La prudència i la política en Aristòtil.
Pericles |
Es difícil saber de entrada en qué Pericles podía parecer a Aristóteles, más que cualquier otro, un
representante de la prudencia. Pero la invocación de Pericles parece menos el
hecho de una predilección particular de Aristóteles
que la alusión clásica a un personaje ya tipificado por la tradición. No es la
primera vez, por lo demás, que el personaje de Pericles y, a través de él, del
político era ocasión de un debate ético. En el Gorgias el Sócrates de Platón
no había ahorrado sus críticas contra los más célebres hombres de Estado
atenienses: Temístocles, Cimón, Milcíades y Pericles, estos hombres que se
habían preocupado de “engrandecer la ciudad” antes que de hacer justos a los
ciudadanos (518e y 516b). (…) Si Sócrates en el Menón recordaba que Pericles había sido incapaz de hacer justos a
sus propios hijos (Menón 94ab, Protágoras 319e-320a) era para mostrar
que la virtud no se enseña, y que en particular la virtud del político, por
estar emparentada más con la opinión verdadera y el delirio poético que con la
ciencia, no podía ser más que el fruto de un “favor divino”, donde la
inteligencia no tiene parte alguna, y gracias a la cual los políticos, como los
profetas y adivinos, “dicen la verdad a menudo sin saber en absoluto de qué
hablan” (Menón 99cd). (…) Invocando a
Pericles en una obra de ética, (…), Aristóteles
no podía menos que afirmar, de una manera que debió parecer provocadora, su
oposición al platonismo clásico (…); digamos más bien que, en una perspectiva
muy diferente de lo que será más tarde el maquiavelismo, el político
simbolizado por Pericles se encuentra erigido en modelo de una virtud de la
cual Aristóteles no dice que sea una
virtud solamente política, y que se encuentra desde ese momento propuesta a la
imitación tanto del hombre privado como del hombre público. Al conceder un
lugar a Pericles en la galería de retratos éticos, Aristóteles reintegra la experiencia propiamente política en la
experiencia moral de la humanidad. (65-67)
De entrada hay que subrayar que Aristóteles,
en el pasaje en que cita a Pericles, no le confiere la denominación de phrónimos más que en la medida en que
posee un cierto saber: “Pensamos que los hombres de este tipo son prudentes por
cuanto son capaces de considerar lo que es bueno para ellos mismos y para los
hombres” (E. N. VI, 5, 1140b 8). El
prudente ve reconocido aquí para sí un cierto tipo de superioridad intelectual;
habría que decir, transcribiendo
exactamente a Aristóteles, teórico, acordándonos de que teoreîn tiene el sentido de ver, sin que esta visión sea
necesariamente de tipo contemplativo. Que Aristóteles
nos haya prevenido antes que el objeto de esta capacidad no pueda ser lo
necesario, sino lo contingente, que este saber, por lo tanto, no pueda ser
denominado ni ciencia ni siquiera arte, no cambia nada el hecho de que Aristóteles continúe viendo en la
virtud del político una virtud intelectual: nota que alcanza todo su sentido si
recordamos que Platón la describía
en el Menón como una especie de
adivinación que no tiene necesidad alguna de la ayuda de la inteligencia. Hay
que admitir, pues, que Aristóteles
reconoce la existencia, al lado de la ciencia y del arte, de otro tipo de
conocimiento, que se podría denominar opinión,
si recordamos los pasajes en que hace de la prudencia la virtud de la parte opinadora del alma (E. N. 1140b 26; VI,
2, 1139a 12). Más aún, Aristóteles
no contesta que este conocimiento sea, a su manera, un conocimiento de lo
general. El prudente conoce lo que es bueno para él mismo, en el caso de la
prudencia privada, y para los hombres en general, en el caso de la prudencia
política, lo cual es ciertamente una particularización de la Idea platónica del
Bien, pero no una particularización arbitraria, abandonada a la concepción que
cada uno se haría del bien: Aristóteles
nos previene un poco antes que lo que él llama “bueno y ventajoso por sí mismo”
no significa “bueno y ventajoso parcialmente, como aquello que es bueno para la
salud y el vigor del cuerpo, sino absolutamente, como lo que es bueno para
vivir” ((E. N. 1140ª 26-28). (…) El prudente no es, pues, el puro empírico, que
vive al día, sin principios y sin perspectivas, sino el hombre de amplia
mirada, el heredero del sinoptikós
platónico; pero lo que ve es una totalidad concreta –el bien total de la
comunidad o del individuo-, y no aquella Totalidad abstracta y, según
Aristóteles, irreal que era el mundo platónico de las Ideas. (68-69)
Pierre Aubenque, La prudencia
en Aristóteles, (con un apéndice sobre la prudencia en Kant), Crítica.
Grijalbo Mondadori, Barna 1999
Título original: La prudence chez
Aristote (1963)
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