de la abundancia lo
que, paradójicamente, ha hecho posible la eclosión de una cultura centrada en
la expansión subjetiva, no por reacción o «suplemento de alma», sino por
aislamiento a la carta. La ola del «potencial humano» psíquico y corporal no es
más que el estadio definitivo de una sociedad que se aparta del orden
disciplinario y lleva a sus últimas consecuencias la privatización sistemática
ya operada por la edad del consumo. Lejos de derivarse de una «concienciación»
desencantada, el narcisismo resulta del cruce de una lógica social
individualista hedonista impulsada por el universo de los objetos y los signos,
y de una lógica terapéutica y psicológica elaborada desde el siglo XIX a partir
del enfoque psicopatológico. (pàgs. 52-53)
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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