Bellesa i utilitat compatibles.


Recuerdo haber leído a un arqueólogo curtido en mil exploraciones que los yacimientos griegos se distinguen siempre, en comparación con los de otros lugares, por la belleza que acompaña a la pieza hallada en la arena o el fondo del mar, por humilde que sea: ese pueblo admirable no podía concebir una herramienta sin prestar a lo útil el encantamiento de una forma deliciosa. Para mí, la quintaesencia de lo bello se compendia en la cerámica griega arcaica y clásica, ánforas y vasos de vientres tallados con idílicas figuras negras y rojas y usados para la modesta tarea de escanciar el vino mezclado con agua en los simposios. Si no hay utilidad sin belleza, tampoco encontramos allí belleza sin utilidad, ningún ornato rococó y superfluo: la poesía, la música, la arquitectura, el teatro, la retórica o la filosofía son actividades comunitarias y deben contribuir al éxito de una sociabilidad amable y buena. Aquí no rige el aut-aut romántico que te obliga a elegir entre lo bello y lo útil. Por el contrario, el ideal griego del kalos kai agathos aúna lo bello con lo bueno, lo justo, lo útil y lo santo. “Un más amargo fin (que el del héroe Belerofonte) / aguarda a lo que es agradable a despecho de lo justo” (Ístmica, 7. 47), advierte Píndaro, sublime poeta.


Un utilitarismo feo y ramplón es un gran fastidio. Pero casi peor me parece esa belleza supernumeraria que se hace demasiado consciente de sí misma y, sustituyendo la utilidad social por el interés de cortas miras, trata de rentabilizar para su propio beneficio el deseo o el agrado que suscita en los demás. En § 45 de su Crítica del juicio relata Kant la conocida anécdota del alegre hostelero. Para contentar a los huéspedes que se alojan en su casa, esconde en el bosque a un “compadre burlón” que, sirviéndose de una caña, sabe imitar el hermoso canto del ruiseñor. Los mismos que gozaban de esos trinos con embeleso se sienten frustrados cuando el engaño se descubre. ¿Por qué, si la música es la misma? Porque al principio el huésped cree ser testigo privilegiado del júbilo de una naturaleza sorprendida en su felicidad mañanera, mientras que el placer huye de él tan pronto conoce que esa felicidad aparente es sólo un simulacro y la supuesta sorpresa no otra cosa que un bien calculado interés.

Javier Gomá Lanzón, Belleza sorprendida, Babelia. El País, 05/05/2012
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/05/02/actualidad/1335954398_315703.html

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