Vellesa i esperança








Si Bifo tiene razón y el fascismo es hoy una cuestión de viejos impotentes, nada que ver con jóvenes conquistadores llenos de energía del tipo José Antonio, sino con ancianos temerosos de perder aterrorizados ante las energías que consideran perturbadoras (migrantes, mujeres, trans), entonces una pregunta que se vuelve relevante es: ¿cómo envejecer?
Lo vinculo con el capitulito de El principio esperanza donde Ernst Bloch, después de repasar las utopías y los sueños de la juventud, se pregunta por “lo que queda por desear en la vejez”. ¿Qué cabe desear (esperar, anhelar) en la vejez, cuando ya no veremos una nueva pleamar? ¿Cómo no envejecer en la amargura y el atrincheramiento, los cierres de la avaricia y el egoísmo? ¿Cómo seguir abiertos?
Bloch estima que la vejez empieza a los cincuenta años (ay!). Se tiene más gusto por el paseo solitario, la contemplación, el atardecer y la casa: hay un deseo de quietud. Ese deseo de quietud choca con el apresuramiento de la vida capitalista. El anciano ve lo importante y olvida lo insignificante, afirma su derecho a vivir sin apresuramientos miserables, en otro tiempo, a pertenecer a otro tiempo. Ajeno a modas, actualizaciones obligatorias, tontadas.
Bloch asocia la buena vejez a la cosecha. Hay una cosecha (de vivencias, de recuerdos, de buenos libros, de experiencias) en la que deleitarse, si no se agría nuestra facultad de recordar. Vendimia y lagar, disfrute de una serenidad peregrina, porque viaja sin moverse del sitio. En esa capacidad de ver lo esencial, de traer otro tiempo, de no confundir la vida con el ajetreo impuesto, Bloch ve la aportación de los viejos al alumbramiento de lo nuevo, de la vida mejor, de esa patria por venir que en su día se llamó socialismo.

Amador Fernández-Savater 

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