Crear és desordenar.

 


 
“El origen de la tristeza —dice Antonio Dyaz en la revista Yorokobu— es la falta absoluta de desorden”. En tanto que la cultura mantiene severos sus cánones se desarrolla una época sin demasiado interés humano. Los premios ajustados a la edad y la producción de determinados géneros vetustos, la puntualidad sin tacha, la moralidad sin pecado, el amor sin destrucción, la queja sin revolución llevan gradualmente a un mundo muy caldoso.

El desorden, aunque no la plena embriaguez, proporciona el genuino acicate para innovar, nutre la imaginación y la transgresión creadora. El desorden en el estudio del pintor, del escritor o del científico es la huella presencial de un activo visitante llegado desde el más allá.

Una porción de desorden es un trago de buena vida no siendo la vida en conjunto otra cosa que una dura ración de un cocido duro y mal guisado.

Desorden más desorden da en llamas y chisporroteos eléctricos. Pero orden más orden confirman apilados la terca estampa de la página o lienzo en blanco.

Crear es desordenar y desordenar es escarbar el muro de otro sistema propenso a la sorpresa. Patinamos (supuestamente) sobre un mar bruñido en la infancia, patinamos sobre el deslizante inconsciente durante toda la vida pero ¿qué será este mareo de carriolas trágicas y psicológicas sino un conflicto muy vivo que sólo acabará siendo allanado por el muy rectilíneo advenimiento de la muerte?
 
Vicente Verdú, La tristeza del orden El País, 24/10/2014

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