La llibertat de mentida i la llibertat de veritat.
La falsa idea de una libertad que consiste en un juego de la cuerda donde cada cual tira de su extremo con sumo egoísmo conlleva conflicto, agresividad y violencia. Esta falsa libertad, asumida erróneamente como axioma y ampliamente comentada por los filósofos y juristas durante miles de años, no solo nos esclaviza en el deseo contextual y nos ata a una visión del mundo que predica el dominio y el sometimiento de nuestros semejantes por miedo al cambiante mundo perecedero del que debemos aprender como seres, sino que, para colmo, nos impide progresar como individuos. Este factor es clave, porque no existe el verdadero progreso colectivo, no puede imponerse un avance por designio imperativo o por arrastre de unas circunstancias forzadas. Todo progreso colectivo ha de ser antes individual y transmitirse a través de la educación a las siguientes generaciones no como un imaginario más, sino como una invitación reflexiva a descubrir y asimilar el sentido ético de ese progreso. No es extraño que sigamos siendo neolíticos con pantallas táctiles: el proceso es sumamente lento, a diferencia de la posibilidad de avanzar tecnológicamente. Sí parece evidente que, si mantenemos una mentalidad temerosa de la vida e inconsciente de nuestro sentido existencial (ser en plenitud quienes somos), nos estamos esclavizando a una forma de estar en el cosmos como civilización muy inferior a lo que podríamos construir bajo perspectivas más elevadas.
Y lógicamente, la idea de una libertad ajena a toda consciencia sobre el impacto de nuestros actos y ajena a nosotros mismos es incompatible con todo verdadero progreso racional y ético. Por esta razón, es imprescindible la existencia de códigos legales sólidos que arbitren a una sociedad que malentiende la libertad para aspirar a una cierta paz social. Necesitamos la discusión legal, de los límites del Derecho y de los derechos: sin ella, no habría vecindad posible, respuesta a las agresiones ni un impedimento tangible, entendido hasta por el más bruto y simplón de los seres humanos, a hacer lo que quisiera. Ahora bien, la creación, redacción y aplicación de las leyes no debe trivializar las normas jurídicas, desdibujar las definiciones penales ni sus efectos, tensando así la igualdad de los individuos ante ellas, sino pensarse con detenimiento y obrarse con suma prudencia. El Derecho y los códigos legales han de ser objeto de discusión de pensadores honestos y de juristas que aporten un sano tecnicismo, como contrapeso a cualquier idealismo intelectual de los primeros, no servir al dictado del capricho ideológico.
Así que sí, hay dos «libertades» para vivir, la de mentira y la de verdad. La primera satisface el instinto y el sentimiento egoísta y nos mueve como arlequines, aunque asumamos que, en realidad, estamos tomando elecciones plenamente conscientes. La segunda, en cambio, nos permite reformular nuestro mundo, despertar de las ficciones mentales que hayamos podido edificar en nuestro interior y cuestionar cuanto nos rodea. Quien escoja este segundo camino encontrará la bondad y la felicidad. Será él o ella misma en mayor medida que antes y entonces descubrirá que la naturaleza de lo existencial está rigurosamente ordenada y es sumamente sencilla. Para ser libre basta ser uno mismo a través de las cosas, en cada circunstancia, en cada instante. Nunca implica cometer ningún acto dañino sobre los demás, ya que todo lo que nos corresponde o bien emana directamente de nosotros mismos o bien toma la parte que corresponda en función de lo que sea justo en cada momento. La libertad verdadera es así de simple.
David Lorenzo Cardiel, Hablemos de libertad, ethic.es 18/12/2024
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