Evolució i normes socials.
La existencia de normas sociales es uno de los misterios más apasionantes de la ciencia, ya que la cooperación humana se basa en ellas. Las normas sociales son creencias que todos compartimos sobre cómo debemos comportarnos en determinadas circunstancias. Necesitamos las normas para cooperar sin que parte alguna salga perjudicada y acabe por no salirle a cuenta trabajar en equipo. Algunas de estas normas están recogidas por escrito en constituciones, códigos penales o de circulación, etc, pero otras no, ya que son implícitas y las seguimos de modo inconsciente. Las consideramos como «normales» o de «sentido común».
Imagina que te encuentras perdido en el desierto. Llevas días sin agua ni
comida y de repente divisas en el horizonte a otra persona en tu misma
situación. Un avión que sobrevuela la zona se estrella contra las arenas del
desierto ante vuestros ojos y ambos corréis en su ayuda. El piloto está muerto.
Por suerte, llevaba una mochila con una botella de agua y una barra de pan. No
está escrito en ninguna parte que debáis compartirlo, pero el sentido común y
ciertos valores guían estas situaciones y la gente comparte.
Los niños y niñas son grandes entusiastas de las normas que regulan la vida
en grupo. En los juegos que poseen reglas, como es el caso del escondite o el
fútbol, se toman muy en serio su cumplimiento desde edades muy tempranas. Se
enfadan mucho cuando un compañero se las salta, y expresiones como «eso no
vale» o «así no es» salen de sus bocas varias veces al día. Estas reacciones
también están presentes en otros primates.
Las normas proporcionan un entorno en el que es seguro relacionarse con
otros congéneres porque de antemano se sabe cuáles son los límites. Aunque es
cierto que los primates no humanos no han logrado un sistema tan sofisticado
como el humano, en el que existen instituciones especiales para regular la
cooperación, sí podemos rastrear las raíces de las leyes en su estado más
«salvaje» o una regulación de la vida en colectivo que Jane Goodall llamó «orden sin ley».
Por ejemplo, los machos de chimpancé tratan de dominar a las hembras
mediante pequeños mordiscos en el cuello. Los machos tienen grandes dientes
caninos pero no los suelen usar contra las hembras de su grupo, lo normal es
que empleen los incisivos, con lo que la mordedura nunca es de gravedad. De Waal ha observado que cuando algún
macho se salta esta norma, el grupo entero emite unos sonidos llamados
ladridos, o barks, característicos de
los miembros de esta especie cuando están enfadados. Además, las hembras suelen
formar una coalición para perseguir al agresor.
Una de las evidencias más sólidas sobre la existencia de normas en animales
proviene del juego. Cuando dos o más pequeños primates comienzan a luchar
jugando, se empujan y muerden, pero siempre controlando la agresividad, o de lo
contrario no se trataría de un verdadero juego. Por esta razón, los animales
muerden con menos fuerza, empujan de manera más controlada y en general no
muestran todo el potencial agresivo del que son capaces. A esta manera de involucrarse
en el juego social se le llama auto-discapacidad (selfhandicapped).
Los chimpancés adultos juegan con las crías muy a menudo. Les permiten
cosas que a otros no. Saltan por encima de sus cabezas, sobre sus panzas y les
muerden. En estos casos, los adultos están asumiendo un papel de subordinado
que no consentirían a un adulto. Pero también cambian los roles durante el
curso del juego. El que antes era perseguido, en un instante pasa a ser el
perseguidor. Parece como si supieran lo que implica el «juego limpio» y aquello
que excede los límites de lo aceptable. El castigo consiste en la exclusión y
el aislamiento.
Pero ¿qué motivación existe para controlarse y no sobrepasar los límites?
El comportamiento de lobos, perros y
coyotes, especies también muy gregarias, nos aporta pistas interesantes al
respecto. El etólogo y experto en juego animal Marc Bekoff ha descubierto que en perros, lobos y coyotes los
individuos más fuertes controlan su fuerza para no ser expulsados. Este
comportamiento es una norma social, ya que los que no la cumplen son excluidos
del juego presente y no se les invita en el futuro. Mi perro Lupo es un buen caso de esta
personalidad «macarra», porque carece de autocontrol a la hora de jugar con
otros perros del barrio. Lupo y yo
nos conocimos una madrugada de primavera en Salamanca cuando volvía de fiesta,
me lo encontré abandonado en la calle cuando ya tenía un año de edad. Si fue
separado de sus hermanos y hermanas antes de tiempo, lo cual es probable, se
vio privado de experiencias de juego en las que aprender a comportarse. El caso
es que ya de adulto, sus vecinos caninos, que aún no sabían de su personalidad
inestable, intentaban jugar con él. El problema
es que Lupo mordía más fuerte
de lo «convenido» para esta especie. Tenía especial debilidad por los tobillos,
los humanos incluidos. Los compañeros de juego se enfadaban con él y dejaban de
jugar. Se paraban y comenzaban a ladrarle sin parar. Pronto se quedó sin
amigos. Aún hoy, sus excompañeros de juego ladran a Lupo cuando lo ven pasar. En los humanos sucede igual, hasta los
adolescentes más macarras también deben controlarse cuando simulan peleas y
persecuciones. No todo es el ejercicio de la dominancia si quieres integrarte
en el grupo.
La clave del porqué las normas básicas cumplieron una función adaptativa
para los animales desde hace millones de años nos la proporcionan unos estudios
con coyotes. Bekoff ha comprobado que los coyotes excluidos de sesiones de
juego pueden acabar aislados por ser evitados por el grupo. La expulsión
significa peligro de muerte, ya que la tasa de mortalidad para los coyotes
solitarios es de un 55 por ciento, mientras que para los que viven en la manada
es tan sólo del 20 por ciento. En humanos es muy probable que haya sucedido lo
mismo. Hoy en día las personas pueden vivir más aisladas que antes, pero hasta
hace muy poco vivir solo era una garantía de muerte. Depredadores, hambrunas,
ataques de otros homínidos o enfermedades que requerían cuidados hacían
imposible el enfrentarse a la vida en solitario. Los valores, especialmente los
que hacen referencia a la vida en sociedad, cumplen la función de hacer posible
y beneficiosa la vida para todos. Al fin y al cabo, al igual que a los coyotes,
a los humanos tampoco nos gusta tener cerca, y aún menos cooperar con personas
agresivas o estafadores que no juegan limpio.
Pablo Herreros Ubalde, Yo mono,
Ediciones Destino, Barna 2014
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