"Dietristi".

by Max
En Italia los llaman dietristi. Son esa clase de tipos que piensan que la verdad siempre está detrás, escondida. Esa clase de tipos que trafican con enigmas, conspiraciones y secretos. Esa clase de tipos que sostienen, digamos, que el asesinato de Kennedy fue organizado por los Kennedy, que el 11-S fue organizado por el lobby judío de Nueva York, que el 11-M fue organizado por Zapatero y Rubalcaba, y que el 23-F fue organizado por la CIA, el Vaticano y el Rey (o, ya puestos, por Mortadelo y Filemón). No hay por qué negar que entre estos vendedores de baratijas abundan los periodistas, pero sí que los periodistas tengan la exclusiva del negocio. Al fin y al cabo, es un negocio muy rentable. La verdad suele ser aburrida y vende poco: es necesario inventar un enigma, una conspiración o un secreto y ponerlo en el mercado asegurando que es verdad -un buen mentiroso nunca dice que miente: siempre miente escudándose en la verdad- para que el negocio empiece a funcionar. Es lo que hacen los dietristi. Aparte de la propia verdad, uno de los mejores instrumentos con que desenmascararlos es La carta robada, una obra maestra de Edgar Allan Poe y uno de los primeros relatos policiacos de la historia. París, mil ochocientos y pico. Un ministro del Gobierno le ha robado una carta comprometedora a un miembro de la familia real. La carta se halla en casa del ministro y, durante tres meses, la policía la busca sin descanso, milímetro a milímetro, en los lugares más recónditos. Al final, derrotado, el prefecto de policía pide ayuda a Auguste Dupin, el primer detective de la historia, a quien bastan una conversación con el prefecto y una visita al despacho del ministro para descubrir la verdad: la carta está en un simple tarjetero, en el lugar más visible del despacho del ministro, donde nadie podía imaginar que estaría, "insolentemente colocada bajo los ojos de cualquier visitante". Valéry observó que lo más profundo es la piel; de igual modo podría decirse que lo más enigmático y secreto es lo que tenemos delante de las narices, y que la verdad no está casi nunca detrás y escondida, sino delante y a la vista de todos: para verla basta prestar atención, basta esforzarse en mirar y escuchar, basta querer verla.

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