Trapasar la linea roja.

“Ya os lo decía yo”. Con esta expresión, u otra parecida respondía orgulloso el conseller Felip Puig a los periodistas cuando llegaba a las puertas del Parlament. Creo que esta es la imagen que queda de los disturbios de este 15-J que podíamos llamar negro para el movimiento de los indignados. Es lo que hacía tiempo estaban esperando: los malos olores, su poco glamour, la ingenuidad, el ser agentes encubiertos de Rubalcaba … no fueron argumentos serios para descalificar al movimiento. Pero la agresividad con la que algunos de los activistas han esgrimido contra los diputados catalanes puede ser el punto de inflexión que pueda acabar con lo que pudo haber sido una institución moral y crítica que planease durante un tiempo sobre sus decisiones. Pueden buscarse excusas pero Democracia Real Ya no ha sabido mantener la sangre fría, no ha encontrado la manera de responder civilizadamente, imaginativamente, a las provocaciones, en forma de indiferencia sobre todo, de la clase política.

No cabe duda que TV3 en sus informativos ha ofrecido todo un escaparate de cómo han sido vejados y humillados los representantes del pueblo de Catalunya. Hacía tiempo que el telenotícies no nos ofrecía un monográfico, como el dedicado al 11-M o al 11-S.

“Representantes”, un concepto que se ha sobreutilizado en sus quejas para diferenciarse de aquellos que no lo son. Y esta afirmación, junto con el que se han traspasado las líneas rojas, ha sido repetida por políticos de todos los signos. En esto, como en otras cosas, la clase política catalana se ha querido presentar como una sola voz. Todos se brindaban a enseñar sus heridas de guerra. Competían por aparecer como los más humillados: la exconsejera Tura por ejemplo se comparaba a los judíos alemanes enseñando la cruz con la que habían graffiteado su gabardina . Algunos, como el líder de Ciutadans, hasta hacían fotos con su cámara para inmortalizar la jornada. A partir de ahora podrá utilizarla como pedigrí democrático: yo también estuve allí. Algunos, más que enseñarlas, las exhibían ante las cámaras para acentuar, tal vez, a la peligrosidad de su profesión. Víctimas, al fin de al cabo de acciones totalitarias. Sin embargo, nadie, ningún diputado, se ha hecho la pregunta de por qué se ha llegado a estos extremos.

Hasta ahora todo eso ha sido simplemente tolerado: el derecho a discrepar ante todo pero dentro de unos límites. Pero ha sido la sobreactuación de algunos la que ha servido para enseñar lo que el otro día en la Plaza Cataluña se intuyó: el uso de la fuerza legítima como amenaza.

Mientras tanto fuera de cámaras las personas verdaderamente ultrajadas en silencio recogen sus enseres para desalojar sus viviendas que no han podido pagar, otros mendigan puestos de trabajo a precios por debajo de la subsistencia … Lo que se iba a hablar y decidir hoy en el Parlament era sobre la dignidad de estas gentes, sobre la responsabilidad de los políticos y de los partidos en general sobre las causas de esta situación, sobre la rebaja de sus sueldos y la rectitud de sus actos, sobre la necesidad de mantener los servicios públicos y sociales básicos, sobre cómo combatir la corrupción, sobre la manera de hacer más democrática la democracia … Por eso a veces hay gente que ante lo que interpreta como pasividad o lentitud, movida por su impaciencia se ve impulsada a traspasar la línea roja y a hacer partícipes de la humillación a gente que se cree (o se ha creído) verse libre de la experimentación de esa sensación, simplemente porque ha ganado un acta de diputado.

Manel Villar.

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