Tornen els anys trenta?
Si eso llegase a ocurrir, y no es improbable, se habría pagado un precio
demasiado alto por la obstinación en no utilizar los instrumentos de política
fiscal y monetaria a disposición de los Gobiernos y de las autoridades de la
eurozona.
Aunque eran previsibles, ahora, los resultados están a la vista y ya no se
pueden negar. La austeridad aplicada de forma compulsiva y generalizada no es
expansiva, como sostenían sus proponentes, sino todo lo contrario: ha conducido
a la recaída en la recesión. El sufrimiento social se ve claramente en el
aumento del paro, en la pobreza de los hogares sin ingreso alguno o en el
incremento de la desigualdad. Y los quebrantos políticos están a la vista a
través del creciente apoyo social y electoral a los partidos políticos
populistas radicales
y antieuropeístas en Grecia, Francia y otros países.
Los partidarios de la austeridad a machamartillo empiezan a darse cuenta
de los riesgos políticos de esta sobredosis y hablan ahora de la necesidad de
acompañarla con políticas de crecimiento. Pero, a la espera de lo que dé de sí
el triunfo del socialista François
Hollande y su capacidad para mover a los germanos en esa dirección, creo que
se trata más de una retórica política oportunista sin voluntad de cambiar el
fondo de las cosas.
Vean, si no, las palabras del comisario europeo de Economía, el finlandés
Olli Rehn, cuando después de afirmar que “el Pacto
de Estabilidad no es estúpido” y que tiene margen para flexibilizar las
condiciones a ciertos países, pone la condición para hacerlo de que ese país
“esté a las puertas de una recesión profunda y duradera”. ¿Hay mayor estupidez
que esperar a estar en el borde del precipicio para cambiar la política que te
ha llevado hasta ese punto?
El problema con este tipo de comportamiento es que cuando quieres retroceder
ya no estás a tiempo, y los daños son irreparables. Eso es lo que le sucedió a
la propia Alemania en 1932. El canciller Heinrich Brüning se negó a intervenir
en la economía mediante políticas fiscales y monetarias y defendió a capa y
espada la austeridad como remedio a la recesión y el paro. Finalmente, las
consecuencias de la recesión le obligaron a dimitir, y la República de Weimar se
vino abajo, dejando el paso libre y franco al III Reich de Adolf Hitler. Este
aplicó de inmediato un intervencionismo corporativo basado en la planificación
del gasto militar. Sin duda, el coste político de la austeridad fue demasiado
alto tanto para Alemania como para toda Europa.
Vuelvo, por tanto, a la cuestión inicial: ¿por qué esa ceguera en ver los
riesgos políticos de esa política macroeconómica tan rudimentaria como es la
sobredosis de austeridad?
Durante un tiempo he creído encontrar la respuesta a esta cuestión en la
existencia de un error analítico que está detrás de la visión germana de las
causas de la crisis de los países sobreendeudados como el nuestro, así como en
el uso de perjuicios y tópicos sobre los ciudadanos de esos países. Esa visión
sostiene que la causa del déficit y la deuda pública fue la prodigalidad fiscal
de los Gobiernos y la falta de espíritu de trabajo
de los ciudadanos. Desde esa perspectiva, la medicina adecuada es la austeridad
a rajatabla.
En artículos anteriores me he referido a esa visión como el error Merkel. Hoy
existe un consenso amplio en que esa visión de las causas y remedios a la crisis
está equivocada. Pero, sin embargo, la apuesta de los Gobiernos
liberal-conservadores por la austeridad no ha cambiado. Hay que buscar, por
tanto, razones más profundas para esta opción.
Cada vez estoy más convencido de que la razón para esta preferencia tiene sus
raíces en la cultura política y económica que está detrás de las corrientes
políticas del siglo XX. Los liberal-socialdemócratas tienen preferencia por la
intervención pública a través de las palancas fiscales y monetarias, al estilo
keynesiano. Sin embargo, los liberal-conservadores recelan de este tipo de
intervención y prefieren la intervención corporativa que predomina en la Europa
centroeuropea de influencia germánica.
De nuevo, los años treinta nos pueden dar una pista. En el debate económico
entre el británico John M. Keynes y el austriaco Friedrich Hayek, el primero
sostuvo que el intervencionismo fiscal y monetario podía sacar a las economías
de la recesión. Sin negar que esa economía keynesiana pudiese funcionar, Hayek
sostuvo que el intervencionismo era rechazable porque llevaba al totalitarismo
del Estado. No fue capaz de ver que el peligro del totalitarismo estaba
precisamente en esa no intervención y en la opción por el Estado
corporativo.
En el terreno de las políticas, el Gobierno liberal-socialdemócrata de
Franklin D. Roosevelt aplicó en EE UU el intervencionismo keynesiano para salir
de la recesión y evitó así quebrantos para la democracia norteamericana. Los
Gobiernos liberal-conservadores europeos optaron, por el contrario, por la
austeridad, y la democracia quebró en Europa. La austeridad europea tuvo, por
tanto, un alto coste político.
Hoy las cosas comienzan a tener similitudes alarmantes con los años
treinta.
Antón Costas, El precio de a sobredosis de austeridad, Negocios. El País, 13/05/2012
Comentaris