Apocalíptics integrats.

Umberto Eco me decía hace unos meses que, a diferencia de los años sesenta en que se publicó Apocalípticos e integrados (Bompiani, 1965. Lumen 1968), los medios de comunicación de masas y su cultura de masas habían dejado de ser una zanja que separaba a los más cultos de los menos instruidos, a los mayores de los jóvenes y a los poetas de los autores de cómics.

Por entonces, la cultura culta veía una invasión bárbara en la midcult y una degeneración amenazante en la expansión de los mass media. Durante varios decenios, intelectuales de prestigio no se permitieron tener televisor y la caja tonta fue el sobrenombre que resumía todo cuanto podía esperarse de ella. Era tonta y para tontos, era embrutecedora y manipuladora -el número uno de la llamada "industria de manipulación de las conciencias"-, trivial e inmoral. No era la primera vez que ocurría un rechazo semejante a las nuevas tecnologías de la comunicación. Bergson odiaba la fotografía y la agrupación de los más finos pensadores europeos se habían prometido no pisar un cine jamás.

La diferencia hoy, respecto a entonces, me decía Eco es que ya nadie, ni alto ni bajo, ni erudito ni zoquete, se alza contra la proliferación de aparatos, de todo orden, móviles o tabletas, webs o nubes que han sobresaltado los mares de la comunicación. De la comunicación de masas y de la comunicación general, de la naturaleza de la cultura, el sexo, la religión y de la política ancestral.

Pocas veces -y una fue precisamente hace un siglo- ha sido más patente la influencia de la tecnología sobre la filosofía y la comunicación con las ganas de vivir más. Con una particularidad añadida: los cambios de paradigma que se hayan producido son compartidos por todas las clases, catedráticos u oficinistas, empresarios y voluntarios de una ONG. Los integrados y los apocalípticos de antes no luchan ahora entre sí.

La masa es ruidosa si grita pero no es pestilente como parecía en la Gran Depresión. La masa no es ya un animal exterior que viene a devorarnos la vida cultivada sino que esa plantación somos todos, todos nadando en el precipitado de hombres y mujeres, niños y jubilados, aglomerados un día ante un museo, otro en un cine, un estadio o una fiesta rave. El fenómeno del lleno que tanto incomodaba a Marañón u Ortega y Gasset ha pasado a ser lo normal y por si faltaba poco todavía no ha terminado la acumulación de ciudades pobres como Lagos a ricas como Tokio o la conurbanización de Nueva York. Al finales de este año la población habrá doblado a la de hace cincuenta años y aunque no se tema un desbordamiento planetario, el hacinamiento de muchos y muy heterogéneos se encuentra aquí.

Se encuentra, sin ir más lejos, en la Puerta del Sol o en la Plaza de Cataluña. Se encuentra plasmado en un nuevo sistema de organización política que con el tiempo dejará de entenderse así y lo político, tan rancio como del siglo XVIII, habrá finalmente terminado.

Tanto en Madrid como en Barcelona lo que ha representado el Movimiento 15-M es el carácter de la nueva sociedad emergente, nueva en la condición de sus sujetos como en su modelo de organización. ¿Falta de líderes? ¿Falta de programas concretos? Efectivamente. Lo característico del sistema naciente no serán los líderes políticos ni los programas demasiado escritos.

Si algo se aprende de los nuevos medios que forman las redes sociales es que tanto los amigos como las buenas ideas van tejiéndose al compás de la comunicación. Saber con precisión lo que se quiere es, cabalmente, un factor propio de los viejos tiempos. En la plasticidad de nuestras sociedades, modas y siniestros, parejas y parajes, profesiones y aventuras no se prestan a una terminante redacción.

Los muros de piedra donde antes se esculpían las consignas y compromisos han sido remplazados por el muro de Facebook tan fugaz como inmediato.

En suma, todas las críticas que se hagan a los movimientos del 15-M censurando sus ideas flou, sus propósitos variantes o sus propuestas en granel, carecen de pertinencia. Son señal, ni más ni menos, de que no se ha entendido nada. Y no ya de ese interesante movimiento sino del actual movimiento del mundo.

Vicente Verdú, El movimiento del movimiento, El País, 04/06/2011

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