Rawls i les emocions polítiques (3a part).
Creo que todas las emociones
fundamentales sobre las que se sustenta una sociedad decente tienen sus raíces
en el amor o son formas del mismo (y por amor entiendo unos apegos intensos que
están fuera del control de nuestra voluntad). Mis ejemplos son bien indicativos
de entrada de lo que argumentaré: por ejemplo, que las emociones dependientes
de principios generales, según las imaginaba Rawls, serán demasiado calmadas y no hollarán más allá de la
superficie de la mente de las personas para que cumplan la función que el
filósofo estadounidense les quería atribuir si no las complementamos con (y las
imbuimos de) un amor del tipo antes descrito, pues la función que Rawls pretendía reservarles requiere de
todas ellas capacidad suficiente para acceder a la extravagante, tensa y, en
cierto sentido, erótica relación que todos mantenemos en formas diversas (tanto
cómicas
como trágicas) con el sentido de nuestras vidas. El amor es lo que da vida al
respeto por la humanidad en general, convirtiéndolo en algo más que un
envoltorio vacío. Y si el amor es necesario incluso en la sociedad bien
ordenada de Rawls (como yo creo que
lo es), cuanto más no lo será en las sociedades reales, imperfectas, que
aspiran todavía a la justicia.
John Rawls |
El actual es un momento propicio para escribir sobre este tema, pues los
psicólogos cognitivos han efectuado durante las últimas décadas una amplia gama
de investigaciones excelentes sobre emociones concretas, que, complementadas
por el trabajo de los primatólogos, los antropólogos, los neurocientíficos y
los psicoanalistas, nos proporcionan abundantes datos empíricos que resultan
sumamente útiles para un proyecto filosófico normativo como este. Tales
hallazgos empíricos no dan respuesta a
nuestras preguntas normativas, pero sí nos ayudan a comprender qué puede ser
posible y qué no, qué tendencias humanas generalizadas pueden ser perjudiciales
o beneficiosas: en definitiva, de qué material disponemos para trabajar y hasta
qué punto es susceptible de ser «trabajado».
Parte de la justificación de un proyecto político normativo pasa por
mostrar que este puede ser razonablemente estable. Las emociones son
interesantes en este sentido, en parte, por nuestras dudas e interrogantes a
propósito de la estabilidad. Pero, a partir de ahí, tenemos que preguntarnos
qué formas de emoción pública pueden ser estables a lo largo del tiempo, es
decir, sin necesidad de someter nuestros recursos humanos a una presión
excesiva. Sostengo que tenemos que investigar, y saber apreciar, todo aquello
que nos ayude a ver el desigual y, con frecuencia poco agraciado, destino de
los seres humanos en el mundo con humor, ternura y goce, en vez de con un furor
absolutista por una perfección imposible. La fuente primaria de las
dificultades políticas radica en ese omnipresente deseo humano de vencer ese
desvalimiento tan crucialmente consustancial a la vida humana en sí: en ese
afán de alzarse (por así decirlo) sobre eso tan desagradable que es lo
«meramente humano». Muchas formas de emoción pública alimentan fantasías de
invulnerabilidad, pero todas esas emociones resultan perniciosas. El proyecto
que concibo aquí funcionará únicamente si halla vías para hacer que lo humano
pueda inspirar amor y para inhibir el asco y la vergüenza.
Ningún proyecto así podría salir adelante si no ligara la cuestión de las
emociones públicas a un conjunto definido de objetivos normativos. Yo concibo
en todo momento un tipo de liberalismo que no es moralmente «neutral», pues
está dotado de cierto contenido moral definido, en el que destacan la igualdad
de respeto por todas las personas, el compromiso con la igualdad de la libertad
de expresión, asociación y conciencia para todos los ciudadanos, y una serie de
derechos sociales y económicos fundamentales. Estos principios y compromisos
limitarán necesariamente las posibles vías a través de las que puedan
cultivarse las emociones. La sociedad que imagino debe lidiar con el problema
de Rousseau sin desatender los
compromisos y principios de un Estado lockeano/kantiano. Habrá quien piense que
la idea de una «religión civil» no es sostenible bajo tan restrictivas
condiciones, o que no puede materializarse de un modo mínimamente interesante o
atractivo. Pero ya veremos. (CONTINUARÀ)
Martha C. Nussbaum, Las
emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia?,
Paidos, Barna 2014
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