Sentiment de culpa.

 

Freud sostenía que el sicoanálisis no se proponía hacer felices a los desdichados ni por supuesto mejorar el sufrimiento inherente al hecho  de vivir. (Ortega decía que existir era la dificultad de ser y el ser esa dificultad de persistir). No se proponía el psicoanálisis, en fin, una ayuda para vivir indoloramente o en armonía sino para tratar de que las cosas no empeoraran con las neurosis individuales que, como moscas venenosas, nos sobrevuelan y defecan en el alma desde que empezamos a pensar o sentir. Estas neurosis son grandes gourmets  del dolor y puesto que se abastecen ávidamente de él en su succión y su deglución acentúan intestinalmente las penas.
Una de esas penas,  muy popular y personal, es el sentimiento de culpa. La culpa está tallada como un hacha o una azada y arrastra tras de sí, al moverse, tiras de carne y de espíritu puro. Hacernos sentir culpable era el objetivo de la religión católica puesto que con ello lograba certeramente que nos mantuviéramos esclavos de la munífica redención divina siempre a punto para perdonar. Fieles, feligreses y convictos culpables de haber pecado, culpables de no haber trabajado más, culpables de no haber felicitado las Pascuas, culpables de haber asesinado al mismo  Cristo, culpables incluso de ser tan culpables como para pretender, encima, vivir tranquilos. ¿Y cómo eliminar esta insistente penalidad? Nadie, entre nosotros, los esclavos, ha sabido  lo suficiente como para brindar una clave que nos libere por completo. La culpa va clavada en el ser como la cruz se clavaba en las espaldas del Nazareno, Inocente supremo al que ni siquiera la penosa subida al calvario le liberó de la cruz. Sólo la muerte alcanzó a hacerlo Dios.
La muerte pues o la exculpación porque entre tanto, ese camino calvariento, cadavérico, es el camino en el que nos empeñamos sin evitar el tremendo peso de la cruz. Y ¿qué hacer entonces a estas alturas de internet? ¿Más penitencia en red? ¿Más obediencia populista, más derramamiento del dolor universal? El truco liberador (nada fácil) sería una nueva prestancia de la conciencia. La altiva conciencia de ser nosotros los fautores de la culpa y no las víctimas de la descerebrada realidad común. De este modo, siendo amos de lo que nos pasa podríamos hacer que nos pasara algo mejor o no tan  punitivo. Pero ¿cómo adquirir esa facultad? Esa facultad corresponde a quienes los demás llamamos, de vez en cuando,  "dueños de sí mismos". Son dueños de sí mismos los famosos que eliminan, al parecer, las moscas venenosas  y disponen, más o menos, los grados del parasitario dolor. En consecuencia, no se  inoculan como autómatas dosis del dolor prefabricado a granel. Dosis de dolor adicional para los más débiles. Dosis de dolor tan insoportable como nutricio para aquellos fracasados que hallan en el dolor su atractivo, sus ventajas, sus dones, sus fulgores y su drogadicción.
 No sucumbir a esos tenebrosos encantos del dolor hacen al ser humano más firme, lúcido y dueño de sí mismo. Conocedor de su compleja plantación porque hay en esa clase de propiedad agrícola de la existencia un estrato irreparable que es el hecho particular de vivir. Se trata del suelo individual de la existencia y de nuestra implantación en ella. Otros brotes neuróticos aparecerán como malas yerbas y, a menudo, nos enmarañan, nos ciegan y nos hacen caer en la desesperación. Nos hacen caer en una u otra profundidad de su ciénaga, en el  mismo pozo  del delirio o el hondón  infame del gozo que celebra el dolor por el dolor. 
La neurastenia, expresada así, es una condición que espantamos con relativa facilidad  pero ¿y las neurosis? Estas se inmiscuyen en el ser como virus incapaces de ser vistos, localizables o determinables en nuestra amargura sin razón. ¿Será entonces el psicoanálisis el remedio? El remedio entonces del psicoanálisis sería la aportación de claridad y de razón. Un  hermoso caer en la cuenta, en lugar de caer en el vientre de la  aflicción inútil. Una aflicción doliente, claro está, pero en muchos casos sobrevenida como un escarchado aderezo que el ser vivo recibe para complacerse, definitivamente, en la mortal desgracia de ser.

Vicente Verdú, La culpa, El Boomeran(g),  04/11/2014

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