La paraula és relació.


Carlos Fuentes
Carlos Fuentes exclamó con entusiasmo: “¡Qué listo es Platón!”. En una improvisada tertulia de sobremesa irrumpieron a su modo Hermógenes y Crátilo. Participamos sorprendidos y emocionados en el inesperado debate acerca de si las palabras se relacionan con las cosas por convención o por naturaleza. El escritor mejicano no perdió su tiempo ni centró su fijación en una supuesta disputa, algo así como si hubiera de tomarse partido a favor de una u otra posición. Le pareció lo decisivo que la palabra es relación. La extraordinaria voluntad de que los sonidos fueran capaces de ofrecer la esencia de las cosas no hizo sino iluminar la sombra de que las palabras señalen por dónde buscarlas.

Pero subrayar que las palabras son relación es tanto como reconocer que en su seno se gesta un posible relato. Toda palabra conlleva una narración por venir: es un mini-relato, sencillo, accesible. Por eso está viva, es viva, porque es relación, en el relato, en el poema, en el aforismo. Consistir en relacionarse es tanto como saber que la palabra sólo es en verdad tal en su conexión, y que aislada no nos dice nada verdadero. Sin proposición no hay verdad.

De ahí que quienes supuestamente desconsideran el alcance de la palabra, suelen comenzar por vaciarla de contenido antes de proceder a señalar que carece de él. Si consideramos que no tiene que ver con las cosas, acabaremos por reivindicar abstractamente los hechos, como si fueran indiferentes de nuestro decir. De ahí las proclamas solemnes,  en general bien intencionadas, de que es tiempo de dejarse de palabras. Lo que necesitamos son hechos. Pero los hechos sin palabras son ciegos. Podría decirse entonces que las palabras sin hechos son vacías, pero ello supondría considerar los hechos como cosas. Y no faltan quienes así lo estiman. Y entonces, sospechan de las palabras. Y es cuando de nuevo Carlos Fuentes resurge leyendo a Platón e insiste: “son relación”. Y es en la relación dónde encuentran su significado y donde en verdad vienen a ser concretos tanto las palabras como los hechos.


En realidad, esta relación entre las palabras y las cosas es primordial sobre lo que ellas presumen ser en su pose indiferente. Su supuesta autosuficiencia no acaba de ocultar que se precisan absolutamente para ser reales. Quizás eso explica la demanda de Fuentes: “Yo no pido que sepan quién es Platón o que hayan leído La Suma Teológica de Santo Tomás. Quiero que sean inteligentes. Que entiendan la realidad del país, que entiendan lo que está pasando, que entiendan el mundo”. Esta petición reclamada para un candidato presidencial alcanza en todo su sentido a quienes desempañan puestos de responsabilidad. Y ha de acompañarse de una constatación, la de que los problemas no se abordan con ideas aisladas, ni con palabras elocuentes y autosuficientes, ni con hechos desligados, ni por individuos desvinculados de los demás. Ideas, palabras, hechos y, sobre todo personas, resultan imprescindibles en su relación y quien los mira separadamente podría llegar a entender algo, lo que resulta necesario pero es a todas luces insuficiente. Es preciso no sólo entender, hay que comprender. Y la comprensión es siempre relación con lo que ocurre, comprensión con aquellos a quienes les ocurre. Sin relación no hay realidad, ni verdad. Ni ideas, ni hechos, ni personas, ni palabras.

  
No es de extrañar que cuando se trata de decir algo de algo o de alguien se caracterice la relación como una de las categorías. Es un modo de ser que es un modo de decir. Por tanto, resulta decisiva, como Aristóteles nos muestra, para determinar lo que concretamente se es. Somos también aquello con lo que, y aquellos con quienes, nos relacionamos. No es sólo que uno tenga relaciones, es que uno es asimismo sus relaciones. La relación es un modo de ser. Es tanto reconocer que somos a su vez lo que decimos y como lo decimos. Así que descuidar las palabras es desatender las relaciones y desatender las relaciones es desatender quiénes somos.


Cuando reclamamos con razón que alguien sea considerado con sus palabras, estamos en realidad demandando a la par que se relacione adecuadamente con nosotros. La forma de convivir, de compartir labores, tareas, trabajos, profesiones, la forma de gobernar, de gobernarnos, de relacionarnos, radica en gran parte en la calidad de la relación. Se trata de reconocer una distancia y de recorrerla con la palabra afable y cordial. En definitiva, la retórica es la negociación de esa distancia. Una buena relación es la mejor palabra, el mejor relato, el mejor discurso.
La relación sin superioridad, la del reconocimiento de que la palabra de cada quien requiere de la de los demás es una forma atractiva y con contenido de solidaridad. La vida es relación. Sin ella no hay propiamente modo de vivir. Nada por tanto menos humano que aislarnos, separarnos, desvincularnos, desarticularnos, desincorporarnos, desmembrarnos. Si, como Ricoeur señala, a la pregunta “quiénes somos” sólo se puede responder con un relato, contando una historia, es a través de nuestras relaciones como nos relatamos y en cierto modo como nos ponemos en evidencia, como nos delatamos.

Que nos relacionemos por convención o por naturaleza no deja de tener interés. Pero habríamos de corresponder con el estilo del escritor mejicano sin quedar fijados en el dedo que señala, y afirmar: ¡Que listo es Carlos Fuentes! Y reconocer que, distraídos en otras búsquedas, en ocasiones ignoramos lo que resulta más determinante: las relaciones.

Ángel Gabilondo, Es la relación, El salto del Ángel, 18/05/2012

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