El que no és d'aquest món.




Cristina Campo escribió una vez: «¿qué otra cosa existe realmente en este mundo sino lo que no es de este mundo?». Lo más probable es que se trate de una cita de Juan 18:36, donde Jesús declara a Pilatos: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado por mí, para que yo no fuera entregado a los judíos. Ahora bien, mi reino no es de este mundo». Es entonces decisivo cuestionar el sentido y el modo de existencia de lo que no es de este mundo. (...) El reino que no es de este mundo exige que demos testimonio de su verdad, y lo que Pilatos no comprende es que algo puede ser verdadero sin existir en el mundo. Es decir, que hay cosas que de alguna manera existen pero que no pueden ser objeto de un juicio jurídico sobre la verdad o no verdad de los hechos, como lo que está en cuestión en el juicio que Pilatos está llevando a cabo.

Furio Jesi, cuestionando la realidad del mito, sugirió una fórmula que puede ser útil retomar aquí: si las cosas que son en cuestión en lo que él llama la máquina mitológica «son ahí, son sin embargo en otro mundo: ahí-no-son». E inmediatamente añade: «no hay fe más exacta hacia un «otro mundo» que-no-es que la declaración de que tal «otro mundo» no es». Se comprende, pues, lo que Jesús quiere decir al afirmar que su reino no es de este mundo. Su reino no es de este mundo, pero no por ello carece de sentido. Al contrario, vino a este mundo para dar testimonio de lo que no es de este mundo, de las cosas que no son de este mundo. Y esto es precisamente lo que Cristina Campo debió de tener en mente: lo verdaderamente urgente e importante para su vida en este mundo son sólo las cosas que no son de este mundo, o, mejor dicho, que no son de este mundo.

Es bueno reflexionar con especial cautela, precisamente hoy, cuando la necesidad de la verdad parece haber sido borrada por el mundo, sobre el estatuto particular de las cosas que, aunque no sean de este mundo, nos son verdaderamente queridas y guían nuestro pensamiento y nuestra acción en este mundo. Como sugiere Jesi, sería en efecto un error imperdonable confundir las cosas que son con las cosas que-no-son, fingiendo que estas simplemente son. Su diferencia emerge claramente en la distinción entre revuelta y revolución, que Jesi intenta puntualmente definir. La revolución es el objetivo que se fijan quienes sólo creen en las cosas de este mundo y, por tanto, se preocupan por las circunstancias y el momento de su posible realización en el tiempo histórico según las relaciones de causa y efecto. La revuelta, por el contrario, implica una suspensión del tiempo histórico, un compromiso intransigente con una acción cuyas consecuencias no son conocidas ni previsibles, pero que, por ello mismo, no llega a acuerdos ni compromisos con el enemigo. Mientras que los que no ven más allá de este mundo sólo se preocupan por la relación de fuerzas en la que se encuentran y están dispuestos a dejar de lado sin escrúpulos sus convicciones, los hombres de la revuelta son los hombres del no hay, que han suspendido de una vez por todas el tiempo histórico y pueden, por tanto, actuar incondicionalmente en él. Precisamente porque las cosas que-no-son no representan para ellos un futuro por realizar, sino una necesidad presente de la que están obligados en todo momento a dar testimonio, tanto más inexorablemente actuará su acción sobre el acontecer histórico, rompiéndolo y aniquilándolo.

A quienes hoy intentan por todos los medios atarnos a una supuesta realidad fáctica que no admite alternativas, hay que oponer ante todo el pensamiento, es decir, la visión clara y perentoria de las cosas que hay. Sólo a aquellos que, sin hacerse ilusiones, saben que su reino no es de este mundo, pero que sin embargo está aquí y ahora de manera irrevocablemente presente, se les da la esperanza, que no es otra cosa que la capacidad de refutar la brutal mentira de los hechos que los hombres construyen para esclavizar a sus semejantes.

Giorgio Agamben, Sobre las cosas que-no-son, Ficción de la razón 04/07/2024

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