Felizmente España es un país que se permite el lujo de pitar al himno
nacional, al Rey, al Príncipe y a la bandera. Todo un placer. Pero aquí no hemos
llegado todavía a la excelsa evolución del espíritu de Gran Bretaña, donde en
cualquier supermercado puedes comprar papel higiénico para limpiarte el culo, si
te apetece, con los colores de la Union Jack, símbolo de todas las victorias de
ese pueblo orgulloso e indomable. No creo que haya una actitud más hortera que
ese sentimentalismo norteamericano, que te obliga a poner la mano sobre el
corazón con ojos de borrego degollado, mirando las nubes cuando suenan los
acordes de la patria, que muchas veces sirven de coartada para descargar una
lluvia de acero sobre personas inocentes, que se oponen a sus designios en
cualquier región del planeta. En medio de esta crisis económica, que limita por
arriba con la desesperación y por abajo con un horizonte cerrado, dejen los
patriotas de opereta que los ciudadanos piten lo que les venga en gana, como una
forma de exorcismo de su neurosis nacional o nacionalista o como sueño de
creerse libres mientras suena la charanga. Aquí hay mucho patriota con golilla,
jubón raído y la barba por dentro, que después de dar lecciones de moral
esquilma un banco, mete mano en el erario público y te echa en el pescuezo un
regüeldo de sagradas esencias, que son mitad ajo arriero y mitad Varón Dandi.
Por otra parte, en los castillos y palacios antiguos solía haber un pasadizo
secreto que daba a campo abierto, por donde el conde o el rey podían escapar a
caballo. Literariamente Gibraltar es la salida de ese túnel, que te permite
abandonar este territorio por la puerta trasera. En realidad Gibraltar es
nuestra gatera. A unos patriotas les sirve para entrar y salir por ella con
maletines llenos de billetes, a otros para desarrollar el flato imperial. De los
193 Estados que componen las Naciones Unidas, este país es el único que celebra
el rito de silbar a su himno, a su bandera y a su Rey en un estadio. Total,
nada. Para llegar a la perfección solo falta que en el Nou Camp le piten a la
senyera y que en San Mamés abucheen a la ikurriña.En ese caso,
España pasaría a los anales de la historia como un país insigne, situado más
allá del bien y del mal.
Manuel Vicent, La gatera, El País, 27/05/2012
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