Política contra política.


Beppe Grillo
Crece y mucho la desconfianza y el malestar con la labor de los políticos y las instituciones representativas. De ser parte de la solución, son cada vez más vistos como parte sustancial del problema. Sin duda, esta conclusión está llena de contradicciones y de acusaciones injustas. Ni todos los políticos son iguales, ni todos tienen la misma parte de responsabilidad en lo que acontece. Pero, eso ocurre en la política institucional como ocurre en cualquier otra organización o entidad que atraviese una profunda crisis. Lo grave aquí es que la falta de confianza y el descrédito de la política institucional afecta al instrumento que considerábamos central en el proceso de decisión colectiva y de equilibrio social, y que vemos ahora capturado por intereses especulativos y financieros. No es extraño, por tanto, que la gente trate de organizarse y de buscar soluciones por su cuenta, o bien busque refugio en partidos a los que no pueda considerarse cómplices del gran desaguisado actual.

En este sentido, la explicación más plausible desde la lógica dominante en los analistas políticos que siguen pensando que esto es solo una crisis es considerar que los votantes castigan siempre a los que están en el poder, sean estos del color que sea. Así han perdido el poder los socialdemócratas primero, y ahora empezaría a ser el turno de los conservadores y liberales. En esa línea de interpretación, no habría motivos de preocupación. Turnismo y recambio sí, pero dentro del espacio central de la política convencional. Incluso el caso de Grecia, con el reforzamiento de opciones de izquierda transformadora (que en absoluto puede calificarse de radical) o de los neofascistas (que de neo tienen poco), entrarían en un esquema previsible en momentos en que las opciones convencionales no brindan salida. Pero, en el marco de ese diagnóstico, hay cosas que no cuadran.

En Italia, el movimiento que encabeza el cómico Beppe Grillo ha obtenido importantes resultados desde bases ideológicas que, básicamente, podríamos calificar de antipolíticas. El problema es que para hacerlo ha tenido que presentarse a las elecciones, realizar mítines, recoger fondos y confeccionar listas y, al final, está haciendo política contra la política. En Alemania, como antes en Suecia, el nuevo Partido Pirata ha obtenido resultados remarcables en las elecciones celebradas en diversos länder. Pero, en este caso, lo que caracteriza especialmente al Partido Pirata no es la antipolítica, sino la voluntad de hacer otra política. En una especie de nueva izquierda posconvencional, mezclan conceptos libertarios con denuncias sobre los intentos de controlar la red o de usarla con fines represivos y con claras alusiones a formas de democracia directa que permitan hacer un reset del sistema democrático. Uno de sus eslóganes más conocidos insiste en que “están disponibles nuevas actualizaciones para este sistema”. Lo más significativo es que insistan en que las respuestas a los problemas y a los dilemas actuales las tienen más los propios electores que sus representantes. Su lógica es la del crowdsourcing, la de la política Wiki, y no la del aparato partidista clásico que pide el voto diciendo que se sabe todas las preguntas y todas las respuestas.

No creo que volvamos a una manera precrisis de hacer la política. Las cosas, tampoco en este campo, volverán a ser como antes. Hace más de 200 años que utilizamos como distinción básica del conflicto político la divisoria izquierda-derecha. La han dado muchas veces por muerta, pero sigue siendo útil ya que condensa, con los equívocos que queramos, dilemas vitales centrales. Pero es evidente que, en los nuevos escenarios, las contradicciones internas en cada campo aumentan. Hay quien apunta que cada vez más nos agruparemos en torno al binomio precaucionarios frente a proactivos, siendo los primeros los que ponen en primer lugar la conservación de lo que tenemos, aun a costa de reducir cotas superfluas de bienestar, mientras los segundos apuntarían a aprovechar todas las oportunidades posibles, afrontando sin temor las consecuencias. Unos mirarían la tierra; los otros, el cielo. Tengo muchas dudas sobre la utilidad de esa distinción. Pero de lo que si estoy seguro es que no nos basta con la antipolítica. Necesitamos otra política.

Joan Subirats, De la antipolítica a otra política, El País, 20/05/2012

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