La fidelitat i el 15-M.


Según el filósofo Alain Badiou, el amor es del orden del acontecimiento: una ruptura en la normalidad que propone una nueva manera de estar en el mundo. Es un regalo maravilloso, pero también inquietante. Porque no sabemos muy bien de qué se trata, qué nos pasa, adónde nos lleva. Es necesaria en primer lugar una apertura: dejarlo entrar. No es fácil. No podemos escoger del otro lo que nos encaja y abandonar el resto. Es todo o nada. Se pone en cuestión nuestro yo soberano: calculador, egoísta, autosuficiente. Sin generosidad y confianza no hay amor.

Pero el hecho de que el amor nos elija a nosotros, y no nosotros al amor, no significa pasividad. Somos arrebatados en las circunstancias más inesperadas (“love is an accident”), pero la recepción es una posición activa. Implica una invención. El éxtasis del encuentro no basta, no se trata de fusión. Hay que construir una relación en el elemento de la diferencia (ya no de la identidad). Es lo que Badiou llama “fidelidad”, un proceso puntuado por algunas pruebas (el sexo, los hijos, la casa, las vacaciones, etc.) que nos exigen actualizar el amor una y otra vez: volver a declararlo.

El 15-M nos hicimos entre todos un regalo parecido: la posibilidad de reinventar nuestro modo de ser y estar en el mundo. Maravillosa y también inquietante, porque nos requería cantidades desacostumbradas de generosidad con la diferencia y confianza en el otro desconocido. Las plazas eran lugares demasiado incomprensibles, demasiado extraños, ¿dónde están los líderes, los intelectuales, el programa, la organización? Hubo gente que se marchó disgustada porque había mucho de esto y poco de aquello. Como si pudiésemos diseñar los acontecimientos a nuestro gusto, con final feliz asegurado.

Ahora nos queda lo más difícil: construir una relación. Un proceso de fidelidad. Badiou explica que la fidelidad tiene dos enemigos fundamentales: renuncia y repetición. Volver a lo fácil: líderes que nos dirijan, intelectuales que nos piensen, organizaciones que nos organicen, programas que nos programen. Y volver a lo mismo: repetir sin más los gestos y las palabras de la primera vez.

Fidelidad no es seguir o continuar, sino más bien recrear, reinventar, traducir. Incluso traicionando las antiguas formas: “traductor, traidor”. Aceptar las pruebas de la realidad y actualizar una y otra vez el espíritu de las plazas: activación de la gente cualquiera (no sólo los especialistas de la política) para hacerse cargo en común de lo común (no sólo pedir o demandar) produciendo nueva realidad (no sólo criticando la que hay). Volver a declararnos.

Amador Fernández-Savater, Volver a declararnos, Fuera de lugar, 11/05/2012

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