Els límits de l'educació moral en Aristòtil.
La prudencia es como la experiencia (y no es casual si tanto la una como la
otra son atribuidas a los políticos como Pericles, que unen en una síntesis
cada vez única la capacidad de perspectivas de conjunto con el sentido de lo
particular). Hace falta retomar en adelante lo que Platón oponía a los hombres de Estado: la prudencia es aquello que
no se transmite de padres a hijos, pues son necesarias mediaciones menos
transparentes que las de los discursos educativos, y menos oscuras, sin
embargo, que las de la herencia. La relación entre prudencia del padre y la del
hijo no es del orden de la transmisión, sino de la reanudación. Al hijo le toca
recomenzar la tarea del padre y volverse viejo a su vez. Si bien es posible
dedicarse a las matemáticas de joven, en cambio hace falta tiempo para acceder
a la prudencia (Ética a Nicómaco, VI,
9, 1142a 13-17): este tiempo no se puede forzar ni siguiera prever, y si los
hijos no se parecen a sus padres, es a aquéllos y no a éstos a quienes se les
ha de dirigir el reproche.
La prudencia es ese saber singular, más rico en disponibilidad que en
contenido, más enriquecedor para el sujeto que rico en objetos claramente
definibles, y cuya adquisición supone no sólo cualidades naturales, sino
aquellas virtudes morales que tendrá la misión de guiar: el valor, el pudor y,
sobre todo, la templanza, de la cual nos dice Aristóteles, jugando con la etimología al estilo de Platón, que es la salvación de la
prudencia. Por eso se alaba a alguien por ser prudente, o por ser virtuoso, pero
no por ser inteligente o poseer tal o cual cualidad natural. (72-73)
No se vuelve uno fácilmente un segundo Pericles, aunque sea hijo de
Pericles. La educación moral debe reconocer sus límites, que no son otros que
los de la imprevisibilidad de los destinos individuales. Los discursos éticos
no tienen eficacia más que sobre las almas bien nacidas. Pero ¿acaso éstas
tienen necesidad de discursos éticos? Y a la inversa, ¿cómo “el hombre que vive
según la pasión” podrá prestar atención a los discursos que tienden a
reprenderlo? Así pues, en la base de la
vida moral se da una parte irreductible de “suerte” o “fortuna”, de “favor
divino”. Si la coerción es accesible a todos y si, por tanto, un Estado
policial bien organizado puede inculcar a todos los ciudadanos las “buenas
costumbres”, la participación inmediata en la moralidad, es decir, en la
elaboración espontánea de la regla general no está reservada en vida más que a
un pequeño número de elegidos: los otros vivirán quizá bajo la regla recta,
pero no serán la regla recta, encarnada exclusivamente por el prudente.
(nota 137) (…) Los estoicos serán los primeros en enseñar
que todos los hombres, ya que tienen en ellos una parte del Logos divino, nacen
igualmente aptos para la virtud. Pero la doctrina de la universalidad del Logos
es extraña a la cosmología de Aristóteles y, por tanto, a su antropología).
El phrónimos, pues, sigue siendo
en Aristóteles el heredero de una tradición
aristocrática que concede al alma “bien nacida” un privilegio incomunicable al
vulgo. Pero este privilegio sigue siendo el de la intelectualidad, incluso si
no es intelectualmente definible ni transmisible por discursos racionales. El phrónimos de Aristóteles reúne rasgos cuya asociación hemos olvidado: el saber y
la incomunicabilidad, el buen sentido y la singularidad, el bien natural y la
experiencia adquirida, el sentido teórico y la habilidad práctica, la habilidad
y la rectitud, la eficacia y el rigor, la lucidez precavida y el heroísmo, la
inspiración y el trabajo. El personaje de Pericles no simboliza ni el idealismo
político ni el oportunismo, sino ambos a la vez. (…) O más bien estas son
oposiciones modernas, que comienzan a aparecer en la época de Aristóteles y a las cuales intenta
oponer, como un último dique, la unidad todavía no disociada del prudente de la
tradición. (75-76)
Pierre Aubenque, La prudencia
en Aristóteles, (con un apéndice sobre la prudencia en Kant), Crítica.
Grijalbo Mondadori, Barna 1999
Título original: La prudence chez
Aristote (1963)
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