La por dels polítics.
El presente artículo parte de ese miedo e intenta ampliarlo. El miedo no solo
existe en las personas que están poniendo palabras al cambio estructural que nos
cae. Existe también en las personas que lo están traduciendo en leyes. La clase
gubernamental tiene miedo. Posiblemente, mucho más de lo que parece.
Es un miedo perceptible: el grueso de las últimas fotografías en prensa de
Rajoy y Mas son casi las mismas y en el mismo interior. Implican miedo al
exterior. ¿De qué tienen miedo? En primera instancia, posiblemente, de su
formación. Nuestros Gobiernos —tenemos dos—, carecen de la capacidad para
analizar lo que están pasando. Un indicativo de que, tal vez, los autores
materiales de lo que pasa no son los autores intelectuales de lo que pasa. Ese
miedo y esa formación precaria se observan en las descripciones de la realidad
que utilizan. Rajoy utiliza paralelismos entre la economía doméstica y la del
Estado —muy propios de un curso del hogar en la Sección Femenina—, y Mas opta
por la parábola marinera. Muy propios de Popeye. El miedo se observa también en
la soledad gubernamental. En Twitter, han desaparecido los ultrasur del PP y de
CiU. En el caso de CiU, los homenots que hace unos meses aplaudían
cualquier medida y denunciaban incivismos de los comandos de la FAI, ahora se
limitan a arrastrarse por las redes pidiendo ancho europeo. También han
desaparecido los consejeros, hace un año muy activos, y que tienen poco que
decir desde que han descubierto que las redes no son declaraciones, sino
intercambio de conocimiento. Que no poseen. El único conocimiento gubernamental,
la gestión cultural de las declaraciones, hace un año que no pita. Cuando Rajoy
y Mas hablan —por ejemplo, Rajoy pidiendo intervención que luego niega, o Mas
pidiendo ayuda al Estado que luego deben negar los chicos de la Pastoret
Mediàtica—, sube el pan. Cosas como la pitada al himno y el pacto fiscal, sobre
las que, con las debidas construcciones léxicas, antaño se hubieran edificado
una o dos legislaturas, no ofrecen ahora abrigo. La otra especialidad
gubernamental peninsular —el saqueo del Estado, disciplina que se ha ido
renovando con cierto genio desde 1939—, ya no se podrá realizar con protección
cultural. Lo que puede implicar, llegado el hipotético caso de la focalización
del asunto en otro edifico modernista, más miedo.
Desde 2008 el Estado está recapitalizando la banca con dinero público, lo que
obliga a cambiar la función del Estado. La recapitalización de Bankia, por
ejemplo, obliga a disponer de cerca del 30% de la recaudación del IRPF. O de una
cantidad superior a la recaudada por el impuesto de sociedades en 2010.
Recapitalizar la banca es una opción política. No es la única posible. Es la más
traumática y la única que implica un cambio de época. Mas y Rajoy niegan el
cambio de época. En el último recorte, Mas aseguró, incluso, que la Generalitat
no está conculcando ningún derecho. Omitiendo, por incapacidad formativa o de la
otra, que el bienestar son derechos, no servicios. Es más, esos derechos son la
forma de democracia en Europa. Cargarse el bienestar es cargarse la democracia.
Es cargarse esa Constitución con la que nos han estado dando la brasa durante
tres décadas.
El 15-M ha iniciado las acciones para llevar a juicio a Rato. Es previsible
que tras esta primera iniciativa que pretende realizar, según sus promotores, un
Núremberg financiero, vengan otras y más altas. Hacen bien en tener
miedo.
Guillem Martínez, El miedo, El País, 30/05/2012
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