4 tesis sobre les emocions i la política (Martha C. Nussbaum)
1. Mi tesis sobre las emociones
políticas presupone un conjunto de principios o compromisos normativos.
Todas las concepciones políticas, desde la monárquica o la fascista hasta la
liberal libertaria, tienen reservado un lugar para las emociones en la cultura
pública como factores estabilizado res de sus principios característicos. Pero
las estrategias concretas dependerán de los objetivos específicos. La tesis
desarrollada en este libro se estipula sobre un conjunto general de principios
políticos, descritos con cierto detalle en el capítulo 5, que son parecidos a
(aunque más generales que) aquellos que he defendido en otros libros, y que se
asemejan también a los objetivos del New Deal, a las concepciones políticas de J. S. Mill y John
Rawls, y a las de muchas socialdemocracias europeas. Coinciden
considerablemente con los objetivos de la cultura política estadounidense,
incluso en la actualidad. Aquí no hago una defensa argumental de esa tesis
normativa, aunque sí la explico. Lo que pregunto es cómo podrían las emociones
ayudar a que esos principios estuvieran implantados de forma más estable. Las
personas adheridas a normas políticas diferentes igualmente pueden aprender
mucho de la tesis aquí expuesta, aunque tendrán que imaginar por su cuenta cómo
habría que modificarla para que favoreciera y sustentara las normas de las que
ellas son partidarias.
2. Mi concepción del fomento de las
emociones está enmarcada dentro de la aceptación del «liberalismo político».
El ideal normativo es un conjunto de principios que no «oficializan» una
«doctrina comprehensiva» (por usar la expresión de Rawls) religiosa o secular determinada, y que pueden ser objeto, al
menos, potencialmente, de un «consenso entrecruzado» entre varias de esas
doctrinas comprehensivas suscritas por los diversos ciudadanos, siempre y
cuando estos estén preparados para respetarse mutuamente como ciudadanos que lo
son en pie de igualdad.20 Esta lealtad al liberalismo político aparta mis tesis
de esa especie de «religión civil» recomendada en su momento por Rousseau y de la «religión de la
humanidad» postulada por Auguste Comte
y J. S. Mill. Todos esos pensadores
presentaban sus particulares concepciones de la emotividad cívica como
sustitutos de las religiones existentes, que, según ellos, la sociedad debía
menospreciar y marginar.
3. Emociones: genéricas y específicas.
Aquí expondré una tesis sobre el papel que desempeñan emociones como la
compasión, el miedo, la envidia y la vergüenza en el contexto de una concepción
normativa concreta. Esas mismas emociones genéricas cumplirán asimismo una
función en otros tipos de cultura política: en regímenes monárquicos, fascistas
o libertarios, por ejemplo. Así entendidas, las emociones son una especie de kit de herramientas multiusos. (El asco
tal vez sea una excepción; aquí sostengo que el «asco proyectivo» no ejerce
papel alguno en una sociedad liberal, pero eso no significa que no siga siendo
útil el «asco primario» que despiertan los desperdicios y la descomposición,
por ejemplo.) Con respecto al global de emociones de nuestra especie, sin
embargo, puede decirse que la sociedad liberal que imagino utiliza un conjunto
de emociones diferenciado y característico. Así pues, tanto las perspectivas
liberales como las antiliberales recurren a la vergüenza para motivar, pero
unas y otras usan tipos distintos de vergüenza. Una sociedad liberal pedirá a
las personas que se avergüencen de la codicia y el egoísmo excesivos, pero no
que se abochornen por el color de su piel o por sus discapacidades físicas.
Las emociones son también generales y específicas a la vez en un sentido
distinto: una compasión muy concreta como la que pueden despertar los soldados
caídos en la guerra de Secesión puede conducir a (y, en un sentido más amplio,
contener incluso) una adhesión compasiva a los principios más profundos de la
nación. (Es en ese sentido en el que afirmo que mi proyecto no reemplaza al de Rawls, sino que lo complementa.)
4. Ideal y real. La cuestión a la
que trato de dar respuesta es la de cómo hacer que los principios y las
instituciones políticas sean estables, y eso significa que mi estudio presupone
la existencia de instituciones básicamente buenas o que es posible hacerlas
realidad más o menos en breve, aunque la forma en la que están presentes en la
actualidad requiera de un continuado trabajo de mejora y perfeccionamiento. Aun
así, y puesto que estamos tratando con sociedades y personas reales, no es la
justicia ya alcanzada, sino la perentoria aspiración a un ideal de justicia sobre
lo que se centra el foco de atención de mi argumento. Los ejemplos históricos
toman como referencia lo real, no lo ideal, y, por lo tanto, tratan de personas
que intentan llevar a la práctica una visión normativa que no es todavía
efectiva en todos sus aspectos. (Esto es así incluso en el caso de Lincoln,
quien dijo estar defendiendo lo que existía desde hacía mucho tiempo, pues
hasta tal punto recaracterizó realmente la nación que de él se ha dicho con justicia que, en el fondo, la
refundó.) En ese sentido, siempre podríamos preguntarnos si no podría haber
factores no emocionales que impidieran
que la sociedad que describo se hiciera realidad (factores económicos, por
ejemplo). Creo que la sociedad que he descrito aquí no sólo es posible, sino
que, en muchos aspectos, es ya real, y que algo bastante próximo a una versión
íntegra de la misma ha existido en ciertos momentos y lugares. En cualquier
caso, y aunque creo que no existen tales impedimentos, esa es una cuestión que
cae fuera del ámbito del presente proyecto.
Martha C. Nussbaum, Las
emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia?,
Paidos, Barna 2014
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