Orígens biològics o socials de la violència masculina.
En casi todas las sociedades los hombres son los que se implican mayoritariamente en las guerras, todos los tipos de agresiones entre grupos y homicidios dentro del grupo, se movilizan en violentos ejércitos, bandas criminales, bandas de matones, etc. Estas observaciones son tan viejas como el mundo y nos permiten establecer una clara distinción entre los sexos masculino y femenino con respecto a su predisposición hacia la violencia. Las guerras son un producto biosocial de los hombres y un campo de manifestación masculina (Goldstein, 2001). Lo mismo se puede decir del crimen y la crueldad, muy estrechamente vinculados con la masculinidad.
Los psicólogos evolucionistas canadienses Martin Daly y Margo Wilson, que se especializaron en el estudio del fenómeno homicida, han analizado 35 bases de datos sobre homicidios de 14 países, algunas sociedades primitivas y de diferentes eras. Entre estas sociedades los hombres cometen homicidios, como media, 26 veces más frecuentemente que las mujeres (Daly, Wilson, 1994). También, los familicidios (el asesinatos de miembros de la familia) son cometidos en su mayor parte por hombres. Algunos datos muestran que los hombres están implicados en más del 90% de los casos (Wilson, Daly, 1997, p. 160).
Los hombres también son víctimas de homicidios en el 70 por ciento de los casos. En algunas sociedades este porcentaje se eleva al 90 por ciento (Daly, Wilson, 1988; Berkowitz, 1993, p. 274 apud Buss, Duntley, 2002).
En la federación rusa, en 1996, el 86.6 por ciento de todos los crímenes graves fueron cometidos por hombres. En los Estados Unidos, el 85 por ciento de todos los crímenes graves son cometidos por hombres. El noventa y dos por ciento de los asesinos en serio en EE.UU son hombres (1). Este informe estadístico es válido para la mayoría de los países, con independencia de su tamaño o posición geográfica. En la república de Moldova, por ejemplo, el 90% de los crímenes son cometidos por hombres (2).
Analicemos otra dimensión de la violencia, la crueldad y el abuso de los animales. Uno de los estudios que se aproximaron por primera vez a este problema descubrió la siguiente proporción masculina-femenina, con respecto a la violencia contra los animales: 38 a 1 palizas, 16 a 1 en disparos, 20 a 1 en torturas y 17 a 1 en pegar fuego (Gerbasi, 2004).
¿Por qué los hombres son más agresivos que las mujeres? Se han propuesto varias teorías para intentar explicar este fenómeno, la mayoría procedentes de teorías de la psicología social. Una de las teorías más populares se debe al psicólogo social estadounidense Leonard Berkowitz. Según él, los hombres y las mujeres son educados, tradicionalmente, para desempeñar diferentes roles sociales. Berkowitz emplea el siguiente razonamiento en su teoría: piensen en todos los modos en los que la sociedad occidental moderna enseña a los niños que las peleas son más adecuadas para los hombres que para las mujeres. La literatura popular y los medios presentan constantemente a los hombres, y no a las mujeres, peleando. Los padres compran armas para los chicos y muñecas para las niñas. Los padres están más predispuestos a estimular el comportamiento agresivo en los chicos y no en las chicas. Una y otra vez, directa e indirectamente, se enseña a los menores que los hombres son agresivos, pero las mujeres no lo son (Berkowitz, 1993, p. 395).
La teoría de los “roles sociales” ha creado un nuevo paradigma en las políticas de género y marca, incluso hoy, los modos en que se desarrollan muchas estrategias cívicas y de educación preescolar. Se presume que las chicas y los chicos deberán ser educados y tratados del mismo modo, de forma no discriminatoria, haciendo que desaparezcan las diferencias de conducta entre ellos. Sin embargo, aunque hay una dosis de verdad en esto (los chicos y las chicas, tradicionalmente, parten de una educación diferente), la teoría de Berkowitz sobre roles sociales aprendidos se ha sometido a varias críticas, que han mostrado sus vulnerabilidades.
En primer lugar, no son los padres los que imponen sus estilos de conducta en sus hijos, sino la reacción a las demandas de ellos; las pistolas de juguete se compran para los chicos y las muñecas para las chicas porque habitualmente estas son sus preferencias (en parte genéticamente determinadas). Y así como los padres responden a los deseos previos de los niños, así también lo hacen los medios, ofreciendo contenidos que corresponde con sus patrones de conducta existentes ya a nivel social (Hoyenga, Hoyenga, 1993). Además, la teoría de Berkowitz refleja la cultura occidental, pero no tuvo en cuenta las realidades de otras culturas (sin cine, literatura, medios y tiendas de juguete), donde los patrones de conducta de los chicos aún difieren enormemente de los de las chicas. Se ha hecho notar, entre otras cosas, que los homicidios en Norteamérica (donde parece que los medios fomentan intensos roles sociales) están marcados por diferencias de sexo en menor grado que otras muchas sociedades (Daly, Wilson, 1989, p. 101-102, Buss, Duntley, 2002). En consecuencia, no es la imprimación de los roles sociales lo que origina la agresividad mayor de los hombres, sino causas internas, determinadas por la naturaleza de los hombres.
Las controversias sobre los orígenes sociales o biológicos de la agresividad masculina ha sido resuelta parcialmente por una investigación llevada a cabo en 2007 en bebés. Ya a la edad de 17 meses los chicos muestran una mayor proporción (5%) de actos de agresión física que las chicas (1%). Estas diferencias de conducta aparecen antes de que cualquier influencia social les haya afectado de algún modo (Baillargeon et al., 2007). De manera que son causas internas de naturaleza intrínseca las que incrementan la agresión masculina desde los niveles más iniciales del desarrollo.
A este respecto también son importantes los hallazgos de psicólogos sociales que han hecho notar que la emancipación de las mujeres en décadas recientes apenas ha influído o incrementado la expresión de conductas agresivas en las mujeres, lo que es una prueba adicional de que el grado mayor de agresividad masculina es, antes que nada, debida a factores genéticos. Las diferencias de sexo predeterminan, a nivel genético, las diferencias en conducta agresiva (Wilson, Herrnstein, 1985). Es específico de las mujeres emplear agresión verbal en la competición intrasexual entre mujeres y hay casos muy raros de asalto físico. Las mujeres emplean sólo el lenguaje en estrategias competitivas (Buss, Dedden, 1990, Fitzgerald, Whitaker, 2009, p. 469).
Se ha probado que las aproximaciones desde una perspectiva evolucionista son más relevantes a la hora de explicar la génesis de la agresión en los hombres. En sentido, el hecho de que los hombres son más agresivos y más fuertes que las mujeres puede explicarse mediante la competición intrasexual (entre machos). Los hombres han heredado estas habilidades de sus ancestros evolutivos, debido a que, en general, en el mundo real, ganar un status jerárquico superior, recursos, protección para la familia y obtener ventajas adaptativas conquistando mujeres, implica un concurso físico y una agresividad superior (Buss, Duntley, 2006; Gat, 2010). De forma similar, en muchas especies animales, incluyendo primates, los machos poseen el rol biológico de ser los guardianes del territorio, amedentrar a los intrusos y proteger al grupo de los depredadores, y estas funciones implican que los machos exhiban mayores niveles de agresión que las hembras (Wilson, 1975).
El hecho de que los machos sean más agresivos y violentos se refleja en la misma anatomía; en muchas especies animales ellos son más pesados, más musculados, y mejor armados con medios de ataque y defensa. En los humanos, por ejemplo, los brazos de los hombres son, en promedio, un 75% más musculados que los de las mujeres, y la parte superior del cuerpo masculino es un 90% más fuerte que la parte superior del cuerpo femenino (Bohannon, 1997; Abe et al., 2003, Goetz, 2010, p.16). También, los hombres son más altos, poseen huesos más densos y pesados, su dentadura es mayor, su tiempo de reacción es menor, su agudeza visual es mejor, su proporción músculo/grasa es mayor, su corazón es más voluminoso, su porcentaje de hemoglobina es superior, su piel es más gruesa, sus pulmones son más grandes, su resistencia a la deshidratación es mayor, etc. En otras palabras, desde todos los puntos de vista, los hombres están mejor preparados para la batalla que las mujeres, y estas habilidades son innatas, fueron seleccionadas y pulidas evolutivamente.
Los hombres también poseen un status hormonal específico. La testosterona, por ejemplo, es responsable directa de inducir el comportamiento competitivo e incluso criminal. De acuerdo con la teoría evolucionista neuroandrogenética, las hormonas sexuales masculinas (andrógnos) están correlacionadas con el incremento de la capacidad de los machos para adquirir recursos, posición jerárquica y parejas sexuales (Ellis, 2003, 2004).
Todos estos factores anatómicos, hormonales, conductuales y evolutivos demuestran la inclinación biológica e instintiva de los hombres para ser más combativos. En consecuencia, a un nivel individual y social, los hombres están implicados en actos de violencia y crimen. El entorno social sólo cultiva y señala estas predisposiciones hacia la lucha y la agresión.
Dorian Fortuna, La agresión en los hombres. ¿Roles sociales o raíces evolutivas?, cultura 3.0, 18/10/2014
Publicado en Social Ethology.
Fuentes:
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