Treball contra inspiració.



Las personas de éxito declaran a sus entrevistadores que entre poseer inspiración, suerte o capacidad de trabajo, lo más importante es el trabajo. Se deduce así que para triunfar hay que trabajar como un mulo. No hay secretos ni magias sino laboriosidad.
La idea de ser importante por ser genial no es conveniente difundirla en general ni en sociedad. Se es importante si a lo que pueda llamarse genio se une el trabajo duro. El trabajo lo envuelve y sostiene todo. Todo es un producto fundamentado en el trabajo a la manera de lo que consiguen los músculos de los mulos o las potencias de las máquinas. ¿La suerte? La suerte no existe sino para quien la busca -se dice- o lo que es lo mismo, para quien no ceja trabajosamente en su persecución. ¿El talento? Esto no sería  absolutamente nada puesto que muchas personas de talento no son nada o menos que cero. Para que el talento flote como una excelencia es necesaria una sólida base de trabajo. Una base sólida conseguida acumulando sudor y lágrimas y tesón. Frente al talento el tesón. O, en suma operaciones de acumulación de esfuerzo, esfuerzos cuantitativos para limar, bruñir y dar prestancia al talento oculto.
¿Todo esto es verdad o mera doctrina cristiana? Doctrina cristiana. Los que triunfan sin hacer nada o haciendo poco son como los demonios o como los brujos. Y es a esta clase de personas a las que el mundo  admira. Que en esta semana Marc Márquez haya logrado por segunda  vez ser campeón del mundo con 21 años en GP no puede ser el resultado de un imposible trabajo duradero sino de la mano de el Diablo o de Dios. Estos personajes no son tan sólo individuos (indivisibles) sino que mantienen una invisible vía de sutura con el más allá. Ocurre con los ejemplos de poetas o de escritores o de pintores que son famoso tan jóvenes que parecería algo así como si la fama les ocupara el lugar del alma y de la respiración, su soplo de vida. Junto a ellos no se aprende realmente nada  porque su saber no es un efecto de la aplicación sino de la bendición. ¿Y como entrar en esa cápsula virtual? ¿Cómo deconstruir la bendición, siempre irreal?
Son, de ese modo, más o menos felices pero desde luego forman parte de un grupo sobre el que la fuente celestial gotea azarosamente. Gotea sobre unos y no sobre otros de acuerdo a sus caprichos o su arbitrariedad. A su alrededor millones de obreros se rompen el espinazo en sus faenas rutinarias o innovadoras pero  de ellos nunca, proporcionalmente, brota el triunfador. El trabajo es la ley agotadora y amordazadora. El trabajo es la democracia sin lustre ni milagrosa emoción. El trabajo es su coartada. La coartada para los elegidos que disfrutan y enarbolan el poder. 

Vicente Verdú, El camelo del trabajo, El Boomeran(g), 13/10/2014

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