Teories sobre la crisi de la democràcia.

Resulta paradójico que en un momento histórico en el que ha disminuido el número de golpes de Estado y hay más cambios de gobierno que se realizan a través de las elecciones, aumentan los diagnósticos que anuncian la recesión de la democracia. La confianza en la democracia nunca había sido tan alta en Europa y no es cierto que se reduzca su apoyo entre las jóvenes generaciones. Y aunque disminuya el grado de aceptación con la democracia, eso no cuestiona una generalizada aceptación de su legitimidad como forma de gobierno. Se critican sus prestaciones, no su legitimidad.
La cantidad de teorías sobre la crisis de la democracia no es debida a que se prefiera otra cosa sino a que no responde a las expectativas que le dirigimos. En este sentido puede afirmarse que nuestra mayor exigencia es un signo de vitalidad democrática u la percepción de la crisis de la democracia es tan profunda porque hay una gran distancia entre lo que nos proporciona y lo que demandamos de ella. Y en ningún caso, ni entre los acomodados ni por parte de los más exigentes, se apela a un modelo alternativo; las críticas se mantienen en su marco de valores y principios que, lejos de estar en cuestión, han vencido frente a sus concurrentes.
Si los diagnósticos sobre la crisis de la democracia dependen de la concepción que se tiene de ella, también es diverso el modo de concebir su deterioro. A grandes rasgos, esos diagnósticos se dividen entre quienes la ven deteriorada por el hecho de que la gente no tiene el poder que debería tener y quienes piensan que la gente tiene demasiado poder, por exceso o por defecto, podríamos decir, por la incompetencia de las élites o por la irracionalidad de los electores (Innerarity, 2020). Los diagnósticos del primer tipo suelen describir procesos de desempoderamiento popular, ya sea por el poder de las élites, del capitalismo incompatible con la democracia o de los algoritmos. La propuestas lógicas de este campo suelen apuntar hacia una mayor participación y en la línea de una democracia deliberativa directa. En el grupo de quienes lamentan que la democracia sea demasiado directa se critica e mito del votante racional (Caplan, 2008; Bartels, 2008), la falta de competencia y responsabilidad de los electores (Archen/Bartels, 2016) o simplemente el hecho de que el votante medio carezca de la formación y los conocimientos necesarios, como dice Brennan, o son hobbits (ciudadanos con baja información, poco interés y deseo de participación) o hooligans (demasiada información y opiniones fuertes con muchos prejuicios) (2026),
Daniel Innerarity, Otra interpretación de la crisis de la democracia liberal, La maleta de Portbou 72, septiembre-octubre 2025
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