Experiència i política en Aristòtil.
El Roto |
En las últimas páginas de la Ética a Nicómaco,
cuya meta parece ser la de reintroducir y justificar la obra política de Aristóteles, éste parece reunirse con Platón en su crítica a los políticos “empíricos”.
Después de haber recordado esta verdad de experiencia (desconocida por los
teóricos de la virtud-ciencia), según la cual los discursos edificantes no
bastan para volver virtuosos a los hombres, Aristóteles viene a constatar –con la intención, parece, de
deplorarlo- el divorcio entre la práctica política y las teorías políticas: por
un lado, teóricos ineficaces, como los sofistas; por otro, políticos “de los
cuales se podría pensar que actúan por una especie de capacidad y por
experiencia más que por razonamiento; la prueba es que no se les ve jamás escribir
o discurrir sobre tales materias (lo cual sería, sin embargo, una tarea quizá
más honorable, que pronunciar discursos de pretorio o de asamblea), ni tampoco,
por otra parte, vemos jamás que hayan convertido en hombres de Estado a sus
propios hijos o a ciertos amigos” (X, 101181a 1-6). En esto, la política se
distingue –parece que a disgusto- de “otras ciencias y capacidades” que, como
la medicina o la pintura, pueden ser enseñadas y transmitidas (1180b 32-34).
Detrás de esta descripción de la política de
hecho, a la que se reprocha la falta de perspectivas teóricas, se
reconocerá sin dificultad la polémica platónica de Menón y Protágoras contra
los políticos que, como Pericles, se han mostrado incapaces de transmitir su
habilidad a sus descendientes.
Pero la política tal como la concibe Aristóteles
no será tan diferente de esta política de hecho. Deberá ser un equilibrio entre
la ciencia y la familiaridad con los negocios. Sin embargo, este equilibrio no
podrá ser mantenido más que por mediación de lo que Aristóteles llama precisamente, y esta vez en el buen sentido, la
experiencia (empeiría), sin la cual la
familiaridad es inaccesible y la ciencia impotente (1181a 10). Este texto no ha
podido parecer oscuro (X, p. 145) más que en la medida en que no se ha reconocido
el carácter intermediario de la experiencia aristotélica, que se sitúa a medio
camino entre la sensación y la ciencia (Metafísica
A, 1). La experiencia es ya conocimiento: supone una adición de lo particular y
está, pues, en la vía de lo universal. Lo que se les reprocha a los sofistas es
que, reclamando tener un saber demasiado general y vacío, acopian lo particular
sin poseer esa mínima perspectiva de conjunto que constituye lo esencial de la
experiencia: son como esas gentes sin experiencia musical que llegan a
distinguir si una obra es buena o mala, pero sin saber por qué (E. N. X, 10, 1181a 22). (…) La empeiría de Aristóteles evoca otra cosa distinta del “empirismo” de los
modernos (…) La experiencia no es la repetición indefinida de lo particular;
pero entra ya en el elemento de la permanencia: es ese saber vivido más que
aprendido, profundo porque no deducido, que reconocemos a aquellos de quienes
decimos que “tienen experiencia”. Que un saber así sea incomunicable, como lo
muestra el ejemplo de Pericles y de sus hijos, prueba que se trata de un saber
enraizado en la existencia de cada uno, pero no que no se trate de un saber: la
incomunicabilidad de la experiencia no es más que el reverso de su singularidad
irremplazable, singularidad que atañe a cada uno reconquistar para sí mismo, en
la paciencia y en el trabajo. Si la ciencia se dirige a aquello que hay de
menos humano en el hombre, a lo más impersonal, el intelecto, y si se transmite
por las vías universalizables del lógos,
a un nivel más vital se sitúa la experiencia: a este nivel en el que las
facultades intelectuales son responsables no sólo de la lógica de su contenido,
sino también de la conducta del hombre, cuya guía son, a este nivel en el que
el lógos mismo debe hablar el lenguaje de la pasión (páthos), del carácter (éthos),
del placer y de la pena, si quiere ser oído por ellos y elevarlos a su nivel
(X, 10, 1179b 2-26). (70-72)
Pierre Aubenque, La prudencia
en Aristóteles, (con un apéndice sobre la prudencia en Kant), Crítica.
Grijalbo Mondadori, Barna 1999
Título original: La prudence chez
Aristote (1963)
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