"Caprichos y disparates" en la actualidad.
Me gustaría ver a Goya en nuestro tiempo. Como a Cervantes o a Buñuel. Goya se sentiría particularmente a gusto, o a disgusto, y tras ser informado de los cambios acaecidos en estos dos últimos siglos, podría ponerse a pintar de inmediato, sin encontrar demasiadas discontinuidades con lo que ya había pintado, y que ahora nosotros contemplamos en los museos. Es evidente que ha habido muchos cambios entre la vida histórica de Goya y la resurrección ficticia que ahora le deseo; pero, tras las apariencias, hay muchas cosas que permanecen inalterables. Un hilo invisible mantiene unidas aquella época que Goya detestó y pintó con tanta intensidad y la nuestra que, en mi ficción, debería pintar. Son innumerables las razones por las que Goya se sentiría, por así decirlo, cómodo en su repulsión a lo que le rodea, algo bien familiar y en nada ajeno. Recurramos, sin embargo, al decálogo: diez razones que Goya convertiría con facilidad en diez escenarios para sus pinturas y grabados.
1) Como pintor de la Corte que acabó siendo extremadamente crítico con los
cortesanos, no creo que Goya se asombrara lo más mínimo al constatar la
corrupción de nuestros días. Quizá la encontraría más sofisticada y dispersa que
en los suyos, aunque, en lo substancial, similar. Lo peor de la corrupción es el
efecto de contagio: el poder busca la complicidad de la entera sociedad y,
cuando la consigue —o al menos de buena parte de ella—, la contaminación estalla
en todas direcciones. La lucidez de Goya, en su momento, radica en su capacidad
para mostrar la extensión de este estallido: la fealdad, la máscara grotesca, se
encaja en el rostro del poderoso pero también cubre la fachada de la multitud.
La picaresca cimentada en corrupción aprisiona a la entera sociedad. Antes, en
esa dirección, escribió Cervantes en El Quijote o en algunas
Novelas ejemplares; y después, sin apartarse de ese mismo rumbo, lo
filmó Buñuel en Viridiana. No cuesta imaginar una prolífica extensión
de los Caprichos y disparates de Goya en la atmósfera nuestra, en la
que ahora escandalizan ciertos procesos puestos en marcha, pero que hasta hace
bien poco contemplaba electorados que premiaban a los más corruptos con las más
rotundas mayorías absolutas.
2) Goya pintaría muy bien el aquelarre de la nueva corrupción económica
aunque aún hilaría más fino al enfrentarse a la espiritual. Al pintor aragonés
le repugnaba el desdén de su país hacia la cultura, y esta percepción se le
llegó a hacer tan agobiante que, en parte, determinó su exilio final. A los
pocos ilustrados españoles de finales del siglo XVIII y principios del XIX les
chocaba la belicosidad colectiva contra la cultura. Reconocían que otros países
europeos tenían el mismo retraso que España pero lamentaban que, sólo en ésta,
se desarrollara una auténtica animadversión. Curiosamente, los pocos ilustrados
actuales pueden transmitirse el mismo lamento que sus predecesores. Época
viajera la nuestra, tan distinta en eso a la de Goya, los españoles que viajan
difícilmente hallarán un destino en el que se tenga tan poco aprecio por la
cultura. Goya, hoy, retrataría a individuos bien distintos entre sí, desde el
primitivo energúmeno hasta el amanerado ministro, que tienen un común grito de
guerra: ¿para qué sirve la cultura? Quizá se le ocurriría representar una nueva
procesión del Santo Oficio, en la que desfilara una muchedumbre de ignorantes
autosatisfechos.
3) La entronización de la ignorancia no tiene, siquiera, la justificación que
la miseria otorgaba a la época de Goya. A éste, recién llegado, todo el mundo le
hablaría de crisis y vacas flacas. Sin embargo, en los años de las vacas gordas,
que ahora parecen lejanísimos pero que son bien recientes, no hubo incremento
alguno de las bibliotecas particulares de los españoles mientras sí se
incrementaban, y mucho, las propiedades y los automóviles de lujo. Décadas de
prosperidad no alteraron suficientemente lo que Machado calificaba de “alma
quieta” de sus conciudadanos. Goya, pese al actual deterioro económico, pintaría
a tipos bastante menos miserables que entonces pero igualmente apáticos,
incapacitados para el pensamiento crítico, con escaso sentido de la libertad de
conciencia individual.
4) “Con espíritu burlón y alma quieta”: para completar el verso, o
diagnóstico, de Machado, la capacidad de burla se mantiene inalterable. Goya
podría volver a captar lo que ya captó magistralmente, cuando pintó y grabó esas
máscaras en las que el fanatismo y la intolerancia iban acompañados del sarcasmo
y la burla dañina. Nunca de la ironía, pues ésta es un patrimonio de la mente
ilustrada, capaz de revelar a través de lo velado, sin intención destructiva.
Frente a la ironía, el “espíritu burlón” va acompañado necesariamente del
esperpento y el grito. Goya, en sus inicios como pintor, aprendió mucho de las
rudas controversias callejeras. Ahora también aprendería lecciones sobre el lado
grotesco de la condición humana. No obstante, aún aprendería más si asistiera a
debates en tertulias y parlamentos (que son tertulias ampliadas). Allí, entre
gritos, burlas y metáforas misérrimas, podría hacer múltiples esbozos para sus
nuevos Disparates: le faltarían orejas de asno para tantas cabezas.
5) También, por cierto, obtendría un aprendizaje añadido para plasmar algo
que le obsesionaba tanto como la calumnia y la injuria. ¿Cuántas veces no llegó
a pintar Goya el sumarísimo juicio con el que los calumniadores condenan a los
demás? La ausencia de espíritu y creatividad propios conducen necesariamente a
husmear en la vida de los otros. Sin embargo, lo que en sus tiempos, era pura
artesanía malévola, en la actualidad, Goya lo encontraría erigido en monstruoso
engranaje que llega a todos los rincones. A su tragicómica perspicacia el pintor
aragonés debería añadir el “ojo de Orwell” para capturar los nuevos tribunales
inquisitoriales y el reguero de víctimas a los que dan lugar.
6) Tal vez a Goya, a quien la vieja Inquisición siempre importó mucho,
quedara extrañado de la diversificación actual del Santo Oficio. No es que la
Iglesia Católica haya quedado al margen pero, por lo general, los templos están
vacíos y, aunque los rasgos del cardenal Rouco cuadran admirablemente bien con
el ideal del Gran Inquisidor, las inquisiciones de nuestros días siguen otros
derroteros. Los grandes acusadores de nuestro tiempo constituyen una cohorte de
comunicadores, demagogos, publicistas, políticos y jueces. Ellos dictaminan,
desde sus intereses, lo que es moral y lo que es herético. No hay duda de que
Goya podría pintar con ellos una gigantesca romería.
7) En la que no faltarían, claro está, los usureros. Sería interesante ver la
reacción de Goya ante el refinamiento social de los usureros que presiden
nuestros días desde las instituciones financieras. Con el paso de su vida Goya
se fue desesperando al ver que el mantenimiento de los privilegios se armonizaba
a la perfección con la ceguera de una multitud, a veces patéticamente fanática,
a veces grotescamente festiva. Goya fue el primer pintor europeo en el que
fueron perceptibles los movimientos de una masa que acaba aboliendo la libertad
individual y el sentido crítico.
8) Podemos presuponer, a este respecto, cuál hubiese sido la posición de Goya
ante las grandes catástrofes del siglo XX. Pero él, primer pintor de la multitud
convertida en masa, ¿con qué criterios pintaría los grandes movimientos
irracionales que ocupan el actual escenario? ¿Cómo juzgaría la crecientemente
angustiosa necesidad de entretenimiento y diversión que, noche a noche, llena
nuestras calles con el mismo entusiasmo con el que en sus días muchedumbres
enfervorizadas acudían a los autos sacramentales? ¿Cómo afrontaría el, para su
inmensa fantasía, inaudito fenómeno de una religión universal, la del fútbol,
que moviliza pasiones, voluntades, creencias y sueños alrededor de un juego de
pies? No sería improbable que reuniera a esa humanidad en redondel para adorar
al Gran Cabrón.
9) Goya encontraría técnicamente muchas cosas cambiadas ya lo sabemos. No
hace falta enumerarlas. Evidentemente esto modificaría su percepción. Incluso es
posible que sustituyera el pincel por una cámara, no lo sé. Imposible saberlo.
Pese a todo, creo, reconocería con facilidad nuestra naturaleza espiritual y
moral, no tan alejada de la de su tiempo. El paisaje le sería familiar.
10) Tan familiar que si quisiera iniciar su vida profesional en nuestro
presente del mismo modo en que la inició en su pasado se encontraría, como
pintor de la Corte, a la misma dinastía de reyes. Y entonces podría pintar
tranquilizadores retratos familiares, del tipo de La familia de Carlos
IV, o, dadas las últimas circunstancias, una nueva versión del inquietante
Retrato de Fernando VII, el rey nefasto en el que tantas esperanzas se
habían depositado.
Rafael Argullol, Diez razones para que Goya pinte de nuevo, El País, 13/05/2012
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