Unamuno, tossut, independent, carregat de raó, antipàtic.
Unamuno, hostigado por los seguidores de Millán Astray, abandona la Universidad
de Salamanca, tras el discurso del 12 de octubre de 1936, que significó su
ruptura con el bando nacional.
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"He molestado a todos los públicos y a todos los pueblos que he visitado. Y
aunque, a la larga, digan 'tenía razón', en el fondo les soy antipático... Tener
razón es lo más antipático que hay". La frase es de Miguel de Unamuno. La
escribió en una carta a un amigo en 1908, y bien habría podido servirle de
epitafio. El filósofo vasco, austero como un cuáquero, creyente sin fe,
irreductible en su batalla contra el "nacionalismo aldeano", ha quedado
perdido en la historia, enterrado bajo la polvareda de las formidables polémicas
que mantuvo.
Durante décadas, y pese a los esfuerzos de la Universidad de Salamanca, a la
que estuvo ligado casi toda su vida adulta, Unamuno ha sido sólo materia de
especialistas, ignorado por el gran público. "Su yerno, el poeta José María
Quiroga, le dijo una vez al final de su vida: 'Es usted un monumento nacional'.
Pero, yo diría, que es un monumento nacional muy poco visitado", dice
Jean-Claude Rabaté, hispanista francés, que se ha propuesto romper el prolongado
silencio sobre el pensador vasco con
una nueva biografía, redactada a cuatro manos, con su esposa, Colette Rabaté,
profesora de lengua, literatura y civilización española en la Universidad
François Rabelais, de Tours.
El libro, Miguel de Unamuno (1864-1936), que llegará esta semana a
las librerías (editado por Taurus), es un monumental esfuerzo de recuperación
del verdadero Unamuno, a través de su voz, de sus propias palabras.
Los autores han trabajado, sobre todo, con los miles de artículos de prensa
que firmó, el epistolario que mantuvo con familiares, amigos y adversarios, y
los cuadernos de apuntes autobiográficos que iba anotando. De este magma surge
la figura batalladora y compleja de uno de los intelectuales más controvertidos
del siglo XX. "Hay algo fascinante en Unamuno, que vivió 36 años en el siglo XIX
y 36 en el siglo XX, y murió el último día de 1936. Era un hombre del siglo XIX,
un titán que se llevaba mal con el siglo XX, pero era también un precursor. Su
discurso no era político, ni económico, era moral", dice Rabaté, historiador,
catedrático de Civilización Española en la Universidad de París III y un experto
en el filósofo vasco, sobre el que ha trabajado en diversas obras durante los
últimos 20 años.
El libro aporta una exclusiva. "Hemos comprobado que en los seis años de su
'autoexilio' [desterrado en Fuerteventura en 1924, el escritor se fuga a Francia, donde
permanecerá hasta 1930] criticó violentamente, con un odio tremendo, a tres
personas, al rey Alfonso XIII, al general Wenceslao Martínez Anido y al dictador
Miguel Primo de Rivera".
La única concesión a la recreación literaria es la reconstrucción del
discurso improvisado por Unamuno el 12 de octubre de 1936 ante la esposa de
Franco, Carmen Polo, el general Millán Astray, el obispo de Salamanca, Enrique
Pla y Deniel, y un montón de académicos y cargos franquistas. El episodio es uno
de los más famosos de la Guerra Civil, pero está lleno de incógnitas. "Nunca se
sabrá lo que realmente dijo. La única prueba, son unas cuantas palabras escritas
en el dorso de un sobre, el de la carta de la esposa del pastor protestante
Atilano Coco en el que pide a Unamuno que interceda por su marido". Ahí ha
escrito, junto a los apellidos de los oradores, unas cuantas palabras: Guerra
internacional, civilización occidental cristiana, independencia, vencer y
convencer, odio y compasión, lucha, unidad, catalanes y vascos, cóncavo y
convexo, imperialismo lengua, Rizal, odio inteligencia que es crítica, que es
examen y diferenciadora, inquisitiva y no inquisitorial.
Con ellas, historiadores y biógrafos han recreado lo que pudo ser la
intervención unamuniana. "Pero, inexplicablemente, ha quedado olvidada durante
cuatro décadas la mención a José Rizal", dice Rabaté. "Cuando Unamuno escribía
sobre el 12 de octubre, fiesta de la raza, siempre hacía un elogio de José
Rizal, poeta y líder de la independencia filipina, tan español como los demás,
que había estudiado en la universidad de Madrid casi a la vez que él". Los
elogios a Rizal, fusilado por los españoles, "debieron irritar a Millán Astray
que, siendo muy joven, había luchado en Filipinas contra Rizal". El general
reaccionará con su famoso grito: "¡Muera la intelectualidad traidora!", mientras
el rector abandona el acto entre abucheos.
No hay registro sonoro ni escrito de aquellas famosas palabras. Ni hay huella
alguna, tampoco, del Unamuno íntimo. "Era un hombre impenetrable. Hablaba mucho
de sí mismo y de su familia, pero por pudor nunca de cosas íntimas, no se
encuentra un solo detalle personal en papeles o cartas", dice Rabaté. Unamuno
nace en una casa del barrio viejo de Bilbao, el 29 de septiembre de 1864.
Tercero de los seis hijos de la pareja formada por Félix de Unamuno, comerciante
y panadero que había hecho una pequeña fortuna en México, y de su sobrina,
Salomé Jugo, 17 años más joven, la vida del futuro escritor estará marcada por
la muerte temprana del padre y la total falta de sintonía con su madre. Unamuno
buscará el calor maternal en la esposa, Concha Lizárraga, su novia de toda la
vida, con la que se casará en 1891, y formará una extensa familia. Ese mismo
año, y tras fracasar como opositor en el País Vasco, consigue la cátedra de
Griego en la Universidad de Salamanca, adonde llega dispuesto a batirse contra
los poderes reaccionarios de la ciudad.
La pelea de Unamuno "contra esto y aquello", como titularía el filósofo uno
de sus libros, marcó su vida y condicionó su personaje histórico. El simple
hecho de que esta biografía sea la primera en 45 años (después de la publicada
en 1964 por el periodista Emilio Salcedo), es ya una demostración palpable de
que algo pasa con este personaje descomunal. "Su vida es un rompecabezas con
millares de piezas. Escribió en la prensa más de 4.000 artículos. Fiscalizaba a
diario la actualidad política española". Claro que se escribe sobre Unamuno, y
mucho, "pero cada investigador va a lo suyo, no hay un equipo que prepare sus
obras completas como se hizo con las de Azaña, Clarín, u Ortega y Gasset".
Rabaté, que aprendió de memoria en su escuela francesa fragmentos de En
torno al casticismo, cree que Unamuno ha sido víctima de su leyenda, y eso
ha condicionado la difusión de sus obras. "Es un autor difícil, pero también
tiene relatos sencillos y descripciones extraordinarias de los paisajes de
España y Portugal, que serían una lectura perfecta para alumnos de
bachillerato". Unamuno fue un infatigable viajero, que recorrió la Península de
cabo a rabo, recogiendo voces autóctonas, piezas del folclore popular. Al mismo
tiempo, escribía ensayos, novelas, piezas teatrales, poesía, artículos
periodísticos, cartas y borradores para los famosos sermones laicos que
pronunciaba.
"Nuestro pacto con el lector es decir la Verdad, como la escribía él con una
V mayúscula", dice Rabaté. Y esa verdad obliga a destruir una idea tópica, la de
un Unamuno sin lazos con su patria chica. "Amaba los paisajes castellanos, pero
tuvo hasta su muerte una relación muy intensa con Bilbao. No dejó de colaborar
con la prensa local, mantuvo con gran fidelidad sus amistades, aunque, desde
luego, tuvo muchísimos enemigos".
"Era un hombre exigente, sobre todo consigo mismo, y, a veces, excesivo",
dice Rabaté. No faltó ni un solo día a sus clases, y pese a ser un solitario,
acosado por periódicas crisis existenciales, su agenda social era intensísima.
"Mientras escribía El sentimiento trágico de la vida, no hacía más que
recibir a gente, y viajaba continuamente acompañado por amigos médicos, siempre
temeroso de que su taquicardia le diera un disgusto", cuenta el biógrafo.
Unamuno fue militante socialista, liberal convencido, intelectual empeñado en
darle una dimensión cristiana profunda al catolicismo folclórico del pueblo. Fue
un hombre progresista, pero siempre soñó con incorporar a ese progreso lo mejor
de la tradición.
Su vida fue un constante batallar, decidido a despertar al dormido. Empezando
por sus propios paisanos. Quiere que vascos y catalanes conquisten España a
través del castellano. Defiende el "imperio" de la lengua española, pero su
verdadera patria no tiene fronteras. En agosto de 1901, en unos juegos florales,
en Bilbao, expone su visión. Hay que rebasar "la patria chica, chica para
siempre, para agrandar la grande, y empujarla a la máxima, a la única, la gran
patria de la Humanidad".
También lleva su lucha a la universidad. Anima a los alumnos a ser más
exigentes con sus profesores, y se queja del nivel ínfimo de éstos, que a su
juicio están mejor pagados de lo que merecen, porque no hay investigación, ni
creatividad alguna en la mayoría de sus clases.
Unamuno, un apasionado de la política que detestaba a los políticos
profesionales, será uno de los protagonistas de la aventura republicana iniciada
en abril de 1931. Elegido diputado, volverá a ser rector en Salamanca, a partir
del curso 1931-1932. En su discurso inaugural se referirá a Su Majestad
España, pero poco a poco, se volverá cada vez más crítico con los gobiernos
republicanos.
El rector honorario de la Universidad de Salamanca, el hombre que había
anunciado desde un balcón de la Plaza Mayor el advenimiento de la República,
terminará viendo en el alzamiento de Franco el único freno a la anarquía que se
apodera de su amada España. "Si hubiera estado en Madrid, con sus hijos José y
Ramón, con su yerno José María Quiroga, las cosas habrían sido distintas. Pero
estaba en Salamanca, casi secuestrado", dice Rabaté.
Unamuno no tardará en apartarse también del bando nacional. Su discurso del
12 de octubre le convierte en un apestado. Es depuesto como rector y expulsado
del casino. El viejo filósofo contempla horrorizado la "locura colectiva" que se
apodera de España. Sobrevivirá poco tiempo. La muerte le llega el 31 de
diciembre de 1936, a los 72 años, terco, independiente, cargado de razón, y por
eso, antipático.
Lola Galán, Unamuno sin leyenda, El País, 18/10/2009
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