UR-Feixisme (Umberto Eco)



En 1995, Umberto Eco advirtió que el fascismo podía regresar bajo los disfraces más inocentes. No hablaba de camisas pardas ni de marchas con antorchas, sino de una forma difusa, emocional, casi sentimental de totalitarismo. Lo llamó Ur-Fascismo, el fascismo eterno. Y hoy, tres décadas después, sus catorce síntomas se leen como un guion del presente.Estas son las 14 señales del fascismo eterno de Umberto Eco explicadas desde su adaptación a la actualidad:

Hoy se manifiesta en los discursos que idealizan “lo de antes”, las “raíces” o la “patria verdadera”. Desde la educación hasta la cultura, se promueve una nostalgia artificial por una identidad nacional homogénea que nunca existió. La tradición se usa como trinchera contra los derechos sociales y las transformaciones feministas, ecológicas o migratorias.

2. Rechazo del modernismo
Las extremas derechas presentan el pensamiento crítico y la ciencia como amenazas a la fe o la moral. Niegan el cambio climático, la educación sexual o la igualdad de género bajo el pretexto de proteger valores tradicionales. Lo moderno se asocia con decadencia, lo antiguo con pureza.

La política se sustituye por el gesto. Lo importante no es lo que se hace, sino parecer “decidido”. Las redes amplifican esa lógica: declaraciones impulsivas, vídeos virales, indignaciones performativas. Pensar se considera debilidad; reaccionar, virtud.

4. Discrepancia como traición
Quien no piensa igual es enemigo. Las y los periodistas, artistas o activistas críticos son atacados, cancelados o judicializados. La duda, el matiz o la autocrítica son vistos como traición al grupo. La polarización reemplaza el debate.

El racismo se institucionaliza en discursos contra las personas migrantes, el feminismo o el colectivo LGTBIQ+. La diferencia se asocia a peligro, y la diversidad, a amenaza. Las políticas de fronteras y la cultura del odio en redes son su forma actual de expresión.

6. Apelación a las clases medias frustradas
El fascismo eterno se alimenta del malestar. Promete soluciones simples a problemas complejos: culpa a “los de abajo” (personas migrantes, feministas, ecologistas) para que “los de arriba” (élites económicas) sigan intocables. La frustración económica se convierte en arma política.

7. Nacionalismo obsesivo
La bandera se convierte en dogma. El orgullo nacional se usa como excusa para negar la memoria histórica o justificar guerras. La patria ya no se defiende con ideas, sino con odio.

Cada crisis necesita un culpable: migrantes, comunistas, feministas, periodistas o la “agenda globalista”. El enemigo es necesario para cohesionar el poder. Lo importante no es quién sea, sino que exista.

La política se presenta como guerra: “ellos o nosotros”. Se glorifica la confrontación, se demoniza el diálogo. Los líderes autoritarios necesitan conflicto constante para mantener su narrativa de asedio.

Las élites se disfrazan de pueblo. Millonarios, aristócratas o empresarios se autoproclaman “antielitistas” mientras concentran riqueza y poder. El líder se presenta como “uno de los nuestros”, aunque viva de lo contrario.

11. Culto al heroísmo y a la muerte
Se glorifica la violencia simbólica y física. La épica de la “lucha patriótica” sustituye el razonamiento político. En redes, esa heroicidad se traduce en mártires digitales: influencers ultras perseguidos por “decir la verdad”.

12. Machismo y control del cuerpo
La ofensiva antigénero se ha convertido en política de Estado en varios países. Se legisla sobre el cuerpo de las mujeres, se recortan derechos reproductivos y se criminaliza la educación sexual. El patriarcado se reviste de libertad.

El pueblo se convierte en una ficción. Solo pertenece quien encaja en la narrativa dominante. Los excluidos son “enemigos del pueblo”. Este populismo digital crea identidades uniformes que se definen por oposición, no por solidaridad.

El lenguaje político y mediático se vacía. “Libertad” se usa para justificar censura, “patriotismo” para excluir, “verdad” para mentir. En la era de los hashtags, las palabras no comunican: manipulan. La neolengua digital ha convertido el pensamiento en eslogan.

El “Ur-Fascismo” no necesita uniformes ni himnos.
Hoy viste de traje, habla desde un plató o tuitea desde un despacho. Se disfraza de sentido común y se alimenta de nuestra indiferencia.

Eco lo advirtió: cada época tiene su fascismo. Solo cambia el disfraz. 


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