El feminisme és un animalisme (Beatriz Preciado).
Beatriz Preciado |
En el curso de una de sus “conversaciones infinitas”, Hans Ulrich Obrist me pide que haga una pregunta urgente a la que sería preciso que artistas y movimientos políticos respondan en conjunto. Yo digo: “¿Cómo vivir con los animales? ¿Cómo vivir con lo muertos?” Alguien más pregunta: “¿Y el humanismo? ¿Y el feminismo?” Señoras, señores y otrxs: de una vez por todas, el feminismo no es un humanismo. El feminismo es un animalismo. Dicho de otra forma, el animalismo es un feminismo dilatado y no-antropocéntrico.
Las primeras máquinas de la revolución industrial no fueron ni la máquina de vapor, ni la imprenta o la guillotina… sino el trabajador esclavo en la plantación, la trabajadora sexual y reproductora, y el animal. Las primeras máquinas de la revolución industrial fueron maquinas vivientes. Entonces, el humanismo inventó un cuerpo distinto al que llamó humano: un cuerpo soberano, blanco, heterosexual, sano, seminal. Un cuerpo estratificado y lleno de órganos, lleno de capital, cuyos gestos son cronometrados y cuyos deseos son los efectos de la tecnología necropolítica del placer. Libertad, igualdad, fraternidad. El animalismo desvela las raíces coloniales y patriarcales de los principios universales del humanismo europeo. El régimen esclavista y después asalariado, aparece como fundamento de la libertad de los “hombres” modernos; la expropiación y la segmentación de la vida y del conocimiento como revés de la igualdad; la guerra, la competencia y la rivalidad como operadores de la fraternidad.
Así pues, el Renacimiento, la Ilustración y el milagro de la Revolución industrial reposan sobre la reducción de los esclavos y de las mujeres al estatuto de animal y sobre la reducción de los tres (esclavos, mujeres y animales) al de máquina (re)productora. Si el animal fue un día concebido y tratado como máquina, la maquina se vuelve poco a poco un tecnoanimal viviente junto con los animales tecnovivientes. La máquina y el animal (migrantes, cuerpos farmacopornográficos, hijos de la oveja Dolly, cerebros electronuméricos) se constituyen como nuevos sujetos políticos del animalismo por venir. La máquina y el animal son nuestros homónimos cuánticos.
Puesto que la modernidad humanista en su totalidad sólo ha sabido hacer proliferar unas tecnologías de la muerte, el animalismo tendrá que invitar a una nueva forma de vivir con los muertos. Con el planeta como cadáver y como fantasma. Transformar la necropolítica en necroestética. El animalismo deviene entonces una fiesta fúnebre. Una celebración del duelo. El animalismo es rito funerario, nacimiento. Una asamblea solemne de plantas y flores en torno a las víctimas de la historia del humanismo. El animalismo es una separación y un abrazo. El indigenismo queer, pansexualidad planetaria que transciende a las especies y a los sexos, y el tecnochamanismo, sistema de comunicación interespecies, son dispositivos de duelo.
El animalismo no es un naturalismo. Es un sistema ritual total. Una contratecnología de producción de consciencia. La conversión a una forma de vida sin soberanía alguna. Sin jerarquía alguna. El animalismo instituye su propio derecho. Su propia economía. El animalismo no es un moralismo contractual. Refuta la estética del capitalismo y su captura del deseo a través del consumo (de bienes, de ideas, de información, de cuerpos). No descansa sobre el intercambio ni sobre el interés individual. El animalismo no es la revancha de un clan sobre un clan. El animalismo no es un heterosexualismo, ni un homosexualismo, ni un transexualismo. El animalismo no es moderno ni posmoderno. Puedo afirmar, sin bromear, que el animalismo no es un hollandismo. No es un sarkozysmo o un bleumarinismo. El animalismo no es un patriotismo. Ni un matriotismo. El animalismo no es un nacionalismo. Ni un europeísmo. El animalismo no es un capitalismo, ni un comunismo. La economía del animalismo es una prestación total de tipo no-agonístico. Una cooperación fotosintética. Un goce molecular. El animalismo es el viento que sopla. Es la manera a través de la cual el espíritu del bosque de átomos todavía influye sobre los ladrones. Los humanos, encarnaciones ocultas del bosque, tendrán que desenmascararse de lo humano y enmascararse del saber de las abejas.
El cambio necesario es tan profundo que nos decimos que es imposible. Tan profundo que nos decimos que es inimaginable. Pero lo imposible está por venir. Y lo inimaginable es merecido. ¿Cuál era más imposible e inimaginable, la esclavitud o el fin de la esclavitud? El tiempo del animalismo es el de lo imposible y lo inimaginable. Ése es nuestro tiempo: el único que nos queda.
Beatriz Preciado, El feminismo no es un humanismo, Artillería Inmanente, 13/10/2014
“Le féminisme n'est past un humanisme”, publicado en Libération el 26 de setiembre de 2014. Con modificaciones de la traducción de Parole de queer y Elsa Maury.
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