Gladiator II vs Megalópolis






El Nueva York / Nueva Roma de Coppola son decenas de Nueva Yorks y de Romas, desde el cine mudo, al cine académico, pasando por el cine europeo –siempre tan caro a Coppola– y el cine contemporáneo, y la Roma de Scott huele a naftalina de lujo. Coppola es uno de los directores más cultos, no ya de la actualidad, sino de la entera historia del cine. Un hombre que de no haber sido cineasta podría haber sido músico o novelista, o director de ópera. En su Nueva York / Nueva Roma se encuentra el eco de cualquier urbe grandiosa del mundo, pero también las sombras de la corrupción de la sociedad actual. Su densidad conceptual es tal que casi funciona como crisol de las ambiciones creativas y capitalistas, mezcladas, de la actualidad. La Roma de Scott, sin embargo, es la de un videojuego: espectacular y grandioso, desde luego, pero hueco. Scott es uno de los directores más astutos, no de la actualidad, sino de la entera historia del cine. Haciendo cine de videoclip y deanuncios se ha ganado el estatus de un gran cineasta para muchos que, quizá, no reflexionan lo suficiente sobre el verdadero vuelo de una pieza cinematográfica. Como mucho podemos decir, en el ocaso de su carrera, que Scott ha hecho un gran filme, Alien, en 1979, y que posteriormente a ella ha firmado algunos más que sólidos y dignos títulos como La sombra del testigo (Someone to Watch Over Me, 1987) o Thelma & Louise, en 1991. Poco más. No es una gran carrera, me temo, pese a la proliferación de títulos de las últimas dos décadas.

Sin embargo la aportación de Coppola al cine de todos los tiempos es capital, y de un alcance crítico desconocido para sus contemporáneos y para sus predecesores. No existen visiones más oscuras de Estados Unidos que las planteadas en la trilogía de El padrino, que en Apocalypse Now y que en La conversación. Tampoco existe una búsqueda formal y personal similar a la que le ha llevado, finalmente, a alejarse de los estudios y volver a aprender a hacer películas, algo que culmina con la que seguramente sea la última de ellas: Megalópolis. En ella una visión apocalíptica de EEUU se une, por primera vez, a una tímidamente optimista: quizá el futuro sea mejor de lo que parece, siempre que nos lo propongamos. Su última ópera es un canto a la creatividad y a la libertad, a la justicia social y a la lucha por un mundo mejor. No va acambiar este mundo, como algunos ingenuos siguen pensando que puede hacer el cine o la literatura, pero sí va a señalarte a ti y va a exhortarte a que de una vez despiertes y te plantees un mundo diferente al que vivimos mediante tu creatividad. Pero no lo hace como un panfleto o de un modo naif, sino con violencia, con extravagancia y clarividencia, como toda fábula. La película es un fin y un medio al mismo tiempo. Un fin poético, y un medio de ideas como hacía tiempo no veíamos en una pantalla. Ideas vivas de un poema libérrimo y vivo.

Pero Gladiator II obtendrá pingües beneficios en taquilla –pese a algunas críticas atroces– y Megalópolis será olvidada por el gran público y tratada como un nefasto fracaso y como una rareza digna de un loco. Así funciona el mundo del cine. Mientras, algunos seguiremos insistiendo en que no todo es lo que parece. Es más, posiblemente la entera historia del cine, la oficial, no sea más que un conjunto de clichés, lugares comunes y ficciones muertas en la que, de cuando en cuando, se cuelan verdaderos poetas.

Adrián Massanet, Nueva Roma y la decadencia del imperio, ctxt 13/12/2024

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