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Niall Fergurson |
Como toda civilización que tiene problemas, tendemos a acumular deuda. ¿Por qué?
Porque la actual generación quiere vivir a expensas de las generaciones futuras
y mantener intacto su alto nivel de vida. La deuda es el síntoma de que se
quiebra lo que Edmund Burke llamó el contrato social entre generaciones, y lo
irónico de esos jóvenes que se manifiestan contra la reforma fiscal es que ellos
son los que más desesperadamente necesitan que el Gobierno español deje de tomar
prestado el 9% del PIB cada año, porque serán los que acabarán pagándolo. La
crisis fiscal es un síntoma de algo profundamente equivocado en nuestras
sociedades. No podemos evitar tener que cortar los excesos del Estado de
bienestar: la edad de jubilación tiene que aumentar, el mercado laboral tiene
que ser mucho más competitivo. No hay otra elección. Pero cuando miro a la
situación en España y alrededores veo que Europa tiene ahora una elección clara:
dar el paso a convertirse en una federación, unos Estados Unidos de Europa o
como quiera llamarlo. Esto mejoraría sustancialmente las posibilidades de
España, de Portugal, de Francia y de Italia, incluso de Grecia, porque crearía
lo que ha faltado hasta ahora, la contrapartida fiscal de la Unión. Si existiera
una Europa federal, los recursos alemanes estarían disponibles para algo más que
aumentar el consumo en Alemania o el ahorro. Esta opción existe. Hay otra
opción: la desintegración de Europa, que puede suceder muy rápidamente. Una de
las claves de estos sistemas complejos que creamos los hombres es que pueden
existir en un aparente equilibrio durante un tiempo y desmoronarse con gran
rapidez. Lo hemos visto con la Unión Soviética. La Unión Europea puede
fácilmente desintegrarse si no tomamos las decisiones correctas en las próximas
semanas o meses. Lo único que no podemos cambiar fácilmente es la demografía. Ni
con una varita mágica conseguiríamos que las mujeres europeas doblaran su
fertilidad.
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