Arguments contra el 15-M.
El debate sobre la mayoría o minoría de edad política del 15-M ha sido
recurrente en este último año. Sin embargo, ¿hasta qué punto se pierde en él lo
más importante: el análisis de lo ocurrido, una clarificación de su dimensión
utópica justo en su lenguaje más concreto? En este punto es donde a veces se
tiene la sensación de que una excesiva carga melancólica respecto a los viejos
ideales perdidos o una fatal fascinación por el "fin de la historia" impiden
acercarse de forma más desprejuiciada al fenómeno.
En realidad, pocas veces en los últimos tiempos se ha manifestado de forma
tan rotunda la dimensión "espectral" de un fenómeno político como con ocasión
del 15-M. Tan pronto apareció el fantasma, los medios y la clase política no
tardaron en mostrar su perplejidad y reaccionar con cómodas categorías a aquello
que estaba ocurriendo. Pero cuanto más se resistía el incipiente "movimiento" a
utilizar las viejas consignas, más incertidumbre y ansiedad se generaban en el
campo social ya estructurado.
Sintomática fue la reacción histérica de algunos grupos de presión que, ante
su falta de definición y programa, no tardaron en proyectar sus miedos y
angustias más profundos ("Tercera República", "chusma juvenil", "populismo
demagógico", "resentimiento de masas") sobre el nuevo campo de fuerzas que se
abría. Desde este ángulo resulta muy interesante estudiar la lista de espectros
del 15-M como proyección de diferentes imaginarios sociales ligados a una larga
represión de la discusión política. A través de ellos, muchas coordenadas
ideológicas hasta ahora "durmientes" quedaron retratadas con una claridad
insospechada. Este carácter espectral del 15-M sirvió en Madrid y Barcelona como
un catalizador susceptible de desnudar y llevar a la superficie actos reflejos
cercanos al autoritarismo que permanecían latentes.
Mucho se ha subrayado, y con razón, el carácter difuso, horizontal,
evanescente, del 15-M. ¿Pero hasta qué punto esta atribución espectral puede ser
también el resultado de una óptica teórica demasiado abstracta? ¿De una
orientación poco sensible a los contenidos? Irónicamente, en las tentativas de
suturar la herida social abierta, muchas cosas se han aclarado a través de las
reacciones. Polemizando con este fantasma, cierta izquierda, por ejemplo, no ha
sabido percibir la penetración molecular del movimiento en espacios
políticamente desatendidos, el paciente trabajo en un tejido social, poco a poco
descompuesto por las prácticas del individualismo neoliberal. En un momento como
este, en el que se exaltan las virtudes de la austeridad, posiblemente nunca ha
sido tan importante hablar de las cosas pequeñas y vulgares como el derecho a la
vivienda, la dignidad en el trabajo, las condiciones de la libertad y la
igualdad. ¿Sería acaso esto demagogia?
El miedo al fantasma del 15-M como viejo "izquierdismo resucitado" que, desde
ciertos sectores socialdemócratas, se ha proyectado sobre este fenómeno popular,
¿no dice por ello más de la incapacidad de estos para entender los contenidos de
la protesta que del propio movimiento como tal? Bajo este ángulo, la perezosa
categoría de "populismo", ¿no está sirviendo para rechazar de antemano cualquier
aproximación concreta y de cuño más materialista al escenario social y —lo que
es más preocupante— ahorrase, en virtud de esta distinción, el esfuerzo político
de hacer pedagogía o practicar una hegemonía convincente? Buscando antes la
distinción que la comprensión de este "espectro populista", la izquierda
socialdemócrata no solo corre el riesgo de encapsularse en un discurso
eufemístico sobre la realidad y sus contradicciones, haciendo así el trabajo a
la derecha, sino de tirar simultáneamente al desagüe el precioso bebé con el
agua sucia de la mala indignación demagógica.
Hacer el esfuerzo de discriminar el grano utópico en la paja de la
frustración inmediata es justo lo que ha brillado por su ausencia en muchos
análisis. Desde aquí también se entiende la urgencia por pensar de otro modo el
momento "populista", despreciado sistemáticamente. Si hay que participar en el
esfuerzo de articular y dar forma política al contenido utópico de la
indignación es porque, dada su ambivalencia, este se encuentra abierto y puede
ser ilusoriamente falseado por actitudes reaccionarias. En este plano se pagaría
un alto precio por dejar en manos del populismo fascista todo malestar popular
contra el presente. ¿No es justo este trabajo de cortafuegos el que está
haciendo el 15-M?
En esta constelación de fuerzas, en un contexto de crisis económica severa,
el 15-M no sólo ha representado la opción contrapuesta a la política del miedo y
del repliegue individualista a lo privado: la de la construcción a tientas,
experimental, de prácticas de solidaridad. En este sentido, fue la
interpretación despolitizada del acontecimiento la que se esgrimió entre las
filas conservadoras. Desde ella buscó cifrarse interesadamente la indignación
popular en un "comprensible" gesto individual de resistencia frente al poder
excesivo del Estado socialista y las mediaciones políticas. Bajo esta lectura,
el escenario del 15-M quedaba de antemano reducido a una confrontación que
oponía sin matices la indignación quejumbrosa de unas masas y la forma excesiva
del Estado, para ciertos sectores demasiado intervencionista.
En un escenario en el que la desatención de la izquierda socialdemócrata
hacia las preocupaciones de las clases populares ha hecho de éstas un botín muy
preciado para la hegemonía neoliberal, ¿no cumple el 15-M una función crucial?
Cuando la crisis toca fondo, es extremadamente complicado articular un discurso
con contenidos sociales. Los últimos resultados de las elecciones francesas y
griegas han mostrado cómo el imaginario del pesimismo antropológico y del
"hombre lobo para el hombre" resulta mucho más seductor para las clases
trabajadoras que cualquier discurso de acento emancipador. Limitarse a exorcizar
el fantasma popular en este contexto significa renunciar a hacer política.
No abogando por el "cuanto peor, mejor", sino por visibilizar el marco de lo
común paulatinamente desolado por unas prácticas neoliberales tanto más
envalentonadas cuanto más responsables de la crisis, el 15-M no solo ha abierto
una gran fisura en el horizonte hegemónico del capitalismo actual; lejos de
fomentar el esnobismo del precarizado herido en sus antiguos privilegios y el
culto a los líderes, se ha instalado en esta desertización de lo social con el
propósito de cuidar del espacio público. Frente al incesante desnudamiento
neoliberal que extrae fuerza viva de trabajo al precio de desgarrar el tejido
social, el 15-M ha tratado de empoderar y revestir los cuerpos, llamando la
atención sobre los entornos secuestrados. Por todo ello caricaturizaríamos el
15-M si lo definiéramos simplemente como una reacción en masa frente al malestar
producido por un horizonte de demandas o expectativas no cumplidas y no
acertáramos a ver en él un cierto movimiento político desde el que se denuncian
como ficciones las posibles soluciones neoliberales de la crisis. Esas con las
que los mismos pirómanos tratan ahora de legitimarse como bomberos.
Germán Cano, Los espectros del 15-M, El País, 14/05/2012
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