L'humor i la mobilització política.
Decía Platón que no conviene que los jóvenes sean propensos a la risa, y
mucho menos que lo sean hombres dignos de respeto o los dioses. En la novela de
Umberto Eco El nombre de la rosa el
bibliotecario de un convento asesina a varios monjes para ocultar un libro de
Aristóteles que supuestamente trata de la risa y la comedia. Los redactores de
viejas revistas de humor como La
Codorniz o Hermano Lobo pueden
dar testimonio de los problemas que acarrea practicar el humor durante una
dictadura.
Uno de los recursos de quien debe soportar los abusos de
la autoridad consiste en reírse de quienes mandan ¿Por qué esa
desconfianza de los poderes autoritarios ante el humor y la risa? El poder,
cuando se convierte en opresión, desconfía siempre del placer, de la alegría, de
las manifestaciones de júbilo. Porque uno de los recursos de quien debe soportar
los abusos de la autoridad consiste en reírse de quienes mandan, despojándolos
de su superioridad y poniéndolos en su lugar como seres pequeños, ridículos y
vulnerables. La burla es un modo de crítica, como bien saben humoristas como El
Roto o Forges, que muchas veces pueden condensar en un dibujo la denuncia de una
situación opresiva, y como ya lo sabía Horacio, el poeta latino que escribió
"riendo, corrige las costumbres". Pero sobre todo porque la risa es incompatible con el miedo, uno de
los recursos predilectos de cualquier poder dictatorial -el otro es la culpa-.
El miedo paraliza cualquier respuesta ante el poder: una persona asustada es el
súbdito ideal, porque el miedo es siempre conservador. La persona que tiene
miedo está dispuesta a seguir a quien le prometa liberarla del peligro o a
escoger una violencia irracional que tiene el mismo resultado conservador que la
pasividad. Y para reírse hay que superar el
miedo.
No trata solo de tiempos pasados, del terror que provocaban regímenes
abiertamente autoritarios y violentos. Los tiempos actuales han generado otro
tipo de miedo: el miedo a perder un modo de vida al que los europeos nos
habíamos acostumbrado, para lo cual se nos exige una actitud de acatamiento que
acepte voluntariamente los sacrificios que se nos imponen ante la amenaza de que
todo podría ser aún peor, reeditando así la
vieja alianza entre el miedo y la obediencia. Se nos dice que debemos
"dar confianza a los mercados" cediendo a sus exigencias y renunciando
paulatinamente no solo a un precario estado de bienestar sino hasta al mismo
sistema democrático en beneficio de nuevos amos. Eso sí, casi sin intervenciones
violentas: ya no son necesarias.
El movimiento del 15-M ha tratado de dar
respuesta a esta situación. Una respuesta heterogénea, en ocasiones utópica y a
veces desmesurada, pero casi siempre llena de sentido común y que ha logrado
evitar, salvo incidentes aislados, una de las manifestaciones que puede tomar el
miedo: la violencia. Y esa respuesta ha recurrido frecuentemente al humor como lenguaje crítico. Algunas de sus
consignas son antológicas: "No podemos
apretarnos el cinturón y bajarnos los pantalones al mismo tiempo"; "No hay pan
para tantos chorizos"; "Me gustas, democracia, pero estás como ausente"; "No es
una crisis: es que ya no nos queremos"; "Si no nos dejan soñar, no vamos a
dejarles dormir". Cada una de las cuales responde a aspectos fácilmente
reconocibles de la crisis actual, sintetizados en una frase que pone de
manifiesto un aspecto de la cuestión que un lenguaje "serio" no llega a
expresar: su carácter absurdo, a veces ridículo.
El humor no constituye, por supuesto, el único lenguaje para un movimiento
crítico como este y ni siquiera el más importante. Pero tampoco se trata de
desvalorizarlo, como se ha hecho muchas veces desde sectores bien pensantes,
comparando esas movilizaciones con botellones festivos y juergas estudiantiles.
La fiesta, la alegría y el humor no solo son compatibles con una movilización
seria sino que pueden constituir por sí mismas una manera más de mostrar la irracionalidad y el absurdo de la
situación contra la cual se protesta. Mucho más peligroso es ese
"espíritu de seriedad" que ha acompañado al autoritarismo desde sus orígenes:
nada hay más serio que un Banco.
Augusto Klappenbach, El humor del 15-M, Público, 17/05/2012
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