Creixement indefinit és l'alternativa a l'austeritat?
Hace tiempo que todos los economistas que podríamos calificar de izquierdas
–y algunos otros- vienen denunciando la política económica que se sigue en
Europa: la obsesión por el déficit y la inflación condena a muchos países a una
crisis perpetua, en la medida en que tal política solo beneficia a ciertos
bancos, a muchos especuladores y a alguna nación, pero impide la recuperación de
los países más débiles. Lentamente se va abriendo camino en Europa la necesidad
de desarrollar políticas de crecimiento, que sean capaces de reactivar una
economía que languidece. Veremos si Alemania lo permite.
Sin embargo no se trata de reemplazar el mantra del déficit por el del
crecimiento. Muchos expertos de reconocido prestigio llevan años advirtiendo que
nuestro pobre planeta es incapaz de soportar un crecimiento desorbitado como el
que se ha producido en las últimas décadas. Jared Diamond, un geógrafo,
sociólogo y economista norteamericano que está lejos de militar en la izquierda,
ha publicado en 2008 en el New York Times un artículo titulado ¿Cuál es su
factor de consumo? (que puede encontrarse en la web) en el que afirma que la
diferencia entre el consumo de recursos y la producción de residuos del mundo
desarrollado y el del resto del mundo es aproximadamente de treinta y dos veces.
Cada uno de nosotros consume y contamina treinta y dos veces más que un
habitante de Kenia. De proseguir el ritmo actual de crecimiento
–transitoriamente limitado por la crisis- la desigualdad entre ambos mundos
seguirá creciendo. Como ya lo hace.
Si todo el mundo alcanzara los niveles de consumo y de contaminación de los
Estados Unidos, Canadá, Europa occidental, Japón y Australia el consumo mundial
equivaldría a una población de 72.000 millones de personas, es decir, un número
absolutamente imposible de mantener en un planeta como el nuestro, cuyos
recursos son limitados. Por supuesto que este hecho no se producirá. Pero en el
mismo artículo Diamond advierte que si solo China y la India alcanzaran ese
nivel, la tasa de consumo y contaminación mundial se triplicaría, lo cual
también resultaría insoportable. Y es obvio que esos países, y algunos otros, no
están dispuestos a reducir sus planes de desarrollo en homenaje al cuidado del
medio ambiente.
Kenneth Boulding, uno de los creadores de la teoría general de sistemas, es
el autor de la famosa frase: “si alguien piensa que un crecimiento infinito es
posible en un planeta finito, es un loco o un economista”. La biosfera es un
sistema cerrado (si exceptuamos el efecto de la energía solar) que dispone de
recursos limitados, algunos de los cuales tardan milenios en recuperarse, tantos
como exige la eliminación de algunos residuos que el crecimiento provoca, de tal
modo que son irrecuperables a escala humana. Los expertos utilizan el concepto
de “huella ecológica” para definir la relación entre el consumo de recursos y su
disponibilidad en el planeta. El mundo desarrollado ha sobrepasado hace tiempo
el equilibrio entre uno y otro (consume y contamina en mayor medida que la
posibilidad que tiene la tierra para recuperarse de ese impacto), mientras que
la mayoría de la población mundial no puede disponer ni siquiera de los recursos
que hoy consideramos indispensables para una vida digna, hasta el punto de
provocar la muerte por hambre de millones de personas cada año. ¿Alguien puede
suponer que esta relación entre sobreexplotación y miseria puede prolongarse
indefinidamente en el tiempo sin que nos enfrentemos a algún tipo de colapso de
nuestra civilización, como el que han sufrido muchas otras a lo largo de la
historia?
Podrá objetarse que falta mucho tiempo para ello. Pero si comparamos la curva
del crecimiento de la producción mundial desde la antigüedad hasta nuestros días
veremos que habiendo sido una línea casi horizontal desde el comienzo de nuestra
era, se pasa en un breve período de tiempo a un trazado que cada año tiende más
a la verticalidad, hasta el punto de parecerse a lo que en matemáticas se llama
progresión geométrica.
“¿Significa esto que avanzamos hacia el desastre”?, se pregunta Diamond. Su
respuesta es “cautamente optimista”: opina que los niveles de vida no están
estrechamente ligados a las tasas de consumo, ya que una parte muy importante de
ese consumo se debe al despilfarro de recursos naturales (como el petróleo, la
pesca, los bosques) que podrían controlarse sin que se vea afectada la calidad
de nuestra vida. Seguramente es verdad. Pero creo que esta racionalización del
consumo y la contaminación es incompatible con el sistema capitalista, al menos
en su etapa actual caracterizada por una globalización que deja fuera de control
al sistema financiero. Una vez sustituido en buena parte el poder del sistema
democrático sobre la orientación de la economía por el dominio de los mercados
financieros, el destino del dinero necesario para un cambio de rumbo depende de
anónimos inversores cuya única motivación es lograr una rentabilidad inmediata.
Pedirles a esos mercados que piensen en el destino del planeta y en la necesidad
de un desarrollo racional y armónico que tenga en cuenta la disminución de las
desigualdades y el cuidado del medio ambiente constituye una utopía en el peor
sentido de la palabra. Probablemente –y lamentablemente- haya que esperar algún
tipo de catástrofe no deseable que haga necesario un cambio de rumbo.
Todo lo cual, y volviendo al comienzo, no niega la necesidad de impulsar en
nuestra Europa una política de crecimiento. Pero creo que sería suicida entender
ese crecimiento como una irracional inversión en cualquier empresa que haga
crecer el PIB a costa de la salud del planeta o inventando necesidades
ficticias, como destinar esos fondos para producir más automóviles o para lograr
que los teléfonos pesen unos gramos menos. Por no hablar del siniestro proyecto
de Eurovegas. Existen muchas inversiones que podrían reactivar nuestra maltrecha
economía contribuyendo a racionalizar su desarrollo. Por ejemplo, la sustitución
de las energías contaminantes por energías renovables, el desarrollo del
transporte público, las empresas de atención a la discapacidad, la mejora de los
sistemas educativos, las inversiones en necesidades del tercer mundo, la reforma
de la edificación existente para adaptarla a nuevas necesidades, etc.
No cualquier crecimiento es deseable: la metástasis también es
crecimiento.
Augusto Klappenbach, Crecimiento sí, pero, Público, 28/05/2012
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