Antropologia i guerra..
Se puede establecer un paralelismo con el comunismo:
del mismo modo que la existencia en el pasado de sociedades sin clases muestra
una serie de condiciones para la realización del proyecto comunista (la
abolición de la división social del trabajo, por ejemplo), la existencia en el
pasado de sociedades sin guerras ayudaría a marcar la perspectiva de una
sociedad sin enfrentamientos colectivos organizados. Algunos replican que el
comunismo será por fuerza una sociedad sin guerra… Por desgracia, nada es menos
cierto: en todo caso, según los antropólogos, muchos grupos humanos que vivían
en el estadio del comunismo “primitivo” guerreaban. No cabe duda de que la
guerra existía antes de la división de la sociedad en clases. Las dos cuestiones
–la abolición de las clases y la desaparición de la guerra– son por tanto
relativamente distintas.
Guerra y violencia
Así pues,
¿qué nos enseña la obra de Raymond Kelly? Que las sociedades sin guerra existen,
que no son excepcionales en la muestra de sociedades estudiadas por los
antropólogos modernos, pero que no por ello son pacíficas. Las sociedades sin
guerra tienen, desde luego, dos características “no violentas”: su organización
es no coercitiva y la educación de los niños es permisiva, pero por lo demás no
son sociedades sin violencia. En este sentido, los elementos recopilados por
Kelly son ilustrativos. Los porcentajes de homicidios en las sociedades sin
guerra son relativamente elevados (más altos, en algunos casos, que en algunas
sociedades guerreras); en ellas, la violencia entre cónyuges es frecuente (a
iniciativa de los hombres); la mayor parte de los homicidios los comete un
hombre contra un hombre; la violencia entre mujeres apenas es menos frecuente
que la violencia entre hombres y, si no es letal, es proporcionalmente más grave
que esta última; los conflictos entre hombres se originan más bien por motivos
económicos, y los conflictos entre mujeres más bien por causas relacionadas con
el adulterio (aunque el adulterio también tiene una dimensión económica);… En
suma, estamos lejos de las visiones paradisiacas del “buen salvaje”.
La
conclusión que se desprende de este examen es que la guerra no es, como se
imagina a menudo, fruto de una acumulación de violencia social creciente
(violencia contra los niños, conflictos entre hombres por el control de las
mujeres, violencia de los hombres contra las mujeres, etc.). Es por tanto
esencial definir bien qué es la guerra y no confundirla con otras formas de
violencia, como el homicidio. Frente a estas otras formas, la guerra se
caracteriza por ser una actividad colectiva preparada a partir de una concepción
compartida que pretende que el mal hecho a un individuo del grupo afecta al
conjunto del grupo y puede repararse legítimamente mediante un acto de violencia
contra cualquier individuo del otro grupo.
Según Kelly, es este principio
de sustitución social en la reparación el que determina la existencia de la
guerra como forma específica de violencia. “La guerra se basa en la aplicación
de un mecanismo de sustitución social en casos de conflicto, de manera que estos
se conciben como asuntos que atañen a todo el grupo. […] Lo que caracteriza a
las sociedades sin guerra no es la ausencia de homicidios, sino más bien una
respuesta al homicidio en la que no se plantea la noción de sustitución social.
[En estas sociedades, en caso de homicidio] no se atribuye la responsabilidad a
alguien que no sea la persona que ha perpetrado el homicidio y no se pretende
hacer pagar el precio de sangre a ninguna otra persona.” (p. 41) La ejecución de
un criminal es legítima, incluso a los ojos de su propia familia. Ocurre a
menudo que los parientes de la víctima renuncian a aplicar la pena, pero si no
renuncian, no por ello se desencadena la venganza de la otra parte. Y la
venganza es la forma elemental de la guerra, según Kelly.
Guerra,
matrimonio y segmentación social
El autor trata entonces de
identificar los mecanismos que explican la aparición del concepto de sustitución
social. Puesto que la gran mayoría de sociedades sin guerra son sociedades de
cazadores-recolectores, compara las tribus de cazadores-recolectores que hacen
la guerra con las que no la hacen. Observa de entrada que estas últimas no
tienen ningún mecanismo común de gestión o resolución no violenta de los
conflictos (al contrario, los conflictos se resuelven mediante actos de
violencia interpersonal que, en algunos casos, se canalizan a través de duelos
organizados por el grupo). Por tanto, no es en este plano donde se encuentra la
clave del enigma. En cambio, las sociedades sin guerra se distinguen claramente
por su organización: son sociedades “no segmentadas”, es decir, formaciones
carentes de cualquier otra estructuración distinta del grupo local, que no se
compone más que de familias (nucleares o poligámicas), sin que esta composición
familiar sea rígida. Por otro lado, las sociedades segmentadas se caracterizan
por el hecho de que el grupo abarca familias bien delimitadas que comprenden una
serie de patrilinajes inclusivos, de los que algunos constituyen un clan, un
subclan, etc. La segmentación y la sustitución social suelen ir de la mano,
señala Kelly, porque “las familias específicas que forman un patrilinaje (la
descendencia de un ancestro masculino a través de sus hijos) son las que están
dirigidas por los hijos y los hijos de los hijos de una serie de hermanos, de
modo que la equivalencia entre niños del mismo sexo está codificada” (p. 46). De
este modo surgió el espíritu de grupo sin el cual no habría ni responsabilidad
de grupo ni venganza de grupo, y por consiguiente tampoco habría
guerra.
La forma del matrimonio es determinante para la diferencia entre
estos dos tipos de organización. En las sociedades no segmentadas, el matrimonio
vincula al hombre con la familia de su esposa, y viceversa, y existen uniones
matrimoniales entre individuos de distintos grupos locales, que crean lazos y
afinidades. Sin embargo, el matrimonio no se conceptualiza como una transacción
entre grupos y no viene acompañado de ninguna transmisión de bienes. La esposa y
el esposo no aparecen como representantes de una colectividad. Prácticas típicas
del matrimonio concebido como un intercambio entre grupos o un medio para
consolidar un grupo, como las uniones preferentes entre primos, el pago de
dotes, etc., no existen en las sociedades no segmentadas. En cambio, en ellas
está muy extendido el “servicio de la casada”. Kelly señala que a menudo el
marido se instala en casa de la familia de su mujer, donde la nueva pareja
permanece durante varios años. En este periodo, el joven ofrece a su nueva
familia servicios, una parte de lo que caza, objetos que fabrica, etc. Este es
un aspecto importante, porque como indica el autor, “el ‘servicio de la casada’
suele separar a los hermanos, ya que cada uno entra en la órbita de la familia
de su esposa durante cierto tiempo, lo que interrumpe la cohabitación entre
hermanos en los primeros años de la edad adulta. De este modo, la relación que
encarna la sustitución social en las sociedades en que esta está muy
desarrollada se ve socavada por las prácticas matrimoniales en las sociedades no
segmentadas o una parte significativa de las mismas.” (p.
48)
Guerra y excedente social
Los estudios recopilados
por Kelly muestran una correlación muy fuerte entre la ausencia de segmentación
de las sociedades de cazadores-recolectores y la escasa frecuencia (o
inexistencia) de guerras. Otra correlación fuerte aparece entre la práctica de
la dote matrimonial y la responsabilidad del grupo sobre la venganza, condición
necesaria para que se desarrolle la guerra. Otro dato interesante refleja la
importancia de las formas de unión: la frecuencia de las guerras es inversamente
proporcional a la proporción de matrimonios fuera del grupo local
(exogamia).
En cambio, en estas sociedades no se observa ninguna
correlación entre la frecuencia de la guerra, por un lado, y la densidad de la
población o su carácter sedentario, por otro. Esto desmiente las teorías que
hacen coincidir el origen de la guerra con cierto umbral de población o con el
fin del nomadismo. Kelly observa a este respecto que ciertas tribus enteramente
nómadas figuran entre las más guerreras de las sociedades de
cazadores-recolectores; se trata precisamente de grupos segmentados. No cabe
duda, por tanto, que es en esta segmentación, y no en la sedentarización, donde
hay que buscar la causa determinante de la aparición de la guerra.
Como
buen materialista, uno se pregunta por el posible lazo entre el cambio de las
formas de organización social (no segmentada/segmentada) y el desarrollo de las
fuerzas productivas, en particular la aparición de un excedente social. “Ninguna
de las sociedades no segmentadas de cazadores-recolectores (conocida) ha
desarrollado una capacidad de acumulación de reservas”, señala Kelly. Pero
algunas de esas sociedades se han segmentado y, de este modo, se han vuelto
guerreras. ¿Por qué? ¿Debido a qué cambios de sus condiciones materiales de
existencia? El libro de Kelly no responde a esta pregunta, pero una cosa es
cierta: en su forma elemental, la guerra existía antes de que se produjeran
excedentes sociales estables.
Sin embargo, Kelly explica que el
desarrollo de una capacidad de acumulación de reservas de alimentos parece haber
favorecido la segmentación social, y por tanto la guerra, modificando al mismo
tiempo las formas de esta (ya que las reservas de alimentos pasaron a ser
evidentemente un objetivo estratégico). “El almacenamiento de alimentos y la
segmentación organizativa van de la mano, escribe. Es probable que el
almacenamiento sustancial de alimentos haya aparecido en un contexto en que la
guerra era poco frecuente y por tanto en un sistema regional de sociedades no
segmentadas de cazadores-recolectores, pero que haya originado cambios en
materia de economía política, lo que a fin de cuentas comportaría un cambio de
organización, particularmente en un contexto en que aumentó la frecuencia de la
guerra. Es muy posible que la transformación del carácter de la guerra causada
por la existencia de reservas de alimentos haya influido en estos
cambios.”
La guerra, invención reciente
Kelly deduce de
sus investigaciones que la humanidad ha vivido sin guerras durante la mayor
parte de su historia. En particular, la colonización del planeta en el
paleolítico superior la llevaron a cabo sociedades no segmentadas y por tanto
pacíficas. En determinadas circunstancias de escasez, estas sociedades pudieron
conocer conflictos espontáneos en torno al acceso a los recursos. Los
antropólogos han observado fenómenos de este tipo en ciertos pueblos de
cazadores-recolectores de la época moderna, pero por lo general la precariedad
de la existencia favoreció más bien la cooperación entre grupos.
Kelly
calcula que la transición a las sociedades segmentadas comenzó no antes de hace
10.000 años (salvo en el valle del Nilo, sin duda). Previamente, la humanidad,
según él, desconocía la guerra. Conocía la violencia interpersonal, pero el
cuadro que pinta el autor no tiene nada que ver con lo que experimentamos en la
sociedad capitalista. Sobre la base del estudio de los grupos de
cazadores-recolectores que existen actualmente, Kelly estima que “el homicidio,
la ejecución de un asesino (la pena capital) y los conflictos espontáneos,
potencialmente mortales, en torno a los recursos eran sucesos raros desde el
punto de vista de un individuo, en el sentido de que la violencia letal
probablemente solo aparecía una vez cada cien años en el seno de su propio grupo
(o cada veinte años en una franja territorial de cinco grupos
vecinos)”.
El autor no deja de subrayar que la imagen que describe es
diametralmente opuesta a la visión difundida por la clase dominante, según la
cual la guerra es una tendencia de la naturaleza humana que requiere, para
contrarrestarla, la formación de un Estado y un gobierno imparciales. Cita el
Leviatán de Hobbes: “La naturaleza humana fue el origen de una propensión
generalizada a la guerra que generó la necesidad de una forma de gobierno global
para garantizar la paz, e hizo comprender que este gobierno era realizable
mediante la aplicación de la Razón.” Está claro que esa “pesadilla en que se
cree que los individuos (de las sociedades llamadas ‘primitivas’) convivieron
permanentemente con la obsesión de una muerte violenta no existió jamás”,
concluye Kelly. Los marxistas no se sorprenderán ante esta afirmación, pues
saben que esta manera de presentar el Estado como un progreso de la humanidad
solo sirve para justificar el monopolio de la violencia por parte de la clase
dominante al servicio de sus intereses.
Diez mil años
después
En la perspectiva de una sociedad sin guerra, cabe destacar
dos observaciones importantes del autor. La primera: desde que existe, la guerra
es episódica. La capacidad del ser humano de hacer las paces es por tanto igual
de grande que la de hacer la guerra… La segunda: “El tipo estructural de las
sociedades no segmentadas encierra posibles extrapolaciones que van más allá de
las sociedades de subsistencia como las de los cazadores-recolectores. Nada
indica que hubiera una evolución lineal de las sociedades no segmentadas a las
sociedades segmentadas. Es posible que sociedades segmentadas hayan evolucionado
para convertirse en sociedades no segmentadas porque estas mostraban una mayor
capacidad de adaptación.”
Diez mil años después, todavía nos queda algo
por aprender de la organización social de los cazadores-recolectores, en
particular de su organización familiar. Es una cuestión que abre la puerta a una
reflexión estratégica, ya que el autor insiste en el tema: “El matrimonio es el
factor más potente de esta transformación social [por la que se establece la
obligación de vengar a un miembro del grupo matando a cualquier otro miembro del
grupo del asesino], porque el intercambio de mujeres entre los grupos codifica
directamente los conceptos de la sustituibilidad social, de la persona como
representante del grupo y de los intereses y proyectos colectivos, y de la
‘pérdida’ de un miembro del grupo como merma de la colectividad.” En el camino
hacia una sociedad comunista sin guerra, la humanidad todavía tendrá que ajustar
las antiguas cuentas con la familia patriarcal.
Daniel Tanuro, Sobre el origen de las guerras y las sociedades sin guerras, Rebelión, 11/05/2012
Traducción al castellano de Viento Sur.
Nota
1) Raymond C. Kelly, “Warless Societies and the Origin of war “, The
University of Michigan Press, 2000.
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