La prudència contra la saviesa en Aristòtil.



La prudencia, incluso entendida como virtud intelectual, nos remite al personaje del prudente. (…) Aristóteles cita como tipo de prudente al personaje de Pericles (Et. Nic. VI, 5, 1104b 7), renegando expresamente de los ejemplos que da otras veces de la misma virtud: Pitágoras, Parménides y Anaxágoras.

(…) Ciertamente, estos personajes poseen la sabiduría, es decir, la ciencia de las cosas más elevadas, pero ignoran completamente lo que puede ser útil para ellos mismos y, de un modo general, para los hombres, de manera que su saber puede ser “admirable, difícil y divino”, pero, en realidad, es “inútil” (VI, y, 1141b 3-8). (…) El carácter desinteresado de la sabiduría, que no es inmediatamente práctica, ha sido afirmado siempre por Aristóteles, al mismo tiempo que su carácter divino (Metafísica, A2, 982b 20-983 a 11). Esta inutilidad era reivindicada en otra parte como la garantía de la superioridad de la sabiduría, que no es la sirvienta de fines ajenos, sino que es su propio fin. (…) Pero lo que en otra parte era proclamado como una superioridad en sí, aparece, desde el punto de vista ético, como una inferioridad para nosotros (…) ¿No había subrayado también Platón el ridículo del filósofo que vuelve a la caverna (República , VII, 517d)?, del pensador genial incapaz de doblar una colcha (Teeteto 174a)? ¿No había opuesto las burlas de la esclava tracia a la distracción sublime de Tales cayendo en un pozo (ibid)? Pero la intención de Platón en estos pasajes era muy distinta de la de Aristóteles en el nuestro: se trataba de oponer la superioridad del filósofo a la incomprensión d los hombres, mientras que para Aristóteles os hombres tienen razón desde su punto de vista. (63-64)

Aristóteles ya no opone la virtud a la no virtud, la ciencia a la ignorancia, sino la virtud más que humana del filósofo a la virtud mínima –pero excelente a su manera- del hombre cualquiera. Aristóteles no está lejos de darle la razón en un cierto plano a la diatriba de Calicles contra el filósofo, que hace al hombre “extraño a todas las cosas que hay que conocer para hacerse un hombre de provecho y considerado”; no está lejos de considerar asimismo que los sabios en cuanto tales “ignoran leyes que rigen la ciudad, ignoran la manera en que hay que hablar a los otros en los asuntos privados y públicos, nada saben de los placeres ni de las pasiones” y que “para decirlo en una palabra, su experiencia de las costumbres es nula” (Gorgias, 484cd). La única diferencia es que Calicles nos invitaba a preferir, frente a la especulación inútil de los filósofos, la experiencia de los “políticos” (ibid, 484e) o de aquel que él denominaba phrónimos, sin la cual, nos dice, nos haríamos condenar injustamente, incapaces de defendernos ante el primer acusador que llegara (ibid, 490a). Aristóteles, por el contrario, no sacrifica la sabiduría a la prudencia, y parece ver en ellas dos virtudes complementarias, de las cuales no duda que puedan coexistir en el mismo hombre. En la Política nos cuenta cómo el propio Tales, queriendo enseñar a sus compatriotas de qué era capaz la filosofía, hizo fortuna aplicando su saber meteorológico a la especulación sobre los olivos (Política, I, 11, 1259a 6-20). (64-65)


Pierre Aubenque, La prudencia en Aristóteles, (con un apéndice sobre la prudencia en Kant), Crítica. Grijalbo Mondadori, Barna 1999

Título original: La prudence chez Aristote (1963)

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